No hacer como el cuento del gato

Pero ese chiste me recuerda un poco lo que comienza a suceder con algunos estados de opinión, alrededor de la decisión de comenzar el ordenamiento monetario y cambiario el próximo 1ro. de enero, comenta el periodista Francisco Rodríguez Cruz.

Resulta que, por mucho, mucho tiempo, más del que habríamos querido tal vez, este paso imprescindible para reordenar la economía cubana estuvo pendiente, no obstante, a los análisis políticos del Sexto y Séptimo Congresos del Partido, que respaldaban el consenso social sobre el tema.

Abundantes y muy detallados elementos se han ofrecido sobre los perjuicios que ocasiona en estos momentos la dualidad monetaria y cambiaria, sobre todo en el ámbito empresarial, a pesar de lo positivo que en su momento ese sistema resultó para enfrentar la crisis de la década del 90 o el llamado periodo especial.

Pues, bueno, llegó el momento de hacerlo. Y para comprender y asumir ese proceso, tal vez nos sea necesario adaptar un término que hemos escuchado mucho este año en relación con la contingencia que provocó la Covid-19 en Cuba y el mundo: la nueva normalidad.

Se trata entonces de pasar a otra nueva normalidad en el país, la económica, que como sucede también con la epidemiológica, no es volver al estado previo a la dualidad monetaria y cambiaria (una época que no vivieron ya generaciones enteras), ni seguir pensando la economía nacional y doméstica, como lo hemos hecho durante estas décadas de fragmentación de mercados.

Decirlo es muy fácil; hacerlo, más complicado. Por eso resultan tan importantes todas las explicaciones que ahora mismo se están brindando sobre la forma en que ocurrirá ese tránsito, y las readecuaciones que ello implica en el ámbito de los salarios, los precios de los productos y servicios, y otras transformaciones financieras.

Bromeaba hace unos días en las redes sociales al decir que en esta última semana se debe haber disparado el uso de las calculadoras en Cuba. Es lógico que haya inquietudes, dudas y hasta temores, por la magnitud del cambio que se nos avecina. Pero muchas personas parten del supuesto de que seguirían haciendo lo mismo que hasta ahora, lo cual no será posible.

Pensemos ¿Cuántas veces no hemos comprado productos normados y subsidiados, e incluso ya sin subsidio, solo por porque nos tocan por la libreta? ¿Cuántos costos deformados no han deformado nuestra manera de consumir, o han alimentado el acaparamiento o la reventa, y hasta el trueque a escala familiar? ¿Cuánto despilfarro institucional y hogareño no hemos protagonizado, paradójicamente, en medio de otras grandes escaseces que es cierto que nos hacen la vida más dura?

Lo que pasará a partir de enero del 2021 busca poner orden en toda esa maraña de parches y soluciones parciales acumuladas durante décadas, y está claro que nos afectará y cambiará nuestro modo de planificar la economía doméstica y en otras escalas superiores.

Tendremos más dinero y también más gastos, y en consecuencia, habrá que realizar una redistribución insoslayable de prioridades, que muy probablemente no serán las que teníamos hasta ahora.

 

La necesaria simultaneidad de tales medidas, introducen no solo un problema para la comprensión y natural ansiedad que nos puede provocar, sino también la posibilidad de interacciones no deseadas entre ellas, a pesar de la profundidad de los estudios. Hay oído atento y voluntad política para acompañar el ordenamiento con cualquier corrección que se precise, pero lo que sí no es posible, ni deseable, es postergar más este salto cualitativo.

Hagamos cuentas, eso está muy bien, pero no nos aferremos a lo viejo ni a la forma en que hasta ahora actuábamos. Razonemos qué vamos a tener que hacer distinto, para mejorar nuestra vida individual y colectiva en ese entorno de nueva normalidad económica. Pero, por favor, no nos adelantemos a los acontecimientos con reservas tremendistas. No hagamos, en fin, como el cuento del chofer que va a pedirle un gato prestado a otro para arreglar su carro.

 

 

 

 

 

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