Ética, ¡qué palabra esa! Es decir, valores, comportamiento, compromiso interior. En la Jornada por el Día de la Prensa, permítanseme unas palabras sobre la ética periodística, esa que sobrepasa cualquier manual, sin importar si trabajas en la radio o en cualquier otro medio, o tal vez en un equipo de comunicación de cualquiera de nuestras instituciones.
La ética periodística hunde sus raíces más profundas, en primera y última instancia, en el compromiso irrestricto con su gente, con sus realizaciones y fulgores, al mismo tiempo que con sus angustias y esperanzas.
La ética es como la dermis, no se ve a simple vista; pero cuando falta, algo muy profundo se quiebra. ¿Qué peso real tiene? ¿Puede la ética misma convertirse en una utopía?
No ha de confundirse jamás el protagonismo con el pavoneo, el elogio merecido con la loa oportunista, el trabajo auténtico con el sensacionalismo disfrazado (buscador delike a toda costa), y por supuesto, ni hablar de la copia vil, del plagio. Tampoco son las edades las que determinan las capacidades, ni las geografías, ni otro elemento ajeno al desempeño mismo de la profesión.
Cualquier galardón periodístico o mediático que se otorgue ha de tener la ética como una de sus razones argumentales (y no la última), so pena de mirarse luego en empañados espejos.
Esos extravíos suelen reservar amargas cosechas.
“¿Cómo alguien incapaz de mirar hacia atrás, hacia el lado, hacia arriba y hacia abajo; alguien que se cree el centro del universo, puede ser buen periodista, actuar de manera ética, cumplir con la función social que le corresponde?”, me dijo una vez José Luis Estrada, el inolvidable periodista cultural de Juventud Rebelde.
El maestro José Alejandro Rodríguez, Pepe (Premio José Martí de Periodismo), tiene muy claro lo que implica la ética: “El no utilizar tu profesión y tu notoriedad para ningún beneficio personal. El ejercer el criterio y defender tus puntos de vista con contundencia y decencia, y no por eso ofender ni agredir. El no dejarte prestar para cualquier manipulación mediática, mentiras y difamaciones”.
La mentira es el tósigo del periodismo.
“El periodista siempre debe cortar por lo sano, debe reconocer dónde hay luz y dónde herrumbre”, apunta un profesional de la talla del espirituano Enrique Santiago Ojito.
¿Cuán lejos y cuán cerca estamos de esas luces o de aquellas herrumbres, en estos tiempos difíciles, en estos tiempos de noticias falsas, de redes socales, de tantos combates?
Ética no es una palabra, sino una condición inexcusable, para enarbolar para abrazarse a esta misión tantas veces hermosa, tantas veces difícil. Ser periodista es ser Quijote, no es la primera vez que lo digo. “A puerta sorda, hay que dar martillazo mayor”, apuntaba José Martí en el periódico Patria. En esos toques, nos va la vida.