Con sus Motivos de Son, cantera de su materia prima, reveló zonas oscuras de nuestro ser social. Su aporte profundo a la africanía colocó las esencias del espíritu en su cenit.
Poeta popular, con sus sones y elegías, hizo que el alma cubana respirara con el sístole diástole del mundo. No tuvo que esperar a que ningún decreto lo nombrara poeta nacional, fue el pueblo quien le otorgó ese don para situarlo en el registro de los clásicos, en el ámbito de la eternidad. Proa de la vanguardia literaria rompió con una tradición de poetizar el país con metáforas criollas que no alcanzaron la legitimidad por ser ajenas a las raíces culturales que en su obra expuso el maestro de la etnología cubana Fernando Ortiz.
Como poeta elegíaco demostró su más afinada tesitura, tanto en los cantos de amor, como en las odas de carácter social y político. Dio voz a quienes se les escamoteaba su presencia en la sociedad. Y llevó esa voz a la quintaesencia de su estilo poético.
“Traemos nuestro rasgo al perfil definitivo de América”, escribió en el poema “Llegada”, para consagrar el alma cubana y llevar ese mensaje a todo el Caribe.
Su concepto de color cubano coincidió una vez más con los postulados de Ortiz y con la epifanía de la mulatez. Fue, además, un poeta ecuménico y cálido, que puso su obra al servicio de la patria mayor, la de todos los poetas, que no es otra que la lengua. Y esa lengua fue el español, su lengua materna, en la que bebió de los clásicos de la península como Lope de Vega, Juan Boscán o Garcilaso, entre otros. Siendo más cubano que una palma real fue, sin dudas, el de más convocatoria internacional, razón por la cual asumió la presidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 1961.
Hizo gala de sus métricas con un lenguaje suelto, desenfadado y coloquial. Nos enseñó a ver la realidad con una óptica desprejuiciada sin olvidar todos los colores del prisma nacional.
Garante de una visión oblicua de la vida, la innovación fue su palabra de orden. Fue, además, un visionario porque escribió para las generaciones que le sucedieron, como la nuestra.
No tuvo epígonos sino seguidores de su teoría poética porque su escuela se selló en sí misma. No solo nos dio la forma sino la esencia. Fue un latido en el corazón de la isla, y nos enseñó a pensar sin coyundas, a ver el rostro del nosotros sin antifaces. Por todo eso afirmo, que fue acertada la decisión de crear la Fundación que lleva su nombre.
En ella conviven no solo su obra literaria sino sus postulados. En ella se defienden sus ideas contra la discriminación racial y el amplio diapasón de los racismos. En ella se busca la tan ansiada integración solo posible en un sistema social como el nuestro. Porque es una verdad, como un templo, que en una revolución profunda no pueden tener cabida ni la discriminación racial ni los prejuicios sean de la índole que fueren.
La Fundación Nicolás Guillén, su editorial Sensemayá y sus objetivos han acompañado siempre a la Fundación Fernando Ortiz; son dos almas gemelas en la defensa del patrimonio histórico y cultural de Cuba.
Ambas tienen la misión de poner un granito de arena en la obra que Nicolás y Don Fernando iniciaron hace ya casi un siglo, en honrar la memoria de ambos y en perpetuar su legado.
Enhorabuena y Aché.
Texto de: Miguel Barnet Lanza