Una plaga recorre el mundo

Su voracidad es insaciable, no reconoce fronteras, ni el daño humano y material que produce, y mucho menos las heridas –en muchos casos incurables- que le causa a pueblos enteros. Y es así, simplemente, porque esta plaga existe, precisamente, por ser una bestia depredadora; es algo así como su medio de subsistencia.

El solo hecho de nombrarla produce sensación de desventura, odio, tristeza, indignación y ansias irrefrenables de luchar contra ella, es decir, el IMPERIALISMO.

Si quisiéramos mencionar todo el daño que ha hecho bastarían unos pocos ejemplos. Digamos: casi todo el territorio de los EE.UU. fue comprado, anexionado, quitado por la fuerza o robado a España o México.

En el caso Cuba el presidente Thomas Jefferson manifestaba en su tiempo que “la posesión de la isla era necesaria para la defensa de la Louisiana y La Florida por ser la llave del Golfo, y la conquista sería fácil para los Estados Unidos”.

Ya ve usted este engendro del mal no reconoce derechos de ningún país, ni su soberanía, ni la legitimidad de su gobierno, absolutamente nada; porque entiende que son los amos del mundo por designio divino. Fíjese, otro que presidió la plaga, Franklin Delano Roosevelt, en cierta ocasión dijo que: “Es una torpe, perversa y estúpida moralidad la que prohíbe prácticas de conquista que convierten los continentes en asientos de poderosas y florecientes naciones civilizadas”.

Pero el daño, por supuesto, no ha sido robando solamente. Otro que ha roto todos los récords, es el actual presidente de la bravuconería, la prepotencia, las amenazas, las sanciones y su increíble ignorancia; el mismo que se ha propuesto virar el mundo al revés, hacer sufrir a pueblos enteros y todo ello porque –como asegura- Estados Unidos es primero, nación que tiene todos los derechos y ningún deber civilizado.



Veamos algunas de sus barbaridades: la construcción del muro en la frontera con México; prohibir la entrada a EE.UU. de ciudadanos de Irán, Iraq, Libia, Somalia, Sudán y Yemén; rompió unilateralmente con el Acuerdo de París sobre cambio climático y otro tanto con respecto al Programa Nuclear con Irán; intentar acabar con el gobierno de Venezuela a toda costa, porque simplemente ansía sus enormes recursos naturales; decidió por su voluntad imperial que las Alturas de Golán son parte de Israel, su gran amigo en la región; le dio luz verde a la odiosa Ley Helms-Burton en su artículo III, para asestar un golpe demoledor a Cuba que, lógicamente, tendrá que arrojarla al vertedero, porque no han aprendido que con Cuba no se puede.

Mucho más se puede hablar de ese gobierno en su trayectoria pecaminosa, pero no caben en pocas cuartillas. Digamos, no obstante, algo más: con la excepción del asesino Truman que mandó a lanzar las bombas atómicas contra Iroshima y Nagasaki, este Trump, sin duda alguna es el más violador del derecho internacional, las leyes, los convenios etc, que tienen que ver con la paz mundial.

Pareciera que es aquel personaje de películas del oeste, que entraba en la taberna a punta de pistola, mataba a unos cuantos y, después, iba a exterminar alguna tribu apache para robarles sus tierras. Por eso afirmo que él, junto a sus lacayos, son UNA PLAGA MORTÍFERA, QUE NO MERECE PERDÓN NI OLVIDO.

Pero no augura, sino certifica el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades, las dividen y las enconan; en vez de robustecerse la democracia, y salvarse del odio y miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia, y renacen, amenazantes, el odio y la miseria. José Martí

 

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