Resultados de tal naturaleza no se logran por azar. Son consecuencia del duro trabajo realizado por muchas personas y, sobre todo, por la potencia de nuestras vacunas, que ya protegen con esquema completo a más del 60 % de la población, mientras casi el 90 % ha recibido al menos una dosis.
Sin embargo, tanto en redes sociales como al pie de artículos publicados en la prensa, veo comentarios en los cuales se conjetura que esa disminución pudiera deberse a que se realizan menos test de PCR. Es lógico que haya menos muestras, porque muchas menos personas tienen síntomas; por tanto, la afluencia a los centros hospitalarios es también menor.
El dato estadístico no puede ser analizado mirando únicamente el número frío, o estableciendo proporciones sin atender otras variables que inciden y modifican el resultado. El hecho de que un barbero pele a un cliente en 30 minutos, no significa que 30 barberos puedan hacerlo en un minuto.
Algunas personas también piden que se realicen pruebas masivas, o al menos a todos los que por deseo o sospecha crean que deban hacérsela, pero en la práctica esto es imposible. En marzo de 2020, cuando ocurrieron los primeros casos en Cuba, nuestro país contaba con solo cuatro laboratorios de Biología Molecular, actualmente funcionan 27 distribuidos en todas las provincias; pero, aun así, las capacidades no alcanzarían para ese propósito.
No es solo una cuestión de protocolo médico, en el que se tipifican procedimientos para el diagnóstico, sino también de elemental aritmética. Por estos días se realizan unas 20 000 pruebas diarias, mientras las capacidades rondan las 50 000. Suponiendo que para estudios masivos se utilizaran las 30 000 restantes, el testeo de 11,2 millones de cubanos se completaría en 373 días. ¡Un año y una semana!
No tendría sentido práctico, mas no es el único factor. Nosotros estamos acostumbrados a la gratuidad de la medicina, pero pocos nos preguntamos cuánto esta le cuesta al país. Que no se nos cobre una prueba de laboratorio no significa que no cueste. He realizado una búsqueda del costo de una prueba de PCR en otras regiones –ya sea si el monto lo asume el Estado, el seguro médico o el bolsillo del paciente– y cada una ronda entre los 50 y 90 euros, unos 60 y cien dólares.
Por ejemplo, Quirónsalud, compañía líder de servicios médicos en España, anuncia en su página web que el costo de un test de PCR cuesta 88 euros, 75 en Baleares. Sin embargo, en un artículo publicado el pasado abril en el periódico La Vanguardia, explicaba que la prueba podía costar hasta 180 euros en ciertos laboratorios.
Tomo entonces el valor más bajo que ofrece el artículo, los 46,81 euros por prueba en Bélgica, y lo aplico a nuestra realidad. Resulta que, para los 10,4 millones de pruebas realizadas en Cuba hasta la fecha, se habrían gastado 486 millones de euros, más de 500 millones de dólares.
No soy periodista, no cuento con acreditación que me permita acceder a datos oficiales; solo soy un intelectual que razona y emplea la información pública disponible. Así que estos valores no deben tomarse como el gasto exacto del país, sino como una aproximación que, sin embargo, grafica muy bien el esfuerzo.
¿Cómo un país bloqueado, en medio de una pandemia que le privó de importantes ingresos, ha podido tener tales resultados? ¿De dónde salió el dinero para crear vacunas, mantener hospitales y centros de aislamiento, alimentar al pueblo, sostener servicios básicos y seguir creando para el futuro?
La imaginación, la conciencia y la capacidad de resistir de un pueblo son esencias que no se reflejan en una estadística. Sin embargo, influyen poderosamente en ella. Yo me contagié en agosto y fui enviado a un centro de aislamiento en Sancti Spíritus, el IPI Armando de la Rosa Ruiz. Allí no me faltó el medicamento, la atención especializada ni la buena y copiosa alimentación.
La limpieza corría a cargo de los profesores de la escuela, que renunciaron a sus vacaciones para atender a enfermos. Un día conversé con su director, Maikel Bello Hernández, quien se ocupaba de repartir almuerzos, comidas y meriendas; y le pregunté por qué lo hacían. Me respondió con una pregunta: ¿De qué manera podemos enseñar valores a los alumnos, si nosotros no damos el ejemplo?
Yo, recordando aquel momento y el tema que aquí propongo, me pregunto: ¿En qué estadística se puede reflejar esa voluntad?