El golpe maestro a las finanzas de la dictadura de Fulgencio Batista

El 26 de febrero de 1958 – dos días después del exitoso secuestro del campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio -, y debido a la inteligencia de Sergio González (El Curita), Jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento en La Habana se produjo un hecho debidamente estudiado, incluyendo los riesgos a correr,  el asalto revolucionario a  la Cámara de Compensaciones del Banco Nacional en que fueron incinerados cerca de noventa millones de pesos contenidos en cheques y otros documentos de valor.

 Además del daño económico que podía sufrir el gobierno dictatorial había un objetivo superior y era crear un estado de desconcierto o inseguridad en el sector de las finanzas y en los poseedores de grandes cuentas bancarias como eran firmas extranjeras y cubanas así como grandes terratenientes y la burguesía en general.

Para evaluar la acción a acometer, “El Curita“ citó a parte de los que participarían, en la misma, en un lugar que acostumbraba a utilizar, la iglesia de 10 de Octubre.

Al día siguiente del encuentro, y a través de las relaciones que se habían fomentado con un empleado de la citada Cámara  ubicada en el edificio de la calle Amargura esquina a Cuba, en la Habana Vieja, se pudo hacer un recorrido por los locales donde se efectuaría la acción.  Esto propició la creación de un plano con todos los detalles a tener en cuenta para evitar cualquier fracaso.

En principio, y aprobado por Sergio, se acordó que además de los  combatientes que harían directamente el sabotaje, otro cuidaría la entrada principal que daba a la escalera hacia el segundo piso.  Serían otros cinco militantes los que estarían en las afueras de la institución para reforzar la vigilancia y alertar sobre cualquier situación anormal que se presentara, de carácter policíaco.

En horas de la mañana del 26 de febrero cuando se abrieron los servicios de la Cámara de Compensaciones y simulando ser empleados bancarios se introdujeron en la institución tres integrantes del comando del Movimiento, Manolo,  Arturo y Máximo, vestidos elegantemente y portando abultados maletines de mano que contenían envases con gasolina envueltos en viejos papeles de banco. Ya en el segundo piso, se  notaba un gran bullicio producido por  las personas que acudían a las diferentes taquillas para hacer distintas transacciones bancarias.  Todo parecía estar en plena normalidad.

Los policías que se hallaban en la planta baja conversaban normalmente ajenos a lo que se produciría minutos después.  Había indicaciones de neutralizarlos si fuera necesario lo que no hizo falta. 

Al unísono y en movimientos rápidos, Manolo y Arturo esgrimieron sus armas ante el asombro de todos los presentes, mientras Máximo sacaba de un local contiguo documentación valiosa a incinerar: Se escuchó de inmediato: “Somos del 26 de Julio y vamos a hacer un sabotaje. Luchamos contra la dictadura de Batista.  Viva Cuba Libre”.

A los empleados de distintos bancos que llegaban para efectuar las compensaciones diarias, se les ordenaba entregar sus valijas.  Se dio el caso de que varios de ellos ayudaron a vaciar sus contenidos en la hoguera que ya iba tomando proporciones preocupantes. Al mismo tiempo que se producía el sabotaje los revolucionarios fueron apartando a los empleados de la Cámara de Compensaciones y otros, del lugar de peligro.

La operación había durado unos cinco minutos. Todo se produjo con gran rapidez y con un control absoluto.  Los combatientes bajaron las escaleras  y pasaron por frente de los uniformados con paso lento e indiferente.  Entonces, ya en la calle, se reencontraron, según lo previsto, todos los integrantes del comando tomando rumbos diferentes.

Muy pronto, la noticia del sabotaje se daba a conocer por varias emisoras.  Radio Reloj difundió el  siguiente texto: “Flash, flash, última hora. Varios individuos acaban de asaltar el Banco Nacional,  quemando gran cantidad de cheques y dejando al marcharse una bandera del 26 de Julio“.  En realidad,  fue un gallardete que colocó Arturo al lado de un busto de Martí que se hallaba en el local del hecho.

Sin lugar a dudas, fue un golpe maestro del Movimiento, de indiscutible impacto que se hizo sentir en los principales círculos financieros y económicos. Y se logró con gran precisión y sin el fuego de las armas.

Si bien el Curita fue disuadido de participar como jefe en el sabotaje que él había organizado, prefirió quedar desarmado al entregar, a uno de los integrantes del comando, su pistola Browning, la que utilizaba para su protección personal.  Fue un gesto de compañerismo, de alta sensibilidad.

Así era Sergio González (El Curita), quien unía a su valentía sin límites su alta autoridad moral, a la vez que era respetado y querido como jefe.

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