Che

No es únicamente porque piense a diario en el guerrillero ejemplar, es que la llovizna pertinaz en un maridaje perfecto con mis canas y mis sueños idílicos de un mundo más justo, también lo hace posible.

He tenido el enorme placer de leer y hasta releer una copiosa cantidad de información acerca de este insustituible ser humano, cuya breve trayectoria en la vida, colmada de sacrificios y heroísmo, siguen marcando pautas a seguir en la lucha tenaz contra el imperio, por la justicia social, la paz, y la dignidad del ser humano.

Hombre sublime este Che. Capaz de enfrentarse a increíbles sacrificios para lograr su anhelo supremo, no otro que luchar contra el imperialismo donde quiere que esté, donde quiera que se advierta su huella de despojo, egoísmo e injusticia, allí donde la barbarie impere, allá donde hace gala el hambre, las enfermedades y la muerte temprana.

Todos los que le conocieron coinciden en describirlo como un hombre absolutamente atípico hasta en su comportamiento con subordinados y personas sencillas del pueblo. Y tal es la razón por la que no resulta fácil hablar de sus virtudes y hasta de defectos en su indumentaria, cuestión ésta que eluden algunos historiadores empeñados en describir más que a un hombre una estatua de mármol.

Es muy curioso y difícil conocer el perfil de este grande del mundo. No obstante, solo quiero referirme a sus rasgos más evidentes. Para lograrlo me baso, tanto en una copiosa literatura, incluyendo su Diario, como en testimonios de mi gran amigo, Edison Velázquez, que fue combatiente y uno de sus subordinados más cercano.

Soportar indispensables marchas cubriendo kilómetros y kilómetros se convertía en él y sus compañeros de lucha en algo natural, a pesar de caminos empinados, pedregosos y el consiguiente peligro; resistir hasta límites incalculables el hambre y la sed; caminar semidescalzo con dolor permanente por lesiones en los pies; dormir –de ser posible- en cuevas para evitar el bombardeo de aviones enemigos; carencia casi total de aseo personal; dolor e infección producido por insectos.

Mucho más, como puede ser sufrir al ver caer al compañero atravesado por la metralla de la soldadesca y no poder impedir su muerte; ir al combate sabiendo de antemano que no eran muchas las posibilidades de triunfar, solo impulsado por su valor y las ansias de golpear al enemigo, y así ganar terreno en la lucha; soportar el amargo sabor de la traición de alguno que ponía en peligro mortal a la guerrilla; andar prácticamente ahogado por el asma sin un lamento.

Es, sencillamente, un rosario de calamidades que solo un hombre como él era capaz de enfrentar y soportar. Pero su grandeza no está solamente referida a su valor personal. Hay particularidades en su personalidad que casi lindan con la irrealidad, lo que hace que muchos se cuestionen cómo era posible tanto sacrificio en un hombre de suprema inteligencia, dotado de una cultura excepcional, dada no solo por sus estudios universitarios, sino también porque fue capaz de leer a casi todos los clásicos de la literatura universal. Un hombre, además, que llegó a disfrutar el cariño más sincero de todo un pueblo que lo acogió como hijo.

Fue hombre de profundos sentimientos humanos, altruista sin par, abnegado, que acompañaba a tales virtudes una férrea disciplina, exigencia permanente mostrada con su propio ejemplo; en ocasiones mordaz, adornando en algún momento alguna u otra ocurrencia humorística. En la lucha guerrillera era frecuente verlo leer encima de la rama de un árbol; o en el piso de su despacho tras el triunfo de la Revolución.

Toda esta trayectoria y otras que escapan a mi mente es lo que ha hecho posible que allá en la Higuera boliviana, sus pobladores lo convirtieran en San Ernesto de la Higuera. Para ellos, admiración y profundo agradecimiento a todas esas personas humildes.

La humanidad tiene partos erráticos y otros sublimes. Aquellos llegan a ser verdaderos monstruos que enlutan; pero estos, como nuestro Che, son los reales e imprescindibles en lucha permanente contra la barbarie y la injusticia. Es imposible encasillarlo, porque su ejemplo trascendió a las formalidades y consignas. No fue un ser que le cobró su sacrificio a la Revolución, sino que le ofrendó hasta su propia vida.

Al Che hay que quererlo desde adentro, con firmeza y abnegación en cada uno de nuestros actos, luchando denodadamente por la justicia y la paz en este mundo.

Che, permítame ser su hermano. Trataré de no defraudarlo.

Mejor es morir abrazado por el sol que ir por el mundo, como una piedra viva, con los brazos cruzados”. José Martí

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