A nuestro paso por sus calles nos acompañan los adoquines, herencia de la ya lejana época colonial; los amplios tejados de barro, elemento distintivo de esta tierra, igual que el panzudo tinajón, aunque no tan presente en calles y avenidas como quisiéramos muchos.
Dicen que en el Camagüey es donde mejor se habla el español en Cuba, es aquí también donde se cocina el tradicional matajíbaro, plato típico de esta zona, y somos también la cuna del ajiaco.
Tal vez la agitada vida moderna nos haga pasar por alto alguno de esos detalles, sin embrago, están presentes, son parte de la idiosincrasia lugareña.
Llevamos en alto el orgullo de ser parte de esta tierra, la misma que vio nacer al Poeta Nacional, Nicolás Guillén; a la relevante intelectual Gertrudis Gómez de Avellaneda, La Tula; al músico Patricio Ballagas y al pintor Fidelio Ponce de León, el artista de los pinceles tristes, todos figuras indispensables de la Cultura nacional.
Nos conocen también como la ciudad de las iglesias, esas bellas edificaciones que han devenido fieles testigos del decursar de los siglos en la otrora villa principeña. Aquí yace la legendaria y bella mulata que tantos corazones robó: Dolores Rondón, cuyo epitafio es uno de los más famosos en el país.
Para mayor orgullo, nuestro Centro Histórico es Patrimonio Cultural de la Humanidad, lo cual deviene reto constante para cada uno de los habitantes del Camagüey, quienes debemos convertirnos en celosos vigilantes para que la modernidad no afecte lo que hasta ahora se ha logrado resguardar del paso del tiempo.
Seamos todos cómplices de esta tierra, cuna también del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz -el más brillante jefe militar de su tiempo en el país-; aprendamos a respetarla y a valorarla, solo así las generaciones futuras también tendrán el privilegio de conocerla tal como hoy la disfrutamos lugareños y visitantes: con sus leyendas, tradiciones y cultura, únicas en toda Cuba.