Eusebio Leal: la pertinencia de fraguar estrellas

Nadie debiera dudar de que este buen pastor de la villa de San Cristóbal de La Habana, debió de andar siglos hace con la lira a cuestas, cantando las glorias del combate y del trabajo, con los cuales el género humano fue transformando a lo largo de los años el rostro y el alma del mundo.

Debió de desandar la primera ruta humanal en África, en su dispersión por los confines de la Tierra, para explicarnos –como siempre lo hizo- que desde el amanecer constituimos una sola familia humana, que los principios son universales por su naturaleza compartible, y que la Utopía perdura porque nos ocupa desde que aprendimos a pensar.

Bastaba escucharlo para conferirle un sitio entre aquellos pescadores que acompañaron al Hijo del Hombre en la refundación de la esperanza. Eusebio Leal siguió siendo resurrección en cada capítulo conocido donde fuera indispensable salvar un sueño o reparar la justicia.

Aún lo advierto en cada carga contra las brumas, en la resistencia de las culturas originarias de las Américas, en la Ilustración del pensamiento, en la lumbre que distinguió a un siglo decisivo, en la barricada que insurge, en la fuente de derecho de las revoluciones.

Quien le siguiera la ilación de la palabra, sentiría en la piel el rigor del hielo o la huella sofocante del trópico, la nube o la profundidad insondable del planeta, los contornos de Occidente o los colores del Oriente, el Lejano y el Cercano, el parto de tantos pueblos muchas veces en gesta inevitable.

Nada escapó de esa hermosa oralitura: ni un segmento solo de tierra, ni una pequeña porción de mar. Eusebio Leal nos persuadió siempre que, como anotó el sabio, vivimos en un país real y maravilloso, porque quiso el destino que aquí concurrieran todos los encantos conocidos, como un sabroso ajiaco.

Por eso, lo aman devotamente en todas partes. Y en todas partes lo lloran. Eso explica la infinidad reconocida en órdenes, medallas y premios. Eusebio Leal no dejará de compartir con sus hermanos el orgullo de construir una Patria, una cultura, una ilusión, con el apostolado más hermoso que se conozca, cuya prédica se fundó con su propia sangre.

Y aquí en la empresa de emancipación más grande lo vimos transitar en triunfo. Como una vez logró Midas, convirtió la historia en trabajo, una tarea colectiva que fue a la calle a cambiar el entorno de ciudades, donde la salvación de cada piedra o de cada hermosa pieza edilicia, fuera otra congregación, un templo a su imagen y semejanza.

Ahora entiendo mejor su mensaje en el quinto centenario de su amada ciudad, cuando explicaba por qué no pudo hacerlo de pie, como siempre actuó. Habló de un mal que no había podido vencerle, y recurrió a una verdad que únicamente él alcanzaba a ver: llevaba consigo el cansancio por habitar a lo largo de miles de años en otros cuerpos, en quién sabe Dios cuántas misiones.

Soy de los afortunados que guardan en sus manos la llama del saludo de Eusebio Leal. También la confesión de su partida inminente. No solo sabrá quedarse ahora, sino que seguirá ese misterioso viaje por los siglos, descansando a pie de obra, sin rendirse, para acompañar a otros millones cuando se apague el Sol, y sea pertinente fraguar estrellas nuevas y otra casa mejor.

 

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