Hombradía del Mayor General Antonio Maceo, el Titán de Bronce

De los tres grandes pilares de la guerra independentista reiniciada el 24 de febrero de 1895, solo quedaba el Generalísimo Máximo Gómez. José Martí había muerto enfrentando a las tropas españolas, el 19 de mayo de ese mismo año.

Varios son los méritos que sobresalían en aquel mulato, nacido en Santiago de Cuba el 14 de junio de 1845 y quien se convirtió en el patriota más consecuente y decidido de las gestas liberadoras emprendidas por el pueblo cubano en el siglo XIX.

Surgido de los estratos más humildes, de madre, padres y hermanos que supieron tomar el camino de la lucha por la independencia indicado por Carlos Manuel de Céspedes, Maceo escaló a fuerza de valor, inteligencia y prestigio los más altos cargos militares hasta llegar
a ser Lugarteniente General del Ejército Libertador.

Sus principios políticos, éticos y morales, así como el trato firme, pero respetuoso hacia sus subalternos, fueron características practicadas en todo momento. Combatir a su lado se consideraba un orgullo, un alto honor.

Jefe indiscutible que siempre se situaba a la vanguardia de su tropa a la hora de combatir. Unía a ello sus dotes de gran estratega militar, lo que llamaba poderosamente la atención de expertos, tanto del mando militar español como de otros países.

Su más grande hazaña fue dirigir, junto al Mayor General Máximo Gómez, la columna invasora que atravesó la isla de Cuba, de Oriente a Occidente, llevando el fuego revolucionario a provincias que no habían conocido la guerra en los procesos independentistas anteriores y donde se hallaba el poder económico y político de la Metrópoli.

Como sentido de reafirmación y dignidad revolucionarias, desde el mismo lugar en que se había producido la Protesta de Baraguá -calificada por Martí como el documento más glorioso de nuestra historia- , protagonizada por Maceo en 1878, salió el Titán de Bronce con 1403 hombres, recorriendo, según cálculos conocidos, 1700 km hasta el pueblo de Mantua, en el extremo occidental de Cuba, al cual arribó el 22 de marzo de 1896. No hubo fuerza enemiga que no fuera vencida por las fuerzas insurrectas.

Esa gesta heroica fue resaltada por el Che al decir que ello fue posible por un inmenso poder de organización, una inmensa fe en la victoria, y en la capacidad de lucha de sus hombres, y un poder de mando extraordinario ejercido, día a día, por Maceo.

El periodista estadounidense Clarence King escribió en 1897, para la Revista Militar de Bruselas, que la invasión del Ejército Libertador había sido “el plan militar más audaz de la centuria”.

Otras cualidades de Maceo se manifestaron en su transparencia al analizar y discutir problemas trascendentales como sucedió en La Mejorana, donde se celebró la histórica reunión para definir el curso de la Revolución, y en la que participaron, además de aquél, Martí y Gómez. Las contradicciones o criterios allí manifestados quedarían superados por el amor a la Patria.

La conducta de Maceo, tanto en Cuba como en la emigración, siempre fue irreductible. Para él, en la unión estaba el fundamento estratégico para alcanzar la independencia de la patria. Estaba convencido, además, de la continuidad de la Revolución.

Un ejemplo palpable de ello fue cuando en medio de la diáspora patriótica fundó, en 1892, la colonia cubana en Nicoya, Costa Rica, a donde fueron a trabajar y vivir destacados jefes de la Guerra de los Diez Años.

En realidad, cuando más leemos sobre Maceo, o investigamos sobre su vida, más se eleva la grandeza de ese ser humano excepcional que aspiraba a llegar al pedestal de los libres o sucumbir luchando por la redención de su pueblo.

Su largo bregar por otras tierras caribeñas y latinoamericanas, entre 1878 y 1895 fueron difíciles, no sólo por la situación por la cual atravesó para lograr su subsistencia sino enfrentando injustos cuestionamientos acerca de su salida de Cuba.

Fue un revolucionario que supo burlar o enfrentar varios planes de atentado organizados en la emigración para acabar con su vida, a cargo del espionaje español. Así sucedió en Haití, Santo Domingo, Islas Turcas, Santo Tomás, Nueva Orleans y Costa Rica.

Impresionante resulta conocer que Antonio Maceo, desde 1869 y hasta el momento de su muerte, había recibido 26 heridas en su cuerpo, en sus extremidades inferiores y superiores. Unas más graves que otras, en unas 800 acciones de guerra.

Aquel hombre que protagonizó la Protesta de Baraguá, al no aceptarse por España la independencia de Cuba y la eliminación de la esclavitud, alcanzó un escalón superior en el fragor del combate y de las ideas políticas, tuvo una visión objetiva de las aspiraciones de Estados Unidos para apoderarse de la soberanía y de la integridad territorial de la nación cubana.

Afirmaba Maceo: “…tampoco espero nada de los americanos, todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin ayuda, que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”.

Sin lugar a dudas, la grandeza de Maceo era altamente reconocida más allá de nuestras fronteras. La repercusión internacional de su muerte abarcó sectores disímiles en varios países latinoamericanos y europeos, y también en Estados Unidos.

Todos se refirieron con respeto y admiración del jefe cubano caído en combate. Así fue en el Parlamento italiano; en el Congreso de Estados Unidos; en los periódicos New York Journal; en el L Intransigeant, de París, pero también en declaraciones de destacados intelectuales como los franceses Lucien Descaves, Paul
Adam y Henry Bauer, el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, el español Marcelino Domingo, así como los poetas Guillermo Valencia, de Colombia, y Guillermo Matta, de Chile.

Con la pérdida de Maceo se perdía al más alto exponente del patriotismo cubano, la figura más excelsa de la Revolución, a juicio del General en Jefe Máximo Gómez, a quien la intransigencia revolucionaria y su desarrollo político lo llevaron al antiimperialismo.

El 8 de mayo de 1878, Maceo le había sentenciado al General español Arsenio Martínez Campos, antes de salir a la emigración: “Haré cuanto pueda para volver y entonces emprenderé de nuevo mi obra”.

No podía haber duda alguna en ello. El héroe de tantas batallas cumpliría la palabra empeñada. Con una ética a imitar, Maceo nunca dejó de reconocer a Máximo
Gómez como su maestro en el arte de la guerra irregular, forjándose entre ambos un gran respeto y admiración.

El hecho más sublime de Gómez respecto a esa amistad quedó demostrado con su felicidad al saber que su hijo Panchito estaba al lado de Maceo, como uno de sus ayudantes.

Los hechos conducirían a que ese valioso joven patriota, Panchito Gómez Toro, moriría al lado de su jefe en aquel aciago día de diciembre de 1896, 123 años atrás.

En los tiempos que vivimos se hace más necesario el fortalecimiento de la conciencia antiimperialista que nos legó el Titán de Bronce.

Por ello, cabe recordar por su vigencia, lo expresado por el Comandante Ernesto Che Guevara, en su discurso del 7 de diciembre de 1962: “El espíritu de lucha de Maceo, es el espíritu del pueblo cubano actual, en los momentos más difíciles”.

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