Los más humanos derechos

Un mediodía recorría cierta populosa avenida y vio sobre la acera a un hombre de imagen miserable y vestido con harapos, mostrar una de sus piernas con una abertura sangrante rodeada de moscas; a su lado un raído sombrero vuelto hacia arriba, a la espera de limosnas.

En otra ocasión contempló el panorama de un matrimonio que, sillón de rueda en manos, mostraba una hija -al parecer de ambos- con un defecto físico; la pequeña
tenía su cabecita deformada, una imagen monstruosa, y servía de muestra para aquellos curiosos que en plena calle desearan “disfrutar” de semejante espectáculo
macabro y, al hacerlo, lanzaran en compensación alguna moneda para que aquellos infelices pudieran comer.

De visita en otro país, muy acostumbrada a los anuncios comerciales, fue sorprendida cuando entre uno y otro aparecían fotos de niñas y niños desaparecidos cuyos progenitores -personas hundidas en la penuria, por supuesto- clamaban ante instituciones caritativas que costeaban los anuncios, desesperados por conocer el paradero de sus pequeños.

Mi amiga, mucho más joven que yo, me contaba aterrada aquellas experiencias donde el lujo a raudales alternaba con los casos más increíbles de miseria, humillación y dolor.

Aquellas historias nauseabundas, rayanas con un surrealismo pasmoso y cruel trajeron a mi mente imágenes de mi niñez. Recuerdo cuando tocaba a la puerta de mi casa un señor de aspecto deprimente, con la boca babeante y un cartelito mal escrito en sus manos que rezaba algo así como “ayúdeme con lo que pueda, estoy enfermo de la garganta y necesito dinero para ir a un médico”.

Otras más, bien lejanas afortunadamente, afloraron desde el disco duro de mi mente cuando creía haberlas olvidado para siempre.

Hoy 10 de diciembre se celebra el Día de los Derechos Humanos. Hace 70 años, y tras el flagelo dejado por la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea General de las
Naciones Unidas proclamó una Declaración postulando un conglomerado de derechos universales e inalienables inherentes a todas las personas, cuyos estados firmantes se comprometían a cumplir.

La Declaración Universal ha sido publicada en más de 500 idiomas para que todos la conozcan. La universalidad de dichos derechos radica en que atañen a todos los seres humanos sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento, ni ninguna otra condición.

Fue un logro sin precedentes, aunque a pesar de muchos avances todavía prevalecen en muchas partes discriminaciones de todo tipo -incluyendo las manifestaciones xenófobas-, así como formas encubiertas y descaradas de esclavitud y comercio de seres humanos, entre ellos para la venta de órganos.

Cierto que ningún país tiene legisladas tan bárbaras prácticas, pero en muchas partes funcionarios de gobiernos y grupos de poder se hacen de la vista gorda para que su contubernio con los traficantes les reporte suculentas ganancias.

Más de treinta años después de haberse proclamado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la humanidad siguió siendo testigo de la impune prevalencia en Sudáfrica de una descarada e institucional forma de discriminación contra quienes constituían la mayoría de sus habitantes.

Hubo que esperar acontecimientos de todos conocidos para que el apartheid fuese definitivamente acabado; pero hoy mismo, siete décadas después, en muchas partes del mundo -incluso dentro de países firmantes- millones de seres humanos mueren por falta de asistencia médica, alimentación esencial o la insalubridad.

Cuba fue uno de los países firmantes de la Declaración, mas durante mucho tiempo un amplio sector de nuestro país careció de buena parte de esos derechos elementales aunque, eso sí, quienes supieran leer y escribir y reunieran otras condiciones, tenían el derecho de elegir a los que se enriquecerían con el erario público durante un periodo constitucionalmente determinado; ello, sin contar algún que otro golpecito de estado invocando la inconstitucionalidad de determinado gobernante, su corrupción o asociación gansteril, para como solución imponer algo peor.

Con el triunfo revolucionario de 1959 se erradicaron las injusticias sociales que no eran otra cosa que atentados flagrantes a los derechos humanos de decenas de miles de cubanas y cubanos. Se erradicó la delincuencial institución de la prostitución y sus males adyacentes.

La campaña de alfabetización enseñó a leer y escribir a todos sin excepción, dándoles la posibilidad de continuar estudios hasta el nivel superior. La salud dejó de ser un negocio para transformarse en el más noble y humanista propósito, con la formación médico imbuido de principios solidarios capaces de llevar su hálito de vida y esperanza a cualquier lugar del mundo donde se le solicite y permita ir.

Cuba tuvo que esperar once años, menos que otros países que aún aguardan, para implementar los más humanos de los derechos: el de la vida; la salud; la educación gratuita y obligatoria, y la posibilidad de cursar estudios universitarios; el derecho al trabajo y a la protección; a la maternidad.

Como pocos países, cada trabajador -mujer o hombre- disfruta del derecho a su descanso retribuido un mes al año y a escoger por voluntad propia, acorde a necesidad o gustos, la fecha en que desea disfrutarlo.

En Cuba no hay desaparecidos por ninguna causa y la universalidad de los derechos no excluye a nadie por su condición de raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento, ni ninguna otra condición, como mismo expresa Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Nuestro sistema penitencial, incluso, concibe y pone en práctica el derecho de los infractores a recibir atención médica y formación profesional para su reinserción social una vez cumplida la sanción impuesta.

En cuanto a los derechos políticos, todos y cada uno de sus ciudadanos cuenta con las vías para expresar inconformidades y proponer soluciones. El único límite radica en que nadie tiene derecho a fórmulas que conculquen el cumplimiento estricto y disfrute de los derechos más universales inherentes a todos.

En estos momentos el pueblo cubano está inmerso en un nuevo Proyecto de Constitución. La nueva ley de leyes es legislada libremente por todos y cada uno,
quienes con plena libertad y garantía para su vida, su trabajo y su dignidad, expresan sus puntos de vista afines o contrarios a los artículos propuestos. En unos meses ese Proyecto será sometido a escrutinio popular, y de ahí saldrá el país al que todos aspiramos, mejor cada vez y siempre perfectible.

Lo que Cuba prohíbe de modo tajante y definitivo es el supuesto “derecho” de unos pocos a pisotear el de los demás, al abandono a los más débiles y necesitados, la injusticia, los maltratos físicos y mentales, las desapariciones, la entronización de la violencia y el enriquecimiento a costa de lo que forma parte del patrimonio de todos.

Los más humanos derechos son aplicados por Cuba como parte de su cotidianidad y todos en conjunto integran un propósito cumplido que se profundiza de manera
consecuente y total.

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