Del Caribe, de Cuba. Una aproximación (VII)

De esa manera, esa nación europea abandonaba el Caribe sin penas ni glorias en la competencia colonialista. Ya en 1877, también Suecia había salido de la región por la misma vía, al vender a Francia la isla de San Bartolomé, colonia suya, al precio de trescientos veinte mil francos.42

De acuerdo con las estadísticas oficiales, entre 1906 y 1931 entraron a Cuba 337 875 braceros antillanos. Esta cantidad se descompone en: 190 255 haitianos, 121 520 jamaicanos, 12 733 puertorriqueños, 10 601 antillanos no mencionados y 2 766 dominicanos.43

Ningún análisis que trate de explicar cómo la gran fuerza de trabajo, o la gran diáspora caribeña que se movió hacia Cuba durante las últimas décadas del siglo XIX y las tres primeras del XX, puede separarse del impetuoso desarrollo agroindustrial azucarero que se produce en la mayor de las Antillas y en el que el capital estadounidense resultó determinante.

Fueron años -primera mitad del siglo XX- en que la inmigración caribeña en Cuba llegó a representar el 25% del gran total, ocupando el segundo lugar detrás de la proveniente de España.44 Si a la cantidad mencionada de 337 875 de inmigrantes caribeños, cifra oficial y legal, se le suman los cientos de miles llegados a Cuba por la vía clandestina, no sería extremo decir, debido a las investigaciones realizadas, que el monto total pasó, mucho más allá, del medio millón de personas.

Posteriormente, al anunciarse que todo aquel bracero desocupado sería repatriado o reembarcado a tenor de los Decretos 1404 del 20 de julio de 1921, y 1500, de agosto, y 1728 del mismo año, no se eliminó, sino complicó, la situación que se presentaba en diferentes pueblos y ciudades de las provincias de Camagüey y Oriente.

El bracero antillano siguió trabajando cuando encontraba dónde, por lo general entre doce y dieciséis horas diarias, extorsionado por la Guardia Rural, explotado por los contratistas y por los dueños de los comercios en los ingenios azucareros. El haitiano no cambiaría su alimentación cotidiana para esos tiempos, el plato de harina con boniato y el agua con azúcar. Era, como se decía entonces, matar el hambre.

Pulularon los mendigos y las enfermedades entre una gran masa de braceros que deambulaban por las calles o buscaban refugio en portales y alimentación, si eso pudiera ser, en los latones con desperdicios. Las manos de muchos braceros trataban de localizar aunque fuera un mendrugo de pan en medio de la suciedad.

Para algunos sectores de la burguesía dependiente capitalista, los cientos de civiles de inmigrantes antillanos que se hallaban en Cuba eran considerados una amenaza a la estabilidad del país y de la población laboral nativa.

Miles de braceros antillanos quedaron sin trabajo, pero vaya contradicción, ya que los hacendados y las empresas estadounidenses propietarios de ingenios azucareros o de plantaciones de caña de azúcar y de café no dejaban de importar fuerza de trabajo de la propia región.

Los salarios fueron deprimidos al máximo. Así en 1928 la United Fruit Sugar Company importó, para su central Preston en la provincia de Oriente, 1 937 braceros para la zafra azucarera de ese año, los que entraron por la Bahía de Nipe, amparados en el Decreto 1539 del 11 de septiembre de 1928.

La fuerza de la ilegalidad fue tanta que hizo necesario legalizar, otra vez, cuanto se venía haciendo fuera de la ley. Entre 1922 y 1929 se aprobaron cincuenta y tres decretos que autorizaban la entrada de nuevos braceros.

Mientras tanto, existían en el país miles que por distintas razones reclamaban ser repatriados sin que ello presionara a las autoridades cubanas, que debían correr con los gastos de transportación, según los acuerdos previos firmados entre los contratistas y los receptores de inmigrantes.

Si entre 1906 y 1931 entraron a la isla, legalmente, 337 875, a los que habría que agregar decenas de otros miles que lo hicieron de manera ilegal, comprendemos como influyó esa inmigración en la proporción de piel negra en el total de la población cubana. De igual forma, otra información nos puede ofrecer una explicación más detallada y es la referida a que «La población antillana, entre 1913 y 1931, aumentó a 120 309 personas. Es decir, por cada cuatro españoles que se radicaron en el país, sola-mente un antillano hizo de Cuba su lugar de residencia».45

El país, monoproductor -azucarero-, con una economía dependiente y enajenante, se desajustó, quedó en las ruinas. Las burguesías cubana y española, respectivamente, serían definitivamente aplastadas por la penetración de los Estados Unidos al recibir tan terrible impacto.

Para los inmigrantes, Cuba se convirtió en una gran trampa, sobre todo para quienes deseaban repatriarse. Los jamaicanos con cuentas bancarias perdieron sus ahorros. Los haitianos se sumergirían en la más profunda miseria. Tanto los anglohablantes como francohablantes caribeños, en un alto porciento, carecían del importe económico para el regreso a sus patrias.

Fue notorio entonces que miles de braceros antillanos deambularan, principalmente, de las provincias de Camagüey a Oriente o viceversa, buscando un sustento diario de manera individual o familiar.

No se debe ser absoluto al deseo de repatriarse por parte de los braceros antillanos, ya que si bien una cuantía pudo haber estado interesada en regresar a sus hogares de origen, otra parte, a nuestro juicio, la mayor, era partidaria de permanecer en Cuba y lograr su sueños o aspiraciones de éxito o de ahorros y entonces sí volver con los suyos. Los que así pensaban, quizás coincidían en el criterio de que después de tantos sacrificios y dificultades sufridas, ya no quedaban pruebas que pasar.

En medio de la persecución que hicieran de conjunto la Guardia Rural y otros cuerpos represivos cubanos, fundamentalmente contra los haitianos, muchos de estos llegaron a tener dos pensamientos bien definidos: permanecer en Cuba e integrarse a su sociedad o alcanzar la repatriación.

Con el transcurrir del tiempo, apareció otro decreto para ejecutar la repatriación obligatoria de los braceros antillanos, fundamentalmente haitianos, de fecha 19 de octubre de 1933, año final de la crisis económica y cuando más se acentuó la situación por la que atravesaban aquellos que se hallaban en Cuba. Al año siguiente, en el mes de junio, se conocía que unos 8 000 haitianos habían abandonado la mayor de las Antillas.

El método de expulsión se hizo de la manera más cruenta en el caso de los haitianos, además de haberse convertido en un proceso largo y lleno de incertidumbres. Todavía en el año 1937 se expulsaron de Cuba 10 000 braceros haitianos, durante el gobierno de Fulgencio Batista.46

Siete años antes, en 1933, se había producido la repatriación de 40 000 jamaicanos por decisión del gobierno de Jamaica, que facilitó los navíos necesarios para ello.47

En el orden cuantitativo la inmigración antillana que se produce en Cuba entre 1902 y 1930 va a estar dominada por haitianos y jamaicanos. Si nos atenemos a las estadísticas oficiales de la República de Cuba, donde no se contemplan, por supuesto, las llegadas clandestinas, tenemos que la haitiana acentuó a 190 255 y la jamaicana a 121 520. De las Antillas Menores se contaron 20 609; mientras que de Puerto Rico y República Dominicana, 15 715 y 2 807, respectivamente.

Un dato interesante es que el 90% de la inmigración haitiana y jamaicana, entre 1912 y 1929, fluc-tuaba entre los catorce y cuarenta y cinco años de edad, es decir, en edad laboral.48

De las estadísticas consultadas se colige que la migración que llegó a Cuba durante los treinta primeros años del siglo XX, en lo que respecta a su impactante cuantía, no se volvió a repetir.

Al redactarse y aprobarse la Constitución de la República de Cuba de 1940, surgía un elemento nuevo en la temática migratoria y su tratamiento o evaluación. A partir de entonces, toda persona nacida en Cuba, aunque fuera de padres extranjeros, se consideraba un cubano más.

Continuará.

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