Para cuando llegó el momento de elegir, Rosa María Rodríguez García tenía claro que su futuro sería idéntico al de la dueña de sus días, y marchó a formarse como Licenciada en Educación, en la especialidad de Geografía.
Lo que nunca imaginó esta hermosa, elegante y carismática granmense era que sería protagonista de uno de los momentos más trascendentales en el ámbito educacional de la Isla a inicios del siglo XXI: fue una de las profesoras-fundadoras del Curso de Superación Integral para Jóvenes, un programa de la Revolución impulsado por Fidel y que el Comandante en Jefe inauguró en Manzanillo, el 28 de marzo de 2002.
“Salimos de noche en tren desde Bayamo para estar a tiempo en la ceremonia. Se respiraba un ambiente de emoción y júbilo; la alegría era indescriptible y la satisfacción aun más grande porque miles de jóvenes reencontraban el camino de la vida, para darle un nuevo sentido a sus días. Desde la posición en la que me ubicaron en la Plaza de la Revolución Celia Sánchez Manduley, pude ver muy bien al Comandante en Jefe y me emocioné.
“No te niego que había incertidumbre, pero en el transcurso de los meses se despejaron. Para mí también resultó un período de descubrimiento, de conocer historias de vida fascinantes, jamás me imaginé frente a un aula en la cual algunos muchachos eran mayores que yo. Los grupos eran de 50 jóvenes, pero concluían entre 30 y 35.
¿Qué recuerda de las clases?
“Durante dos años implicó bastante sacrificio personal porque en el día me desempeñaba como guía base de pionero en la secundaria básica Mariano Tamayo Rodríguez. Después de una jornada agotadora iba a casa, no muy lejos de la institución, me bañaba, comía algo y retornaba al centro para impartir las clases a los muchachos del curso de superación. Y yo feliz de contribuir en su formación.
“Eran entusiastas y desenfadados, pero me uní y saqué lo mejor de ellos: reíamos mucho, compartíamos intereses y preocupaciones. Los adoré a todos y hoy me enorgullece ver a la mayoría por las calles de Bayamo convertidos en médicos, enfermeras, ingenieros, abogados, músicos. Otros, tristemente, quedaron en el camino.
“Cierto, tenía otro salario, pero eso para mí nunca ha sido lo principal. La satisfacción de ayudar a los demás, ver cómo hago el bien es la única manera de ser recíproca a lo que siempre me enseñó mi mamá, que es maestra igual de profesión.
¿Imaginó el impacto del programa?
“Al principio muchos tenían recelos. Yo nunca dude nada, porque a lo que Fidel le ´ponía ojo´ era triunfo, y resultó así con miles de jóvenes desde el Cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí.
“El principal impacto del programa estuvo en la oportunidad que les brindó la Revolución a esos mozalbetes que por diferentes situaciones habían abandonado los estudios o el trabajo. Recuperamos la alegría, las motivaciones de seguir adelante de cientos de jóvenes, los guiamos y conducimos por el camino correcto, junto al apoyo de la familia y la ayuda incondicional a todos los que sí creyeron en él.”