Y del sueño americano, ¿qué?

Desde tiempo inmemorial – todo el siglo XX incluido – la propaganda pro-estadounidense había apuntado al “sueño americano”, país de gracia, meca para la consecución de sueños de prosperidad económica. Los Estados Unidos de Norteamérica son, por su constitución multinacional, una “nación de naciones”. Allá conviven europeos, asiáticos, africanos y gente de toda América; cada uno ha puesto algo de sí para incorporarlo a la gran nación.

Al estudiar la historia norteamericana percibimos que sus primeros inmigrantes, ingleses protestantes que huían del reinado de Jacobo II, llegaron con sus familias para establecerse y trabajar. Eso es parte de la historia.

Siglos más tarde, luego de la Independencia y a partir de los años de expansión al oeste, comenzó a tejerse el mito que ciertamente durante una época incipiente fue ideal para muchos seres humanos que emigraron allá en busca de mejores posibilidades. Al paso del tiempo, con su despiadado sino, se ha ocupado de deshilachar la leyenda. Primero el surgimiento de los monopolios que en su increíble fagocitosis económica concentraron el poder dentro y más allá de sus fronteras. Luego el predominio del capital financiero y el consecuente derrumbe del antiguo ideal que ha ido transformando el sueño en pesadilla.

En medio de ese entramado, el discurso de Donald Trump, actual Presidente de los Estados Unidos, sonó como una bomba contra el corazón de la diplomacia y la convivencia internacional; ello en el contexto del 73 periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU en Nueva York. Mientras la comunidad mundial se pronuncia en voces de sus líderes por la colaboración y el multilateralismo, Trump no escatimatérminos para amenazarcon una retórica beligerante y agresiva. En estos días la Asamblea General de la ONU parece una compañía marchando, donde todos levantan primero el pie izquierdo y uno de ellos, Trump, empieza levantando el derecho y vocifera que todos los otros están equivocados y hay que hacer lo que él dice.

Lo anterior también se traduce en el plano de su política interna: las drásticas impedimentas para el ingreso de inmigrantes, incluyendo la probable deportación de otros que desde hace mucho tiempo residen allí y hasta poseen la ciudadanía estadounidense.

¿Quién lo diría? América, la soñada; la meca de las aspiraciones hoy ha levantado un muro de odio contra sus vecinos – no solo los del sur sino contra sus propios aliados del otro lado del Atlántico, del mundo capitalista como ella. Es lamentable observar cómo Trump da la espalda a la colaboración, la globalización del desarrollo y la cultura de paz.

Y, ¿dónde quedó el sueño americano? ¿Desapareció para siempre o fue – en su momento – un circunstancial anzuelo seductor de cerebros y voluntades ingenuas? ¿Se abrirá paso algún día el sentido común en un país con potencial para desarrollar pacífica y armónicamente sus relaciones en un mundo de bien para todos los seres humanos? Ojalá así fuese.

De lo contrario, el “sueño americano” quedaría momificado para siempre en las apolilladas páginas de viejos números de LIFE y Selecciones del Reader´s Digest.

A veces, el "sueño americano" no brilla tanto como dicen.

 

 

 

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