Los hijos de Finlay

Para sus pesquisas partió de lo que se conoce como Teoría Metaxénica, cuyo principio enuncia la trasmisión de enfermedades a través de agentes biológicos portadores del virus o germen contaminante. Su mérito es totalmente incuestionable.

Gracias al descubrimiento de Carlos J. Finlay (1833-1915) se pudo erradicar en Cuba la Fiebre Amarilla, epidemia que diezmó su población, con mayor impacto durante la Reconcentración Campesina ordenada por el tristemente recordado Capitán General español Valeriano Weyler.

La obra del hombre de ciencia cubano fue más allá de nuestras fronteras; gracias a ella también se erradicó la epidemia en el área donde hoy se encuentra el Canal de Panamá; allí enfermaban y morían diariamente decenas de trabajadores dedicados a la construcción de dicha obra de ingeniería.

El Canal de Panamá se pudo concluir en gran medida gracias al descubrimiento del médico cubano. Otros países de Centroamérica y el Caribe igualmente siguen profesándole gratitud. Por ello podemos afirmar que Finlay fue nuestro primer médico internacionalista; llegó a muchos confinesdel mundo a través de su obra salvadora.

A partir del Triunfo de la Revolución Cubana la salud universal y gratuita se convirtió en realidad y  meta constante de nuestro proyecto Socialista.

Desde «La Historia me Absolverá» Fidel denunció la insalubridad generalizada que entonces se padecía en Cuba, donde solo quienes contaban con solvencia económica podían acceder a clínicas para su curación, y a la medicina preventiva.

Los escasos hospitales públicos antes de enero de 1959 eran instalaciones en mal estado, carentes de médicos y de fármacos. Cuando alguien llegaba allí se le atendía «de pobre solemnidad», en el decir cubano, y si necesitaba de algún medicamento o de un suero, su familia tenía que salir a comprarlo en una farmacia -si tenía con qué hacerlo- o resignarse a ver morir al ser querido.

En cuanto a las transfusiones de sangre, la necesidad hizo de ellas un negocio. Los más necesitados que se manteníancon salud vendían la propia, y siempre los mejores postores eran quienes contaban con el recurso pecuniario para adquirirla. Ese fue el agónico y pretérito panorama de la salud en la isla antes de 1959.

Con la Revolución triunfante comenzaron a estudiar los hijos de los más pobres; muchos se hicieron médicos -más que médicos- por haberse formado en un espíritu y conciencia de servicio a sus compatriotas y a todo aquel que lo necesite. La medicina cubana, desde entonces y para siempre, constituye un bien de todo el pueblo.

Forjados en el espíritu solidario internacionalista inspirado por Fidel, en el mismo momento que escribo estas líneas hay centenares de jóvenes de otros países formándose como médicos en la mayor de las Antillas, mientras muchos otros, ya graduados aquí, en nuestra Escuela Latinoamericana de Medicina, ejercen su profesión en sus países de origen y en otras tierras. Aprendieron de la medicina cubana su cientificidad, rigor y ética; también aprendieron de nuestra medicina su humanismo sin límites ni fronteras.

Muchos de nuestros profesionales de batas blancas se encuentran en parajes lejanos de la patria, lejos de la tierra que les vio nacer y de sus seres más queridos. Un sacrificio hecho en pos de ayudar a los más necesitados de servicios de salud, dondequiera que fuere.

Ellos pertenecen al linaje de Finlay, primer médico cubano en poner su conocimiento científico al servicio de la humanidad.

Es bastante difícil imaginar cómo en Brasil, donde la ultraderecha está próxima a la toma de posesión presidencial en la persona de Jair Bolsonaro, se haya pretendido humillar a la ciencia médica cubana y su labor solidaria, encarnada en nuestros profesionales.

Las indecentes declaraciones del mencionado personaje han puesto a nuestro país en la dolorosa necesidad de retirar su personal médico de allá. Es de lamentar cuántas personas que jamás sabían que era un médico, lo hayan perdidocon la partida de los nuestros, en la necesidadde retirarse por la infamia de la ultraderecha facistoide.

El gobierno entrante de Brasil es el único responsable de la carencia de médicos hoy, en las mayorías más humildes de su pueblo; en lugares inhóspitos donde muchos profesionales de allá rehúyen ir.

Cuba con su frente en alto continúa sirviendo donde se le solicite. Nuestra ciencia médica prosigue con sus notorios avances en la curación y profilaxis de diversos padecimientos. Vacunas cubanas, entre ellas las de la Meningitis y la del Cáncer de Pulmón, se aplican en el territorio nacional y fuera de él, al tiempo que se avanzaen múltiples proyectos de investigación.

Centros de referencia mundial como el Instituto de Medicina Tropical «Pedro Kourí» (IPK); el Instituto Nacional de Higiene, Epidemiología y Microbiología; el Centro de Inmunología Molecular (CIM); el de Ingeniería Genética y Biotecnología, y el de Neurociencias de Cuba, por mencionar algunos, acreditan la plena y absoluta voluntad política de la Revolución Cubana, que hace de la salud una prioridad.

Este 3 de diciembre se conmemora el aniversario 185 del nacimiento del doctor Carlos J. Finlay; como todos los añosen su honor celebramos el Día de la Medicina Latinoamericana; también el Día del Trabajador de la Salud, que abarca médicos, enfermeros, técnicos de la salud, investigadores y todo el personal que de una u otra formaestá vinculado al sector.

Ellos y ellas son los hijos de Carlos J. Finlay, nuestro «sabio glorioso y humilde» que tanto bien hizo a la humanidad. Son descendientes de Fidel, gran visionario que concibió un futuro de hombres de cienciacuya iniciativa hizo de la Medicina Cubana un paradigma de rigor científico, ética, humanismo y amor.

Por su conducta ejemplar nuestros trabajadores de la salud son también orgullo de la Patria.

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