Una explosión, un objetivo

Sin embargo, el tigre agazapado ya limaba sus colmillos para ejecutar una dentellada mortal sin importar, por supuesto, la voluntad soberana del pueblo cubano. Un 15 de febrero de 1898, en el Puerto de La Habana y siendo las 9:40 de la noche, se produjo una explosión de enorme magnitud en el acorazado Maine de la Armada de Estados Unidos que había llegado a la isla en una supuesta “visita amistosa” con una tripulación de 26 oficiales y 328 alistados.

Se produjo entonces la concebida práctica del enemigo común: esperar a que otra bestia quede desgarrada para consumar uno de sus crímenes mayores, no otro que poseer lo ajeno, explotar, invadir y hacer suya la fruta madura para convertir al pueblo cubano en un vasallo más.

Ya lo había afirmado un subsecretario de la Guerra estadounidense por aquellos tiempos de la farsa por la independencia de Cuba en 1902:  “…nuestra política debe ser siempre apoyar al más débil contra el más fuerte hasta que hayamos obtenido el exterminio de ambos a fin de anexarnos la Perla de las Antillas”. Definitivamente la presencia del acorazado solo formaba parte de grandes presiones que el gobierno yanqui ejecutaba contra España.

Como siempre ha sucedido de inmediato la gran prensa sensacionalista norteamericana aumentó su campaña anti España, a modo tal de contribuir a una rápida intervención. Es decir, el mismo método que hasta la actualidad funciona cuando se trata de cumplir designios norteamericanos.

Vinieron investigaciones, unas de parte de España, otras de Cuba y hasta de Estados Unidos, intentando demostrar que la explosión se produjo de una u otra forma.  Sin embargo, a la luz de la más elemental lógica y teniendo en cuenta las prácticas criminales del país del norte, quedaba muy claro que se había perpetrado una acción realmente criminal para intervenir, como sucedió, en la patria cubana.

Es entonces cuando comienza el plan exitoso yanqui y se establece una total dependencia de Estados Unidos, incluida la odiosa Enmienda Platt, unas veces con tratados de “reciprocidad”, otras  como “ayuda al desarrollo” y muchas con viajes de gobernantes de la isla vendidos para pedir limosnas y seguir endeudando el país.

Éramos, como sucede hoy con nuestra hermana Puerto Rico un país libre asociado. Vea usted cuanto cinismo encierra la palabra asociado. Pero claro, en el caso Cuba la maldad se derrumbó estrepitosamente con el triunfo de la Revolución cubana, nos despojamos del yugo, rescatamos nuestro decoro nacional y seguimos en la batalla para vencerlos de nuevo con nuestra resistencia ante el bloqueo.

Y a propósito, la explosión del Maine ¿no se le parece en buena medida al derribo de las Torres Gemelas, que propició a posteriori una cruzada contra el terrorismo, entiéndase abrir el camino para más conquistas de recursos?

Agregar a Cuba era lo que necesitaba los Estados Unidos, para que la nación americana alcanzara el mayor grado de interés…siempre la miré como una adquisición interesante para nuestro sistema de Estados Unidos”. James Monroe. Presidente USA en 1823.

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