Nuestra unidad, talismán sobre las aguas

Como entre nosotros la unidad es talismán, entiendo muy bien lo que en estas horas difíciles —de la disciplina y de la espera por cuenta del nuevo coronavirus— ha querido comunicar una amiga desde el universo de las redes sociales. Hace ya un tiempo, para dar los buenos días, ella (la colega Jarocha) quiso «pedir la bendición de la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, para todos los cubanos estén donde estén.
 
Que el manto protector de Oshún cubra nuestra Patria y la sane; que su bendición alcance a nuestros médicos, científicos e investigadores; los proteja, los guíe y los ayude en el camino hacia el triunfo. Que su amor sea nuestra salvación, que entendamos que solo la unidad, la fuerza y las buenas acciones nos darán la victoria».
 
De tal modo volví a recordar que el tema alusivo a la necesidad espiritual como ingrediente de identidad, entraña un alcance de gran valor. Pocos pondrían en duda, por ejemplo, que la Virgen de la Caridad del Cobre es una figura que hermana a muchos en momentos de configurar esperanzas y de luchar por ellas.
 
Hace años, en un artículo que titulé Patria y fe, traía a colación las palabras de presentación de Eusebio Leal Spengler en el libro La Virgen de la Caridad del Cobre. Historia y etnografía, de Fernando Ortiz (con compilación, prólogo y notas de José A. Matos Arévalos). El texto, editado en el año 2008, aborda un tema encajado en lo más profundo de quiénes somos; y en uno de sus acápites —dedicado a la Virgen mambisa— conecta la fuerza de nuestros mitos con las tempranas ansias libertarias.
 
Eusebio Leal ha escrito en la presentación que «hacia 1929, comenzó Don Fernando Ortiz su indagación sobre el poético misterio del hallazgo en 1628, en las cristalinas aguas de la Bahía de Nipe, en el Oriente de Cuba, de la imagen de la Virgen de la Caridad, llamada luego del Cobre.
 
«Su imaginación le había llevado a investigar el huracán, vocablo indígena que define esos fenómenos de la naturaleza en esta parte del mundo, relacionándolos con las espirales dibujadas por los aborígenes en la piedra de las cavernas. Asimismo, con igual interés, se dedicó a indagar en la devoción de aquella imagen cristiana que, en Cuba, se había aparecido precisamente durante una tormenta, además de explicar la singularidad de su representación iconográfica».
 
Más adelante comenta Leal sobre cómo ante la tamaña certeza —según archivos documentales que contribuirían a fundamentar el carácter testimonial de la presencia de María en aguas cubanas— «prosiguieron no pocos debates que llegan hasta nuestros días, no solo por el hecho de que la Virgen de la Caridad del Cobre fuera proclamada Patrona de Cuba —el 10 de mayo de 1916— por el Papa Benedicto XV, sino porque devino genuinamente “símbolo de la cubanía”».
 
Eusebio comenta que los tres Juanes, «en trance de transculturación», que atestiguaron la aparición de la Virgen eran «dos indígenas y el negrito criollo (Juan Moreno), cuya longevidad le posibilitó dejar testimonio personal de la constatación del milagro».
 
Resulta ilustrativo el acápite del libro donde, bajo el título de «textos complementarios», aparecen materiales que Fernando Ortiz acopió para enriquecer su obra sobre la Virgen de la Caridad del Cobre. Más de una anécdota puede hallarse en esa parte sobre la Virgen mambisa:
 
«La Virgen de la Caridad del Cobre —anotó Ortiz— que fue Virgen trigueña para los castellanos conquistadores, llegó a ser, por una frecuente paradoja de las creencias populares, la Virgen cubana, la Virgen mambisa y antiespañola, según decía el sentimentalismo de los patriotas cubanos exaltados, cuando el hervor de las contiendas separatistas; oponiendo entonces la Virgen de la Caridad del Cobre a la Virgen de Covadonga, que era tenida por la más intransigente metropolitana e integrista».
 
Gracias a la búsqueda del gran investigador podemos leer, en la prensa cubana revolucionaria de 1871, ideas salpicadas de picardía afirmando que «la Virgen era insurrecta, y se pasaba en la manigua semanas y meses seguidos, según cuenta la tradición, apareciéndose luego en su santuario de El Cobre, manchada de lodo, y cubierto de zarzas el vestido».
 
En otra nota de Fernando Ortiz puede leerse cómo se contaba que Carlos Manuel de Céspedes, al entrar en Bayamo con las fuerzas liberadoras, hizo decir una solemne misa en honor a la Virgen de la Caridad, poniendo bajo su protección al ejército revolucionario.
 
«El doctor Fermín Valdés Domínguez, el fraterno compañero de Martí —anotó también Ortiz—, escribiría: “La milagrosa y cubana Virgen de la Caridad es santa que merece todo mi respeto porque fue un símbolo de nuestra guerra gloriosa”».
 
Otros apuntes comentan acerca de cómo algunos sacerdotes cubanos contaron sobre un escapulario de la Virgen de la Caridad que Antonio Maceo llevaba al cuello; o sobre «una copla cubanísima de la Guerra de los Diez Años, que así decía: “Virgen de la Caridad,/ Patrona de los cubanos,/ Con el machete en la mano/ pedimos la libertad”».
 
El cubano, tremendamente espiritual, resistente por naturaleza, busca siempre en lo más recóndito de sí para seguir adelante, y en ese esfuerzo que parece destino, cuando busca en su alma, encuentra a sus ancestros, o a una legión de ángeles, o a Dios, o a los héroes más inspiradores, o a milagrosos apoyos como el de la Patrona de Cuba, la misma a la cual, en estas horas de marcada incertidumbre, muchos le han pedido protección para los suyos.
 
Solo a alguien de mala fe, a alguien que no nos conozca y respete, se le ocurriría pensar que la Virgen puede ser tomada como punta de lanza para dividirnos Isla adentro, o para renegar de la Patria independiente. La devoción por ella nos recuerda, en todo caso, que somos hijos de un destino hermoso y común, y que nuestro suelo, como también expresó Eusebio Leal Spengler, puede ser la canoa sobre la que, como Juanes, navegamos al amparo virginal de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.
 
Tomado del perfil de Facebook de la periodista Alina Perera Robbio

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