Danzón y beisbol: pasión e identidad

Al respecto,  el escritor y periodista Leonardo Padura, Premio Nacional de Literatura 2012, afirmó que sin contar la música y el béisbol, no podía delinearse el perfil psicológico-social de este pueblo.

Roberto González Echevarría, el más importante de los historiadores del beisbol cubano, en su valioso libro La gloria de Cuba: Historia del béisbol en la Isla, llamó la atención en el hecho de que no resultaba casual que el juego de pelota y el danzón hicieran acto de presencia en una época y un escenario  geográfico similares.

El primer juego de béisbol reconocido oficialmente en los anales de la pelota cubana, se realizó en los terrenos de una extensa llanura conocida como Palmar de Junco, en la actual provincia de la Habana, en 1874 y el  danzón “Alturas de Simpson”  ─que se tiene como el primero en su género─  se estrenó en 1876, también en predios matanceros.

Esta coincidencia histórica fue un argumento  de González Echevarría para afirmar que «al igual que el béisbol, y quizás aún más que este deporte, la música cubana y la aparición del danzón, desempeñaron un papel fundamental en la constitución de la conciencia nacional».

Esta no es la única confluencia  que presentan el béisbol y el danzón. En relación  a su origen y evolución hay otras muy significativas.

Ambos nacieron con cierto distanciamiento  de las élites intelectuales criollas y españolas: el béisbol entre los  trabajadores portuarios  y el danzón entre las capas medias negras y mulatas de la población insular.

Añádase a lo anterior que baile y juego traían fuertes componentes no hispánicos. El danzón  revelaba una honda huella africana y francesa, mientras que el béisbol  provenía de los Estados Unidos (con su carga lexical inglesa), lo cual era ciertamente explosivo, en una época donde todavía prevalecía en ciertos círculos políticos criollos la idea anexionista como vía para alcanzar la independencia.

El Danzón o Danzón cubano. Es un ritmo y un baile de origen cubano que forma parte de la música tradicional de Cuba. Foto Internet

No es descaminado por tanto afirmar que el suceso cultural que significó la irrupción del nuevo baile de salón, unido a la literatura modernista y el arraigo del béisbol en el gusto popular cubano, constituyeron sólidos argumentos del nacionalismo insular en sus luchas simbólicas contra la hegemonía cultural ─y por consiguiente, política─ de España.

El ya citado González Echevarría va más allá y apunta hacia la sexualidad del baile y el ajetreo físico del deporte como elementos  subversivos a las costumbres sociales de la época, favorecedores de una mayor mesura en los movimientos. «El danzón escribió el  mencionado autor ─ se compone de movimientos sensuales, pero su erotismo no es explícito, sino que se insinúa al amparo de los escarceos rítmicos, los avances y retrocesos de la pareja (…) el béisbol, por su parte (…) también propiciaba la liberación de los cuerpos mediante movimientos gráciles y pausados».

No resulta extraño que  el béisbol y el danzón crecieran bajo la mirada recelosa de las autoridades coloniales. La historia justificó en gran parte sus resquemores, porque en la medida que se expandió la fiebre por el deporte de las bolas y los  strikes, los partidos se convirtieron en fachadas para la reunión de conspiradores independentistas.

Apuntan los cronistas deportivos de modo casi invariable, que los desafíos beisboleros concluían con una cena y un baile, acompañado usualmente por alguna de las célebres agrupaciones danzoneras del momento, como por ejemplo, la orquesta de Raimundo Valenzuela y Antonio Torroella en La Habana o la de Miguel Faílde en Matanzas.

Sobre este mulato matancero, uno de los  pioneros en la composición de danzones, se sabe que tuvo una estrecha relación con lo que se convertiría en el pasatiempo nacional. Osvaldo Castillo, en su libro Miguel Faílde, creador musical del danzón, relató que al autor de “Las Alturas de Simpson” «le gustaba mucho el juego de pelota, pero la jugaba muy mal, por lo que le apenaba que lo vieran practicar».

Castillo también contó que el destacado músico habló con su amigo Luis Simpson, quien le cedió en 1887 unos terrenos para que realizar en ellos prácticas beisboleras con sus amigos e integrantes de su orquesta.

El club favorito de Miguel Faílde era el llamado “Simpson” y su orquesta escoltaba a estos jugadores en todas sus excursiones, animándolos con su música en los intermedios.

La agrupación no solo acompañaba  a su club favorito, sino que también escoltaba a otros colectivos matanceros en sus viajes hacia La Habana. El director y compositor le dedicó el danzón “No se puede pedir más” a Enrique Meléndez Molina, director del club Matanzas.

Sobre estas giras beisboleras-musicales fue publicada una reseña en La Aurora del Yumuri  (1889), que daba cuenta de esta excursión y apuntaba: «…en cada paradero un danzoncito».

Más de ciento cuarenta años tiene esta suerte de romance entre el beisbol y el danzón. Éste perdió prevalencia entre las preferencias de los bailadores, pero aún existen cultivadores y seguidores que luchan para preservar su lugar como expresión de identidad.

El béisbol por su parte, a pesar de  no atravesar actualmente por sus mejores momentos, sigue congregando público  y esa fuerza de atracción se aprecia en las semifinales del Campeonato Nacional, que congrega a millares de aficionados en los estadios sedes de esos desafíos.

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