Ignacio Piñeiro y la eternidad del son

Un buen día llegó a La Habana con su esencial montuno coral que pronto adoptaron otros géneros musicales nuestros. A Ignacio Piñeiro le debe su certificado de ciudadanía habanero; gracias a él se empezó a tocar y bailar en los salones de la capital y otras ciudades cubanas. 

Un día como hoy, hace 52 años, dejó de existir la leyenda musical que tuvo por nombre Ignacio Piñeiro Martínez (1888 – 1969). Nació en el barrio habanero de Jesús María, donde se respiraba un aire afro que lo marcó para siempre. Cuando existían los primeros sextetos, se le añadió un músico más y con ello surgió el primer aporte al ritmo. Su Septeto Nacional, nombrado así por la variedad de procedencias de sus miembros, marcó otra pauta en el pentagrama de este archipiélago. 

Escribir sobre el periplo musical de Piñeiro y su Septeto Nacional sería como volver a andar por caminos trillados. En este aniversario luctuoso del gran músico cubano resulta mejor recordarlo cómo lo sentimos y valoramos al disfrutar de sus composiciones. Es precisamente esto lo que deseo compartirles. 

Son Tradicional e Ignacio Piñeiro son dos componentes tan indisolubles que tienden a parecer sinónimos. ¿Quién lo dudaría? 

Del género sabemos que nació en el lomerío oriental de Cuba y que un día bajó a los llanos y llegó a las ciudades con su incontenible fuerza expansiva, la capacidad de mezclarse con otros géneros y de transformarse por sí mismo en variantes que le han hecho posible prevalecer más allá de épocas y nuevas sonoridades. Su sinergia natural es probablemente, si no el primero, una de sus más importantes particularidades. 

Por nacer monte adentro, el Son es parte de la música campesina. En su génesis palpita una esencia guajira duradera. Cantado con versos octosílabos – lo mismo que nuestra décima -, se exterioriza también como una sabrosa tonada de infinito colorido. El Son Tradicional es expresión bailable de la música Guajira que, nacida en campo adentro, llegó también un buen día a los salones. 

Uno de los aportes de Ignacio Piñeiro en su época fue reafirmar el espíritu campesino del Son Tradicional; incluso en su expresión urbana con instrumentos como el Tres, la guitarra y el güiro, muestras de esa “Alma Guajira” que lo acompaña en toda época y circunstancia.

Nuestro Son Tradicional es el primado del género y se consolidó como bailable en las ciudades. Ahí comenzó a transformar sus contenidos incorporando letras de ascendencia urbana. Lo más elocuente es que nunca perdió su gracia original, mantuvo invariables sus versos octosílabos y el montuno que hace de él un producto musical único. Entre las muestras más representativas debidas a Ignacio Piñeiro cito “Suavecito”, un clásico del género cuya letra manifiesta la buena aceptación que tuvo el Son tan pronto llegó a La Habana. 

Como otros géneros latinoamericanos y caribeños, el Son Cubano cuenta con la propiedad de referir historias, anécdotas y personajes. De ahí su condición de “cronista musical” de campos y ciudades, heredada por las variantes que le han sucedido en la modernidad; ejemplo, las creaciones de Los Van Van. Es su naturaleza bohemia, itinerante y criolla que lo hace tan tradicional, cadencioso y eterno, y capaz de expresarse a través de novedosos ambientes, sonoridades y épocas. 

El espíritu bohemio y parrandero del Son y sus soneros inspiró a Ignacio Piñeiro para contarnos su encuentro en Catalina de Güines con las butifarras del Congo Armenteros, conocidas en todo el mundo a través de un Son con aire de Pregón en su inigualable Montuno. Es el tema titulado “Échale Salsita”.

La obra musical de Ignacio Piñeiro perdura, y junto a ella la voz inconfundible de Carlos Embale, solo igualada en el género por la de José Antonio Rodríguez, otro grande que actualizó el Son con el Conjunto Sierra Maestra. Un criollismo campesino y afro cubano como nuestras palmas, enriquecido con creaciones de Miguel Matamoros, Rafael Ortiz, Lorenzo Hierrezuelo, Compay Segundo, Juan Almeida, Adalberto Álvarez y Juan Formell entre muchos más exponentes. 

A poco más de medio siglo de su desaparición física, la música cubana sigue en deuda agradecida por lo que Ignacio Piñeiro ofrendó a nuestro pentagrama.

Autor