Dos historias después de un Asalto

Sus nombres: Florentino Fernández León y Geracio Fernández Martínez, Héroes del Moncada y Héroes de la joven provincia de Artemisa, donde descansan otros tantos compatriotas que junto a ellos aquel 26 de julio de 1953, no dudaron en montarse en un tren rumbo a Santiago de Cuba sin conocer siquiera lo que debían hacer a su llegada.

Pero contaban con un guía: Fidel. Durante el Asalto, los jóvenes perseguían el mismo principio, mantenerse firme y llevar la Revolución a su máximo nivel. Luego de los tiros, las carreras y el enfrentamiento cara a cara con el enemigo, los nervios no disminuyeron.

«Cuando dieron la orden de retirada, salimos por una calle que no tenía salida. Íbamos en un carro. Luego lo abandonamos y todos nos dividimos y tocamos las puertas en diferentes viviendas para cambiarnos las ropas», comienza a contar Geracio Fernández Martínez, quien por primera vez se sintió desorientado sin saber hacia dónde guiarse y continúa:

«Fidel nos explicó que debíamos llevar la ropa de civil debajo del uniforme, para prever si nos hacía falta cambiarnos, pero no hice caso y me quité la ropa de civil y me puse la de militar solamente, también nos explicó que ante cualquier problema regresáramos a la Granjita, pero los que íbamos en la máquina no conocíamos nada de Santiago de Cuba».

«Toqué a la puerta de una casa y me recibió un veterano quien me preguntó que si estaba fajado con algún guardia, inmediatamente le dije que no, que necesitaba una ropa civil. Él entendió y sin pensarlo se quitó su guayabera y un pantalón de mezclilla que llevaba puesto, me los entregó y aunque no me servía tuve que ponérmelo.

«Salí caminando. La calle que transité me condujo hasta un costado del mismo patio donde horas antes sonaron los tiros. Estuve caminando largo tiempo solo, sin rumbo, por calles que nunca en la vida había visto. Ya llevaba dos noches sin dormir: el día 24 de salida para Santiago, el 25, los preparativos, y ya era 26. Pregunté en un lugar de hospedaje cuánto costaba para dormir, pero debía gastar los únicos 3 pesos que tenía conmigo y eso no lo podía hacer.

«Caminé hacia el malecón y pasada media hora, llegó un carro recogiendo a todos los que estaban allí. Al ver eso salí caminando por una calle que apenas recuerdo, hasta que después de mucho caminar, tropecé con un santiaguero que me preguntó si yo no era de ahí y entonces me pidió que lo acompañara. Y lo seguí. Me guió hasta una mueblería que era de su padre, me dijo que me quitara la ropa y se la diera a su madre para que la quemara porque él me iba a buscar ropa nueva. Pudo conseguirme medias, pantalón y otra guayabera que me quedaba mejor, en ese entonces solo tenía mío el calzoncillo y los zapatos.»

Geracio Fernández, ya casi estaba a salvo. En una casa que le ofrecieron comida y lo cobijaron durante varios días. Pero Florentino Fernández León aun dependía del destino.

«Yo era guardia de Batista», fueron sus primeras palabras al comenzar la conversación. «Llegué al Moncada porque siempre estuvieron en mi los más altos sentimientos patrióticos. No tengo pena de decir que fui militar de la dictadura pues ese fue mi frente de lucha. Conseguí la mayoría de los uniformes que usaron los revolucionarios durante el asalto y luego serví como enfermero en el hospital Saturnino Lora», continuaba Florentino Fernández, quien reflejaba en su rostro, los avatares que vivió los días posteriores al asalto.

«Después del combate, hubo un momento que me quedé solo y me monté en un ómnibus para salir de Santiago y llegué al municipio Palma Soriano. Pero fui apresado porque como yo era oficial de Batista, debía tener el pase que me autorizara a ausentarme de mi unidad. Me detuvieron junto a dos soldados de Oriente hasta horas de la noche del 26 pues un oficial informó que los militares no tenían ninguna implicación en los hechos porque los que asaltaron fueron civiles. Y nos soltaron.

«Pero yo debía permanecer ahí hasta que se normalizara la situación. Comencé a prestar servicio en un cuartel de Palma durante tres días. Cuando todo se calmó, me mandaron a presentarme en mi Unidad, o sea, en el Hospital Militar de la Habana. También me detuvieron. Debía explicar qué yo hacía en Santiago.

«El pretexto de los carnavales fue idóneo, dije que me fui con los muchachos a celebrar, pero cuando investigaron los muchachos, lógicamente, no aparecieron. Fui detenido entonces por el Centro de Inteligencia Militar (CIM), comenzaron a preguntarme por los uniformes, y sin justificación, me llevaron detenido para la cabaña donde estuve hasta el mes de septiembre, cuando volvieron a comenzar los interrogatorios.

«Y me tendieron una trampa. Me pidieron que empuñara un arma solo para ver cómo yo la tomaba y que apretara el gatillo simulando tirar hacia una esquina de la oficina. Para mi sorpresa el arma estaba cargada y al proyectar, se oyó un gran disparo, lo cual provocó un revuelo enorme y empezaron entonces a llegar personas de todas partes. Los militares alegaron que yo intentaba matarlos. Entonces ya tenían una justificación, iniciaron contra mí una causa de insubordinación con la tenencia de arma de fuego. Pero nunca tuvieron razón ni pruebas para juzgarme por el asalto», añadió Florentino Fernández, con una sonrisa visible en su ojos.

La casa de aquellas personas desconocidas pero que muy pronto se convirtieron en amigos muy queridos, fue el hogar que durante cuatro días compartió Geracio Fernández, hasta que sintió que debía continuar la marcha hacia La Habana. «El miércoles por la mañana pregunté por la hora de salida del tren para la capital. La hermana del compañero me advirtió que no saliera porque me podían coger preso, pero yo me mantuve firme y le dije que no se preocupara porque yo no iba a decir nada de nadie.

«Al llegar a la terminal de trenes me sorprendí porque había muchos guardias en ese lugar, pero caminé derecho a la taquilla, pedí un pasaje para La Habana. Nadie me preguntó nada. Cogí el pasaje, monté en el tren. Me senté al lado de un sargento del ejército hasta el final del viaje. Cuando llegué, estaban revisando el equipaje. Le ofrecí mi maleta a los policías para que la revisaran, pero me indicaron que continuara mi paso, todo porque andaba cerca del sargento, lo cual no los hizo sospechar. Así concluyeron mis acciones por el 26 y a mis 86 años, si tuviera que volver a tirar contra los imperialistas, lo haría sin duda alguna», cerró su historia Geracio Fernández y Florentino concluía también.

«Continué preso por varios días, hasta que me enteré por un soldado amigo que me querían matar. E inmediatamente se me ocurrió comenzar a simular que tenía problemas psiquiátricos, que estaba loco. Pero fue una experiencia muy difícil, porque me llevaron para la sala de detenidos del hospital y me dieron ocho electroshock, y aun así, no arrancaron de mí una palabra. Hasta que finalmente me licenciaron por insuficiencia física y me entregaron a mi padre con la responsabilidad en él de todos mis actos», finalizó Florentino.

Dos historias que tal vez se leen rápido, pero que el solo hecho de llevarlas al presente, impresionan y revisten de orgullo a quienes la vivieron, y a otros, que 60 años después, nos sentimos en el deber de respetar la valentía y admirar el arrojo de los más de 100 hombre que liderados por Fidel, protagonizaron una de las acciones más heroicas de nuestras luchas por la Independencia: el Asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

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