La injusticia tiene su antídoto

Un hombre, atormentado por su suerte, decide adentrarse en el robo o en la droga por las ansias de llevar el pan a su numerosa prole. Una mujer se prostituye, no tiene  alternativas. Todos, la madre joven, el hombre atormentado y la prostituta, viven en un barrio marginal: senderos pedregosos por calles, agua contaminada por potable, no hay médicos, ni escuelas, ¡ni vergüenza en este mundo loco!, como diría un apreciado amigo. 

En  Nueva York, Estados Unidos, el fastuoso edificio de la Organización de Naciones Unidas, alberga  un sinnúmero de altos dignatarios del mundo. Han llegado a esta urbe, símbolo de “unión” y “democracia”, para discutir sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Se acomodan en asientos ejecutivos, una enorme sala refrigerada, lujosa, muchas agendas, documentos que circulan, personal de apoyo que deambula de un lado a otro. En la presidencia, majestuosa y altiva, señores elegantes procederán a dirigir las sesiones de trabajo. Representantes de ricos y pobres, explotadores y explotados, opresores y oprimidos, como quiera llamársele. 

Se escuchan en la sala discursos manidos, esquemáticos, ampulosos, evasivos y hasta mentirosos. Se pronuncian para guardar la forma, solo eso. El interés no es esclarecer ni convencer, si no imponer, y mucho menos contribuir a que este mundo sea un poco menos injusto. Es el lobo con ropaje de oveja: son los ricos. Del otro lado, diametralmente opuesto, se oyen palabras sin edulcorar,  enfáticas, directas, sin dobles raseros, manifiestan verdades verticales, descubren las heridas que muchos quieren ocultar, no suplican favores, exigen derechos: son los pobres. 

Cierran las puertas de la gran sala. De inmediato los poderosos medios de comunicación del mundo rico comienzan a divulgar falsedades y, en el mejor de los casos, medias verdades, se hacen alabanzas a los poderosos, se denigra a los que sufren. Pero, eso sí, en su cobertura informativa se incluye, en proporción desmedida, noticias basura o de engaño: infidelidad conyugal entre famosos, el último grito de la moda, la residencia fabulosa que adquirió un millonario, el banquete al que asistió el príncipe tal y su prometida, y también el debate que se ha creado acerca del perrito que el próximo presidente de USA llevará a la Casa Blanca. 

Es decir, mantener al público en la ignorancia y la idiotez, una de las técnicas de manipulación de la opinión pública utilizada por el imperialismo y sus acólitos. Y mientras transcurren las sesiones en la ONU acerca del grado de cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y los medios de ese gran mundo apoyan todo lo que, precisamente, no deben, qué sucede realmente en este mundo…  veamos solo un pálido reflejo en cifras: 

1 020 millones de seres humanos clasifican como desnutridos críticos; 774 millones de adultos son analfabetos; 18 millones mueren por año debido a la pobreza, la mayoría niños menores de 5 años; 218 millones de infantes trabajan en condiciones de esclavitud, y uno muere cada 15 segundos por falta de alimentos. 

En insólito contraste solo  EE.UU. gasta cada año en armamentos más de 200 dólares por cada uno de los 6,600 millones de habitantes de la tierra. Los ricos conocen perfectamente estas escalofriantes cifras, pero miran a otro lado; los pobres las sufren y se preguntan: 

¿Surgirá alguna esperanza para los desposeídos, marginados y olvidados de este mundo?,  ¿Los ricos serán capaces de ceder un poco de sus fortunas, acumuladas a costa del sudor de los pobres, para aliviar, al menos, el desolador cuadro que impera en el planeta?, ¿Podrá la ONU ejercer alguna influencia para lograr equidad y justicia a través de los mecanismos que rigen su funcionamiento, entre ellos la facultad del veto?,  ¿Es que ha llegado la hora para que desaparezcan definitivamente pobres y ricos? 

Pero la triste realidad es que un NO rotundo es la respuesta a esas preguntas. Y entonces se impone otro cuestionamiento: ¿cuál sería el posible camino para revertir el gravísimo problema? Pues luchar, luchar sin descanso, que se alcen los pueblos en una batalla común contra la injusticia. La solución no llegará del lamento ni de la esquiva consciente, y mucho menos de los poderosos y las organizaciones que se someten a ellos.

 Será como un parto difícil de esta humanidad, sufrirán varias generaciones intentándolo, pero vendrá, al fin, la gloria de los que se sacrificaron y con ella un mundo más justo. Estas ideas pueden parecer idílicas y, para muchos, hasta inalcanzables, pero la historia demuestra lo contrario.

Nunca grandes obras se han logrado sin sacrificios. Y le pido ayuda al Maestro, nuestro José Martí: “los malos no triunfan sino donde los buenos son indiferentes”.

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