La responsabilidad social de la Prensa en tiempos de redes sociales

Pero sabemos que no es así. La abundancia de noticias, datos y comentarios no conduce a un mejor camino sobre lo que debe ser la responsabilidad social de la Prensa en estos tiempos modernos, máxime cuando muchas veces el periódico se torna en un repetidor de bulos y en otras ocasiones en cultivador de trivialidades que nada contribuyen al bienestar colectivo.

Quizás por esto mismo, se hace necesario repensar si en la actualidad el diario impreso debe ser un divulgador de noticias harto trilladas en la cotidianidad de la radio y la televisión, el periódico digital y la redes sociales o, por el contrario, convertirse en un instrumento formativo de otra naturaleza.

Esta es una preocupación que, como periodista, ronda mi cabeza desde hace años —recordemos que llevamos poco más de dos décadas insertos en el mundo digital— porque entiendo que todavía los medios impresos toman la ruta más fácil y, en otros casos, construyen realidades a partir de los intereses particulares de ciertos grupos, enajenados de la realidad colectiva.

Este problema se torna más grave cuando, en virtud de la moda, asumimos poses que nada tienen que ver con el buen periodismo y hasta adoptamos una modalidad lingüística que solo conduce al estereotipo, con la cual luego somos bombardeados por los diversos canales de divulgación hasta saturarnos, como si se tratara de un embutido.

La generalidad de los medios de comunicación que transitan esa ruta tampoco suelen rectificar ante la falsificación de los acontecimientos con medias verdades y cuando quedan expuestos de manera irrefutable dan una vuelta de tuerca para sostener que es justo lo que dijeron.

Ante este escenario, se plantea la necesidad de repensar el periodismo hacia uno de mayor profundidad en el contenido, lo que no significa mayor complejidad en la estructura, pues tal como marchan los acontecimientos terminaremos ahogados en una visión hegemónica en la cual se impone, además, un paquete de expresiones usurpadas y entremezcladas, como podrían ser revolución y primavera.

El propósito en este sentido es devaluar su contenido para, a la vez, resaltar el pensamiento hegemónico neoliberal que desvirtúa la realidad al pasarla por un prisma de dominación, como las llamadas primaveras o revoluciones árabes que han contribuido a la destrucción de naciones, tal en muchos aspectos con Irak o Libia, enarbolando una falsa bandera de libertad y democracia que termina en empobrecimiento colectivo y saqueo cultural.   

La prensa comprometida con el bienestar común tiene que construir su propio léxico, como ya lo hizo antes, y no marchar detrás de las consignas elaboradas con aparente ingenuidad en laboratorios especializados en la tergiversación de la realidad.

La dictadura del capital, que nos crea necesidades inexistentes como parte de su dinámica, mientras priva a las nuevas generaciones de una formación integral y de una educación gratuita accesible, también ha fortalecido con cierta sutileza la narrativa de la tergiversación de los acontecimientos.

Un ejemplo palpable en ese sentido es lo que ocurre con Venezuela, sin poner en contexto a qué responde esa situación, al igual que por seis décadas se ha hecho contra Cuba y su revolución.

En este aspecto, como parte de la dominación imperialista, hay una extensa historia en América Latina y el Caribe, donde los medios de comunicación de masas perpetúan una realidad divorciada de verdad.

¿Qué hacer, entonces? Los medios digitales tienen que ser más esclarecedores en la divulgación de noticias o comentarios, entre otras cosas, para evitar la posibilidad de convertirse en instrumentos de desinformación.

En cuanto a los periódicos impresos, su función —más que dar noticias— debe estar concentrada en los reportajes, las crónicas, las entrevistas, el análisis, que pongan en perspectiva la realidad por encima de la abrumadora manipulación a que se somete a los pueblos para vender la mentira como verdad.

 

 

 

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