Díaz-Canel: cultivar la rosa blanca, dar la mano a pesar de la calumnia (+Audio)

La matriz enemiga echó a andar una descomunal propaganda sobre la presunta orden suya de lanzar a una parte del pueblo contra otra. Como el ladrón siempre piensa que los demás son de su condición, los que incitaron al desorden, al linchamiento y al vandalismo, quieren persuadir al mundo de que en la agenda revolucionaria se insertan el atropello, la expoliación, el crimen.

Hay un patrimonio común que salvar ante la salvaje acción de estos nuevos émulos de las tribus de Genserico. La tarea se hace con la participación colectiva. Es menester que la responsabilidad tome las calles. La experiencia apunta que jamás las piedras ni el resentimiento, lograron vencer la moral y el valor de los que aman y construyen.

Y en tanto la brutal campaña imperial le prodiga insultos y descalificaciones, el presidente Díaz-Canel habla de escuchar a insatisfechos confundidos, de salvar a jóvenes de familias disfuncionales que se dejaron arrastrar por la ola anexionista. Y reitera a pesar de todo la prioridad de apostar por la sensibilidad y por la vocación humanista de la Revolución.

En la hoja de ruta de la dirección revolucionaria, hay un sitio para el legado del sabio Fernando Ortiz. ¿Qué jefe de Estado en semejantes circunstancias asume criterios antropológicos, sin rehuir responsabilidades? Los principales medios del poder hegemónico lo culpan de miles de muertos, de innumerables desaparecidos, mientras él piensa en llegar con criterio científico a los barrios, a cambiar entornos, a perfilar destinos, a creer en el sueño de una existencia digna.

El presidente apela a la calma de los suyos. La demanda no se circunscribe únicamente a evitar la violencia innecesaria, a no dejarse provocar. Hay una guerra contra reloj, en la que el tiempo obra en contra de los que inventaron este capítulo de guerra no convencional contra Cuba.

Él sabe lo que dice cuando pide ecuanimidad. ¿Quiénes son los desesperados? Los vándalos sueñan con la intervención militar de los Estados Unidos, pero la historia recuerda insistentemente que ninguno de los halcones devenidos jefes imperiales, ni Reagan, ni Bush padre, ni Bush hijo, ni Donald Trump, se aventuraron jamás a atacar. 

Hay un fuerte acento martiano en la idea de Díaz-Canel de escuchar a los engañados por la propaganda enemiga, de recuperar a los jóvenes enredados en la aventura mercenaria. Es posible que no le falten desengaños, como escribió Enrique Collazo sobre el Apóstol, pero no deja de ser un gesto grande dar la mano a pesar de la calumnia, de cultivar la rosa blanca a contrapelo del odio y de la bruma.

 

 

 

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