Alzo los ojos y veo

Sin embargo, es en el enigma de su mirada donde se aposenta la previsible grandeza de José Martí, en la mirada que ya se percibe en su retrato adolescente, en miradas que van de la ensoñación a la dureza en los daguerrotipos.

¿Qué veían los ojos de este hombre que nos nació en enero para orgullo nuestro? ¿Qué premoniciones adelantaban? ¿Qué anticipaciones escrutaban en su meditativo silencio? ¿Fue él acaso un predestinado, un dotado zahorí, un veedor irremplazable? ¿O fue un atormentado por su época, cuya formación y cultura se amalgamaron para concedernos el mérito del americano más sensible y preclaro de su siglo.

En la mirada de José Martí reconocemos al hombre capaz de ternuras infantiles, el que forjó versos como espadas y fundió en obra única su amor por la Patria y la Poesía, el que fraguó en la amistad su generosidad y su altruismo, el que peregrinando por el exilio comprendió la necesidad de guerrear para impedir la abusadora voracidad del vecino poderoso…

José Martí es el autor intelectual de la acción y pensamiento de Fidel

Entonces, ¿es fortuita la coincidencia de esa mirada exculpatoria en la foto en que se ve al asaltante del cuartel Moncada enfrentando la culpa en el centenario del natalicio del Apóstol? ¿Acaso podían permanecer alejados uno del otro en la eternidad que los junta como en un solo tiempo? En su vecindad de camposanto, HOY Fidel y Martí dialogan con la inmortalidad.

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