Desde sus primeros compases continuos hasta la hora actual, la radio cubana nunca ha dejado de concebirse como un acto de creación. Quiere esto decir que la originalidad, las maneras de relacionarse con los públicos y el particular reflejo e incidencia en el devenir histórico de la nación caracterizan la singularidad de un ejercicio sostenido en el tiempo.
Estamos ante un hecho cultural de largo y penetrante aliento que cumple hoy un siglo de existencia. Cultura entendida como compromiso ciudadano, afirmación identitaria, construcción de imaginarios y ampliación de horizontes y expectativas espirituales.
Aun cuando casi durante sus primeras cuatro décadas la radio respondió, mayoritariamente, a intereses corporativos y comerciales, en esa etapa se registraron hitos de innegable valor y audacia.
El nacimiento y cristalización de la radionovela como género autóctono se reconoce como matriz de códigos que muy pronto fueron adoptados por el quehacer radiofónico en América Latina, y marcó la diferencia con las formas predominantes en las emisoras estadounidenses y europeas.
La apelación al desborde sentimental, las referencias a conflictos humanos cotidianos, la promoción de valores éticos sustanciales más allá de la simple confrontación entre el bien y el mal, el reciclaje de la cultura folletinesca y la revalorización de escenarios domésticos en los que se evidenciaban desventajas sociales, se hicieron visibles en el cuerpo de las radionovelas de mayor impacto popular entre los años 40 y 50 del pasado siglo.
Autores como Félix Pita Rodríguez, Dora Alonso, la mexicana aplatanada Caridad Bravo Adams, Iris Dávila, Aleida Amaya, Nora Badía, Mercedes Antón, Roberto Garriga, Jorge Jiménez y Rafael Paz cumplieron con esas premisas y fomentaron un paradigma adoptado por radioemisoras y luego por televisoras en varios países de la región.
Félix B. Caignet, sin duda el más exitoso autor cubano de radionovelas, afirmó en su día: «Nunca pretendí escribir ni La Divina Comedia ni El Quijote. Tenía que escribir prosa comercial para vender jabones, cremas dentales, cigarrillos, pero lo que escribía lo hacía con sinceridad, aprovechaba el surco abonado de la emoción popular para sembrar siempre un mensaje, una semilla de bien, de moral, de bondad, algo que estimulara la mejor convivencia de mis oyentes, de la humanidad».
Sin esos antecedentes no se explica la pervivencia y actualización de las ficciones dramatizadas en la radio cubana de las décadas más recientes –policíacos, históricos, radioteatros y radionovelas propiamente dichas–, la consistencia de una vanguardia de dramaturgos radiales que ha dado obras que deben ser estudiadas y analizadas a la luz de sus indudables aportes. Simbolicemos en dos creadores ese aliento vital: Joaquín Cuartas y Alberto Luberta; uno renovó las bases de la radionovela; otro consiguió plasmar un modelo aún no superado de humor costumbrista.
Luego está la entrañable relación de la radio con el desarrollo y difusión de la música cubana. Tradicionalmente, lo que no suena primero en la radio, no se impregna en la memoria de las audiencias, en lo que respecta a la zona de la cancionística y la música popular bailable. Fue así antes y lo es ahora. No significa que todo lo que salga al éter tenga valores de permanencia; influyen las modas, los gustos, los favoritismos, pero luego de un proceso de decantación quedan hitos irreductibles.
Varias radioemisoras, desde los tiempos fundacionales y en un arco que va de oriente a occidente, se convirtieron en plataformas para el establecimiento de jerarquías artísticas. Con las transformaciones del sistema de la radio, tras el triunfo de enero de 1959, el medio continuó siendo el puente más expedito para el establecimiento del diálogo entre las propuestas de obras, solistas y agrupaciones y las audiencias. Merecen menciones especiales, por la continuidad histórica y a la tradición que han sabido cultivar, los espacios dedicados por décadas al repentismo y a la música campesina en varias emisoras del país, así como el ingente esfuerzo de la CMBF para mantener un perfil para la música de concierto, que se ha extendido promocionalmente hacia otras manifestaciones de la cultura artística y literaria.
De modo tal que en las emisoras cubanas se ha ido acumulando un acervo en las fonotecas que da cuenta no solo de aquellos registros que tuvieron lugar como parte de los programas en vivo, sino de la memoria de la industria fonográfica nacional. Esto es algo que merece celebrarse también.
Para un medio que tras su primera centuria se debate entre las prácticas productivas consuetudinarias y las exigencias renovadoras, le vendría bien tomar nota de una incitación formulada por Alejo Carpentier –además de excepcional novelista, un decidido hombre de radio– cuando al regresar a Cuba, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, e incorporarse al quehacer radiofónico en su patria sugirió: «Este es el momento de crear necesidades nuevas en el oyente».
Autor: Pedro de la Hoz