Así lo corrobora el hecho de que lo mismo un campesino, un estudiante o un científico; lo mismo un blanco que un negro; un religioso de cualquier denominación o una persona de cualquier orientación sexual pueden integrar las instancias de gobierno ya sea municipal, provincial o el mismo Parlamento Cubano.
Lo anterior lo afirmo con conocimiento de causa pues sólo basta asistir a una de las sesiones de las asambleas municipales del Poder Popular o a la cita provincial para advertir de inmediato el diverso abanico poblacional del que les comento.
Todo ello ocurre sin que nadie tenga que invertir ni un centavo en campañas electorales de ningún tipo. Y es aquí donde los invito a reflexionar porque el tema electoral es uno de los más cuestionados históricamente por sucesivas administraciones norteamericanas que han asociado este asunto a las libertades fundamentales y a los derechos humanos que según ellos se violan en la Isla.
Ahora mismo, cuando en el propio Estados Unidos se viven intensos días a pocas jornadas de las elecciones presidenciales, lo cierto es que confirmo que nunca quisiera que en Cuba fuera de igual modo.
En primer lugar para postularse allí hay que tener muchísimo dinero como el magnate inmobiliario Donald Trump o como la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, pues de lo contrario sería imposible sufragar toda la campaña que demandan unas elecciones en la norteña nación, la cual ya suma unos 6 600 millones de dólares . Evidentemente el norteamericano de a pie -porque allí también los hay- no puede ni soñar con llegar al más mínimo escaño político.
Pero no sólo eso: La falta de ética se adueña de este proceso y es visible con los “trapos sucios” que se han desempolvado con tal de ganar ventaja en uno y otro caso.
Sobre Trump circulan escándalos referentes a evasiones fiscales y videos comprometedores plagados de groserías alusivas a las mujeres, al tiempo que la Clinton tampoco ha quedado limpia al ser investigada por el FBI por miles de correos electrónicos enviados desde un servidor privado con contenido sobre el Departamento de Estado norteamericano cuando estaba al frente de esa responsabilidad, lo que pone en duda su confiabilidad.
Por supuesto, que cada una de estas vulnerabilidades han sido usadas por ambos candidatos presidenciales de la forma más agresiva y grotesca en sus comparecencias públicas donde han ocurrido verdaderas balaceras de insultos.
¿Acaso es esa la democracia que «sugieren» para Cuba?. En todo caso la verdadera clase de democracia la pueden recibir ellos en cualquiera de los rincones de esta isla donde el más modesto ciudadano con sólo los méritos y la capacidad necesarios puede ganarse el derecho a representar a los suyos en los más altos escaños del poder estatal.