Duelo decisivo Cuba-Panamá en serie del Caribe de béisbol

Cuba no puede ser miembro pleno de la Confederación de Béisbol Profesional de Caribe (CBPC) debido al bloqueo de Estados Unidos contra la isla, que cobró vida hace más de medio siglo.

Mientras tanto, Panamá organizó el certamen luego de surtir efecto las presiones de Washington sobre la CBPC para quitarle la sede a la urbe venezolana de Barquisimeto. El campeón del país del gran canal interoceánico obtuvo su cupo prácticamente de carambola.

Luego de verse contra las cuerdas, en caída libre por el abismo más profundo, Cuba logró sacar su paracaídas a tiempo y aterrizó en la final con altas cuotas de suerte. Eso sí, el match-ball de ayer frente a Venezuela lo ganó con méritos de sobra, por blanqueada a cinco manos, 3-0.

Obligados a ganar contra los venezolanos Cardenales de Lara para acceder al duelo por la corona, los Leñadores tuvieron en el pitcheo a su gran fortaleza, en especial las faenas del abridor Lázaro Blanco y del taponero Raidel Martínez, ganador y salvador del choque.

Blanco alcanzó su segunda victoria y prolongó a 12 la cadena de entradas sin permitir carreras en la lid, para erigirse como el mejor serpentinero del torneo sin discusión alguna. Martínez, por su parte, cerró el juego a todo tren y dejó muestras de su gran talento para conservar ventajas pequeñas.

A este pitcheo superlativo, los cubanos sumaron una defensa hermética y además contaron una vez más con el protagonismo ofensivo del slugger Alfredo Despaigne, el bateador de más caché en la justa, superestrella en la Liga Profesional de Japón, con los campeones del Fukuoka Softbank Hawks.

Despaigne impulsó la primera carrera del duelo y alcanzó así las cinco en la Serie del Caribe, líder, empatado con el mexicano Víctor Mendoza.

De hecho, Despaigne acumula cinco de las ocho carreras anotadas por Cuba en la lid, justo el 62.5 por ciento, algo que demuestra dos cosas: el Caballo de los Caballos mantiene su alto perfil productivo, pero los otros bates de los Leñadores parecen hechos de papel a la hora de remolcar compañeros para el plato.

Cuba prácticamente salió de la tumba y de manera milagrosa regresó a la vida en este torneo, y muchos fans supersticiosos aseguran que su coronación es parte del destino porque se juega en Panamá, suelo sagrado para los clubes de la mayor de las Antillas.

Cada vez que el certamen se disputó en la nación istmeña, léase 1952, 1956 y 1960, en todos los casos, sin excepción de ningún tipo, ganó un equipo cubano.

Incluso podemos ir más allá: los clubes cubanos archivan 17 victorias en los 20 partidos que disputaron en tierras panameñas, un porcentaje casi paranormal de victorias y derrotas.

Y entonces, para afianzar aún más las premoniciones, Panamá, la cenicienta del grupo B, pasó por encima de los poderosos Puerto Rico y República Dominicana para acceder a la final contra todo pronóstico objetivo y dejar de claros favoritos a los cubanos.

Los Toros de Herrera vencieron dos veces a los boricuas Cangrejeros de Santurce, cinco veces monarca de la Serie del Caribe, y dividieron honores ante el elenco quisqueyano Estrellas Orientales, con varios ligamayoristas en su nómina.

Tras quedar empatados con balance de 3-1, panameños y dominicanos debieron acudir al sistema de desempate TQB, el cual benefició a los dueños de casa, quienes, recordemos, solo ganaron en una ocasión esta justa, específicamente en la edición de 1950.

Panamá, que no jugaba una Serie del Caribe desde 1960, volverá a salir como cenicienta en la final, pero contará con un factor importante: el estadio Rod Carew, el mismo que lo llevó en volandas durante todo el torneo.

Los organizadores anunciaron que habrá sorpresas para el duelo de mañana y comenzaron a rodar muchos rumores: ¿Será el propio Carew el encargado de lanzar la primera bola de la final?

Aquí ya lanzaron la primera bola en algún juego otros fenómenos de la historia del deporte, desde Mariano Rivera, hasta Yohan Camargo, Bruce Chen, Carlos Lee y el mismísimo Roberto Alomar.

Recordemos que Mariano Rivera y Rod Carew son los únicos panameños en el Salón de la Fama de Cooperstown, y además tengamos en cuenta que el boricua Roberto Alomar también tiene su asiento en el templo de los inmortales de las Grandes Ligas.

O sea, el lanzamiento de la primera bola en este certamen es un ritual, un acto litúrgico, de primer orden.

La expectación es máxima. Cubanos y panameños harán hasta lo imposible por subir al trono. La gran final de los clubes invitados será el centro del mundo de las bolas y los strikes, incluso algunos olvidarán por un rato a Bryce Harper y Manny Machado. Y sigue esta pregunta en el horizonte: ¿Rod Carew reclamará el protagonismo?

Fuente: PL / Editor: Conrado Vives Anias

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