Los olvidados, los que se quedan

Las respuestas son obvias: emigrar es su derecho, hay muchos que aspiran a hacerlo pero también otros que se quedan a conciencia. Aun así, molesta bastante que el protagonista hoy en día sea el emigrante y no quienes se quedan a construir el futuro de Cuba.

Lo olvidados entonces somos los enraizados, los que quedamos aquí en este país cargado de contradicciones. Eso tiene que ver con otras actitudes, como aquella amiga de antaño que regresó el otro día y quería enseñarnos a utilizar Facebook porque “este país es un atraso”. O los que piensan que en Cuba quedan los que no tienen oportunidad de marcharse, reduciéndonos a una suerte de perdedores. Esos y otros mitos circulan todos los días, dando una visión simplificada de este país según la cual todos nos queremos marchar. Y no es así.

Conozco muchos jóvenes que les iría bien en otras tierras pero se quedan en Cuba porque los mueven fuerzas mayores. Muchos desconocidos que hacen bien anónimamente, muchísimos que trabajan cada día por un salario simbólico y son los héroes olvidados de este país. De esos no escribe casi nadie, es más fácil visibilizar a supuestos “ganadores” o preocuparse por el desangramiento migratorio y no por la solución para terminarlo.

¿Por qué se van los jóvenes? Muchas razones, entre ellas la ausencia de un paradigma del éxito que sí tuvieron nuestros padres y nosotros carecemos, que toca construir. Quizás la respuesta para esto sea precisamente visibilizar, ¿a quiénes? A los que se quedan.

Por otra parte, el éxodo del 2016 no es el mismo que la crisis de los balseros en 1994. Aquello fue una respuesta ante la escasez más cruda que hoy en día ya no es tan así. ¿Qué pasa entonces? Por alguna razón en los momentos más duros del Período Especial el consenso nacional soportó embates que hoy no podemos superar. ¿Por qué? Quizás porque el proyecto de nación estaba más claro en ese entonces, porque existía el liderazgo carismático de Fidel Castro como mecanismo de unidad o sencillamente porque creíamos que era posible un regreso a la estabilidad de los años 80.

El día que aceptamos que no había un regreso posible, desaparecieron los paradigmas y las certezas. Nuestra incapacidad de generar un consenso y enviar señales claras sobre el rumbo del país o sobre cuál es el plan gubernamental para nuestro futuro, provoca el desaliento y la mirada hacia alternativas foráneas. Parte de la emigración cubana es también responsabilidad nuestra entonces como proyecto de país incapaz de generar un mayor consenso.

En el extranjero tengo a todos mis amigos de la infancia menos uno, que quizás se marche pronto también. Allá están mis compañeros de aula, mis novias y si quisiera hacer una reunión de clase, sería más fácil hacerlo en Miami que en mi ciudad natal. La empatía con el emigrado es inevitable porque con solo un par de giros en el destino cualquier de nosotros pudo haber sido uno de ellos. Aun con su participación y apoyo, el futuro de esta isla tienen que decidirlo los que viven dentro. Irónico entonces que esos sean los grandes olvidados en esta historia, los que se quedan.

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