EE.UU. y el sufrimiento de los marginados

Vea usted, como ejemplo, el caso de Estados Unidos: disponen de abultados presupuestos de hasta un billón y más de dólares para el armamentismo, el mantenimiento de las bases militares con las que rodean al mundo; y lujos exorbitantes que funcionan como un insulto a los que duermen debajo de los puentes o viven en instalaciones para mendigos carentes de los más elementales servicios.

Pero es que en esa vidriera del famoso y cacareado sueño americano viven en permanente agonía una diversidad de marginados, dígase la llamada clase pobre, principalmente integrada por afroamericanos; perdedores ante un sistema de triunfadores que los aplasta; presos torturados mentalmente que esperan cualquier día en que  se les aplique la inyección letal en el corredor de la muerte; los negros que viven en permanente preocupación para que no les dispare en plena calle un policía blanco.

 ¿Y qué decir de los migrantes?, esos seres que viven el horror de la separación de familias y donde niños y niñas son detenidos en centros con condiciones paupérrimas;  huyen de sus países agobiados por el hambre y la marginación buscando, en la “tierra prometida”,  la paz y la prosperidad  en otra nación que los considera de tercera clase o una escoria.

Todo ello a pesar de que, desde antaño, han jugado un papel importante en la economía del Tío Sam, laborando en trabajos muy humildes, y con salarios mucho más bajos de los mínimos.

Y ahora, para colmo de males, integran el gran grupo de los más  vulnerables ante la pandemia de la Covid-19. Y lo son, simplemente, por el pecado mayor de ser   pobres. Mientras que  los agraciados millonarios ya piensan construir  verdaderos bunker subterráneos para salvarse ellos y sus familias, otros ni siquiera les pasa por la mente acudir a un hospital por estar aquejados de los síntomas de esta pandemia, ya que no poseen seguro médico o, el que poseen no cubre los gastos de un  tratamiento prolongado.

Si quisiéramos definir en muy pocas palabras tanta injusticia, diríamos simplemente: salvar la economía, después la salud del pueblo. Y todo ello bajo la tremenda y demostrada incapacidad de esa nación para enfrentar  la enfermedad y ser el país más golpeado por ella.

No hay dinero para contar, como lo ha demostrado Cuba, con un verdadero sistema de salud que sea, además, un derecho humano y no un negocio. Pero sí hay muchos millones para las guerras, el armamentismo, y el más escandaloso lujo que disfrutan los grandes millonarios del mundo presididos por EE.UU.

Ellos han conducido a que solo 360 personas posean una riqueza anual superior a los ingresos del 45% de la población mundial. Así no es posible luchar contra el nuevo coronavirus. Es que la caja no cuadra, como decimos los cubanos.  Si la salud es un negocio más, no hay remedio. Si el objetivo mayor es salvar a los bancos y las grandes empresas, no hay remedio. Si la ciencia se pone solo al servicio de la economía, tampoco hay solución. Si las empresas farmacéuticas buscan únicamente aumentar las ganancias, habrá más pobres, y más desigualdad. Y un día perecerán cocinados en su propia salsa.

Lamentablemente existe hoy una fórmula inversamente proporcional: hay un clamor mundial por la solidaridad y el compromiso entre las naciones para paliar la epidemia; pero en la misma medida el gobierno de Estados Unidos aprovecha la ocasión para arremeter como nunca y acabar de aplastar a pueblos enteros con sus sanciones y bloqueos. Serán capaces de llevar al mundo a una nueva conflagración, donde no habrá vencidos porque también los ricos mueren, solo que para esa ocasión ellos, igualmente, dejarán de existir calcinados en la hoguera.

Sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas humeantes no se levantan edificios de cordialidad y de paz.”  José Martí

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