Ethel y Julius Rosenberg, y los embustes mediáticos del imperio

A finales del siglo XIX los mecanismos de propaganda bélica e injerencista ya estaban empoderados en todo el engranaje informativo del planeta.

Los medios que eran propiedad del magnate William Randolph Hearst (1863 – 1951) montaron a la perfección una estrategia informativa para crear un estado de opinión en la ciudadanía estadounidense, capaz de forzar al presidente McKinely a ordenar la intervención norteamericana en la guerra Hispano-Cubana.

Detrás del entramado propagandístico belicista – la llamada prensa amarillista – se ocultaron los intereses hegemónicos, urgidos por el ansia de ocupar Cuba y desde aquí relanzar sus tentáculos económicos y comerciales sobre todo el Caribe y el subcontinente latinoamericano.

Cuando los Rosenberg fueron ejecutados en 1953, más de medio siglo después del amarillismo mediático de Hearst, gran parte de la opinión pública quedó convencida – a fuerza de repetición manipuladora a través de todos los medios de difusión entonces disponibles – de dos supuestos apotegmas: “los Rosenberg eran espías; el comunismo era una palabra obscena, un calificativo que denigraba a quien se le aplicase”. ¿Cómo se pudo lograr semejante estado de opinión?

Ejemplo de un cartel que sataniza el Comunismo

El margen para la reflexión, el discernimiento y la disensión resultaban demasiado estrechos; en cambio era difícil concebir la existencia – solapada – de una “dictadura mediática”.

Si había tantos periódicos y revistas, radioemisoras y canales de televisión que respondían a partidos distintos, ¿qué sucedía, entonces? Las agencias de prensa, verdaderas fuentes nutricias de periódicos y demás medios, eran escasas y controladas para mantener el control total de la información la cual, si no explícita, sí mediante una maniobra inteligente, portaba un “punto de vista” único, implícito y abarcador desde el manejo de la pirámide a la hora de construir la información, hasta resaltar y reiterar lo conveniente a los grandes centros de poder.

Muchos periódicos – cierto – administrados por núcleos de poder e individuos con ciertas disimilitudes de pensamiento – esto igualmente irrefutable – pero coincidentes en la defensa y salvaguarda del “establishment”, razón de su existencia y al que no se le puede rozar ni con el pétalo de una rosa.

Medios masivos diversos, alimentados con un mismo producto. No vienen al caso los nombres; lo importante es su idéntica esencia de fondo y al servicio del poder que funcionan.

La manipulación que durante la negra era del macartismo (1947 – 1957) acosó a innumerables artistas de Hollywood y no pocos intelectuales y científicos bajo el tristemente recordado Comité de Actividades Antiamericanas, desató una ruidosa campaña contra los Rosenberg, almas expiatorias de la Guerra Fría como parte de una coartada persecutoria contra neuronas y voces con discernimiento verdadero.

Las espeluznantes “listas negras” abundaron por todas partes y junto con ellas el miedo y la desconfianza.

El embuste mediático de los decimonónicos años de Hearst con su amarillismo se prolongaron con el apoyo al macartismo, la Guerra Fría y el crimen contra los Rosenberg. El mismo fenómeno propiciador de las invasiones a Nicaragua, Guatemala y República Dominicana.

En época reciente con sus versiones sofisticadas para invadir a Irak, acusando a dicho país de poseer armas químicas – hoy probada su falsedad por los documentos desclasificados -, como también se acusó a Irán de un supuesto programa nuclear militar, a Libia y a Siria de supuesto uso de armas de exterminio en masa.

Es el mismo cerco mediático – cambio de táctica sin abandono de la estrategia – que derrocó a Zelaya en Honduras y provocó la destitución de Lugo en Paraguay; el que desde hace años se aplica para desestabilizar los gobiernos progresistas de izquierda en Venezuela y Nicaragua; contra Lula en Brasil para impedir su vuelta a la presidencia, como antes el golpe de estado contra la presidenta Dilma Rousseff.

Un alto porcentaje de la información mundial está bajo control y es manipulada por un poder mediático omnívoro y prepotente. Se trata de una lucha desigual, incesante y prolongada a librar. Un dilema al que solo el fortalecimiento de una conciencia crítica y el crecimiento exponencial de la multipolaridad política planetaria pudieran ponerle freno. Ese es el desafío para reducir – y tal vez eliminar – la manipulación de la opinión pública.

Más importante aún: que se imponga el criterio inteligente, sabio y selectivo de cada ciudadano del mundo para no ser engullido por embustes mediáticos imperiales.

 

 

 

 

 

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