El Senado estadounidense y los prófugos de la justicia revolucionaria. Año 1960

Sicarios que habían sembrado la muerte y el terror en la población cubana habían sido llamados a declarar, en nombre de la libertad y la democracia en dicho Subcomité con un guión prefabricado para atacar a la Revolución Cubana.  Era una farsa envuelta en todas las solemnidades del recinto del Senado como cuerpo legislativo.

Se utilizaba entonces a altos niveles del poder legislativo de Estados Unidos a personajes condenables acudiendo a los más espurios intereses de la nación vecina.  Para ese objetivo se unieron senadores reaccionarios y distintos órganos de prensa.

El entonces Embajador de Cuba ante las Naciones Unidas, Carlos Lechuga, expresó con suma objetividad: «Existía una especie de rivalidad entre el Congreso y la prensa para producir noticias contra Cuba y,  a la vez, Prensa y Congreso se alimentaban mutuamente, pues lo que veía la luz pública de los medios de comunicación servía de base para discursos e interrogatorios en el Capitolio y lo que allí se hacía era magnificado por la prensa.  Se trataba de un caso de histeria contagiosa».

Sin lugar a dudas, lo que se escenificó en el Subcomité de Seguridad Interna del Senado fue un espectáculo bochornoso  e incalificable, un miserable festival de infamias, con vistas a fabricar supuestas evidencias contra la Revolución Cubana y desacreditarla ante otros pueblos de la región para preparar acciones que condujeran a una agresión directa.

El show de apóstatas, criminales y malversadores, así como políticos corruptos comenzaba.

El citado Subcomité llamó como primer declarante al ex coronel Ugalde Carrillo, quien tantos desmanes y atropellos cometió cuando estuvo al mando del presidio de Isla de Pinos, en especial contra los revolucionarios que cumplían prisión por luchar contra la dictadura.

Las fábulas expuestas por Ugalde Carrillo, asesino del revolucionario Mario Fortuny, fueron varias: el supuesto suministro de armas a los rebeldes a través de un submarino soviético cuando se combatía en la Sierra Maestra, el establecimiento de una base de cohetes en ese territorio, y para colmo sus «investigaciones» sobre la Agencia de Noticias Prensa Latina cuando ésta no había nacido todavía.

Después le correspondió el turno al genocida Merob Sosa, el verdugo mortífero que asesinó a 108 campesinos indefensos en la Sierra Maestra, y muchos otros más, a quien le siguió  Francisco Tabernilla Dolz,  exjefe del estado mayor de las fuerzas armadas de la tiranía, quien utilizó a su favor el contrabando oficial que le reportó millonarios dividendos. 

Dijo en su exposición: «Creo que el ejército pudo haber resistido algún tiempo más a los rebeldes, pero no mucho, pues ya el pueblo estaba contra Batista».

Después del padre, vendría el hijo, llamado Silito Tabernilla, quien fuera jefe de la fuerza aérea y culpable de numerosas muertes ocasionadas por bombardeos en montañas y ciudades, pero además, uno de los militares más cercanos al tirano. 

Llamado a declarar contra Cuba, Rafael Díaz Balart acudió a diatribas y  respuestas sin valor alguno. Era un batistiano  comprometido hasta la médula con el régimen del 10 de marzo de 1952. 

Risas ocasionó entre los periodistas y fotógrafos la comparecencia de Andrés Rivero Agüero electo como Presidente de la República en la farsa de noviembre de 1958,  y a quien se le hubo de retirar la palabra por sus incoherencias y superficialidades.

Como si fuera poco, «acusadores» fueron dos sacerdotes, ambos desautorizados por la jerarquía de la iglesia católica en Cuba. Eran, de nombre, Eduardo Aguirre, expárroco del pueblo de Batabanó, y Maximiliano Pérez, de Managua, territorios de la provincia de La Habana. 

Este último estuvo involucrado en la fracasada intentona de invasión mercenaria contra Cuba  del sátrapa dominicano Trujilo y a quien el Comandante en Jefe le perdonó la traición, diciéndole: «¡ Ande padre, vaya para su parroquia!». Por el contrario, tomaría otro rumbo.

Al realizar un balance de los interrogatorios efectuados los senadores del citado Subcomité llegaron a la conclusión de que las exposiciones de los llamados  «refugiados» habían sido contraproducentes y poco creíbles, decidiendo paralizar el espectáculo para continuarlo más tarde a puertas cerradas, en secreto, o sea, sin público como había sucedido en la primera sesión.

La inmundicia del material humano y su falta de principios fue coronada con la noticia publicada en los órganos de prensa estadounidenses y cubanos de que mientras duraban los interrogatorios los declarantes recibían $35.00 dólares diarios.

Desde entonces y hasta la actualidad, los Estados Unidos han mantenido de forma invariable su política sobre lo que llaman los «refugiados», como parte de una sucia campaña destinada a la desinformación sobre la Cuba revolucionaria.

Viene al caso lo expresado por el doctor Ricardo Alarcón de Quesada de que «en la guerra que a Cuba hace el imperialismo la cuestión migratoria ha sido el arma más antigua.  La emplea desde el 1ro. de enero de 1959, cuando acogió con los brazos abiertos a los prófugos del batistato y no ha dejado de utilizarla hasta el día de hoy. Miami ( en febrero de 1959 ) hospedaba ya a miles de «refugiados batistianos  y se había convertido en un verdadero nido de asesinos, esbirros y ladrones de la peor laya».  Todos habían abandonado, como simples roedores, el barco de la tiranía cuando éste hizo agua.

Aquel espectáculo de la propaganda imperialista realizado en el Senado de Estados Unidos no ha sido único a lo largo de las distintas Administraciones estadounidenses que han ocupado la Casa Blanca desde que la Revolución triunfó el 1ro de enero de  1959.

Desde entonces, la resistencia del pueblo cubano ha derrotado con su firmeza y valentía basadas en la unidad las más pérfidas campañas y todo tipo de manipulación acerca de la verdad de Cuba.

 

 

 

 

 

 

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