Y añadía: En los campos de batalla murieron por Cuba -han subido juntas por los aires- las almas de los blancos y de los negros.
Ese sentimiento antirracista se arraigó con fuerza en la Revolución, que desde sus inicios sentó los pilares para la conquista plena de la equidad y la justicia social.
Pero su líder, Fidel Castro, admitió muchos años después que era idílico considerar como eliminado el mal de la discriminación racial en nuestro país, y reconoció que ese fenómeno no se suprime con una ley, ni con diez leyes.
En efecto, ésa sigue siendo en nuestros días una pesada herencia histórica y cultural en la sociedad cubana.
Todas las manos, todas
En los años recientes las autoridades políticas y gubernamentales han insuflado fuerza a la voluntad de enfrentar los vestigios de discriminación por el color de la piel en este país mestizo, diverso y único a la vez.
Es un proceso complejo pero inaplazable, en el que se avanza a medida que se reconocen los problemas y se actúa con coherencia e integralidad.
Cierto es que los beneficios sociales de la Revolución llegan a todos por igual, pero tampoco se desconoce que en el tejido social de la nación subsisten capas más frágiles a las que se les dificultan los caminos hacia la plena realización.
La Revolución demolió el racismo institucional pero aún se enfrenta a prejuicios, desventajas, estereotipos, incompatibles con la sociedad que queremos.
Mucho se ha hecho por la igualdad de todos los cubanos. Es la realidad. Aunque infames campañas quieran empañarla.