Santa Clara, un alto para saludar al amigo

Fidel atrasó la salida de la expedición para esperar que el Che saliera de la cárcel, e hizo hasta lo imposible para evitar la deportación que sobre el joven médico argentino pesaba.

El Che vino dispuesto a morir por Cuba y por Fidel. «Vámonos, ardiente profeta de la aurora, por recónditos senderos inalámbricos a liberar el verde caimán que tanto amas».

Fidel lo designa médico: «Che era una de esas personas a quien todos le tomaban afecto inmediatamente. En aquellos primeros momentos era el médico de nuestra tropa».

Después de Alegría de Pío, ante la disyuntiva de la mochila de medicamentos o la caja de balas, el Che se decidió por la última. Se hizo soldado.

Fidel, cuando todos firmaban la carta de condolencias a Frank, por la muerte de su hermano Josué, señaló al espacio donde estaba el nombre del Che, y dijo «ponle Comandante».

El Che, en abril de 1961, escribió: «Fidel es un hombre de tan enorme personalidad que, en cualquier movimiento donde participe, debe llevar la conducción (…)»

Fidel le asigna al Che las mayores y más complicadas tareas: «Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un solo día de descanso (…)»

Che, en su carta de despedida a Fidel: «He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe».

Ante la muerte del Che, Fidel dijo: «Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus virtudes (…), su voluntad, su tenacidad, su espíritu de trabajo.  (…) ¡nos dejó su ejemplo!».

El Che había prometido a Fidel: «(…) si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento, será para este pueblo y especialmente para ti».

Fidel, en Santa Clara, el 17 de junio de 1997: «¡Gracias, Che, por tu historia, tu vida y tu ejemplo! ¡Gracias por venir a reforzarnos en esta difícil lucha que estamos librando (…)!»

Hoy, 30 de noviembre de 2016, ambos revolucionarios se unirán para siempre en la eternidad, y por unas horas, Santa Clara le servirá a Fidel como un alto en el camino.

Será el reencuentro  con el Che, en su Memorial,  y allí, los dos solos, volverán a tener las interminables charlas que comenzaron aquella fría madrugada de Ciudad México, en 1956.

Si el Che reforzó a la Revolución y siguió ganando batallas, ahora que Fidel se le une en el sagrado altar de la Patria, la Revolución será doblemente invencible.

Bajo la mirada vigilante de José Martí, el Apóstol de Cuba, partió bien temprano el cortejo fúnebre con las cenizas de Fidel.

En la noche llegarán al Memorial del Che. Será la reedición de la Caravana de la Libertad a la inversa, ahora en marcha a la eternidad.

Cuando el Che rindió a Santa Clara, su ciudad, Fidel le ordenó marchar rápido hacia La Cabaña, en La Habana, para ayudar a salvar la Revolución que nacía.

Hoy, el Che le pide a su jefe quedarse juntos unas horas, uno al lado del otro, en el mismo recinto donde arde la llama eterna. Tal vez, Fidel le diga al Che lo difícil que le ha sido aceptar la idea de que esté muerto: «Yo sueño seguido con él, que está vivo».

Y el Che, con esa sonrisa pícara, le responda: «Fidel, hiciste más que nadie para construir de la nada el aparato hoy formidable de la Revolución cubana· Podés descansar tranquilo».

 

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