Fue el 22 de octubre de 1895, a poco más de siete meses de la llegada del bravo Antonio Maceo a la guerra y a seis de la caída de José Martí.
Días antes el general Maceo había padecido fiebres altas pero la orden de concentración en la dilatada llanura de Baraguá ya estaba dada, por lo que el guerrero sobrepuso su voluntad y fue más fuerte que las dolencias del cuerpo.
El general dio la orden y el clarín de las cornetas lo amplificó. Entonces, imagino, debió oírse lo mismo que si tocaran al unísono todos los tambores de Cuba: la columna invasora se puso en marcha, tomando el camino de Holguín por la margen derecha del Cauto, (vía que la inteligencia mambisa había certificado libre de tropas enemigas) y que era, a la vez, la ruta más breve para llegar al territorio del Camagüey.
Nueve días después ya habían llegado a la prefectura mambisa que estaba en Mala Noche, ubicada en la encrucijada de los caminos de Holguín, Tunas y Bayamo, (en el presente un lugar cercano a Mir, Municipio holguinero de Calixto García).
Capitán Justo Magín Valdés, el Prefecto de Mala Noche
En ese punto se sumaron hombres de los regimientos Martí y García, en número de 350 y también debían unirse los hombres que le pidieron al general Bartolomé Masó, que ya estaban demorando más de lo que el destino de la invasión se podía permitir, según criterio del general Maceo. En Mala Noche los esperarían, decidió el guerrero, aunque el plan demore y la tropa llegue a Camagüey después de lo previsto. Pero una noticia demasiado adelantada del periódico mambí “El Cubano Libre” obligó al general a ordenar que se prepararan para continuar la marcha, aunque la tropa de Masó no había llegado todavía. En total sumaban 1 403 hombres, sin contar a los que se desempeñaban como ordenanzas, los acemileros, etc., que eran unos 300 más.
El prefecto de Mala Noche, capitán Magín Valdés, habría preferido tener más tiempo para terminar la preparación de la fiesta de despedida, pero de todas formas, la celebró. Asistió la tropa invasora y las mujeres de Holguín que habían llegado, para despedir a los hombres de sus familias, que se iban con Maceo.
José Miró Argenter, que en Mala Noche fue nombrado por el bravo Antonio para que se desempeñara como Jefe del Estado Mayor, y que periodista como era, escribió las “Crónicas de la Guerra”, dejó los siguientes párrafos del día de la despedida:
“Su devoción [de las mujeres de Holguín] por la bandera de la República las ha llevado hasta el campo militar, que puede serlo de encarnizada pelea, para ver desfilar la gran masa de orientales que acaudilla Maceo y dar el último adiós a sus seres más íntimos y amados. Ninguna denuncia su dolor al desprenderse de familiares tan queridos; ninguna opone necesidades del hogar, excepciones de orfandad o de viudez, que bastarían á eximir del servicio de las armas a sus parientes más allegados; todas, por el contrario, (…)
“Hay [entre ellas] quien tiene a su esposo en las filas; quien a sus hijos; cuál otra a su amante nupcial. Aquí se ve una mujer que perdió a su esposo en la guerra de los 10 años y ahora se desprende de sus hijos: se queda sola en el hogar. Más allá, una joven vestida de luto se afana en bordar las insignias que ha de ostentar su hermano: su padre cayó en las primeras acciones de la contienda actual. Otra joven, en amoroso transporte, coloca sobre el pecho de un oficial bisoño el relicario de la Virgen de la Caridad, para que lo libre de las balas enemigas: es prenda de enamorada”.
Lástima que Miró no dice nada de la sobrina del prefecto, maestra en Mala Noche, señorita Consuelo Álvarez Valdés, hija de la capitana de sanidad de la guerra grande, Juanita Valdés, Y no dice que el General Enrique Loynaz del Castillo se enamoró serio y tempestuosamente de la maestra. (Un amor que no se concretó, según parece, pero que a Loynaz le duró toda la vida y tanto que se rumora que en absoluto secreto trasladó los restos de Consuelo y los de su madre al panteón de la familia en el cementerio de Colón y que descansan junto a los de sus hijos célebres por lo grandes poetas que fueron).
LA NOVIA DE MALA NOCHE
Fue el poeta, guionista y director de programas de la emisora “Radio Juvenil”, en Buenaventura, Municipio holguinero Calixto García, Daer Pozo Ramírez, quien en medio de una de sus tardes de lectura, encontró la primera noticia sobre la olvidada maestra de Mala Noche. Estaba escrita en un libro poco leído del general Loynaz. Y desde entonces, como si fuera un detective, fue hilvanando la historia.
Un buen día descubrió que tenía de vecinas a las últimas primas de Consuelo.
- ESCUCHE EL PROGRAMA LA NOVIA DE MALA NOCHE
Tres años después de finalizada la guerra, el gallardo general Loynaz regresó a Mala Noche, cabalgando sin detenerse siquiera para abrazar a los viejos amigos…
Finalmente llegó a la casita de tablas de palma y techo de guano, piso de madera y cuatro ventanas que servía de escuela en el lugar donde había estado la prefectura. ¿Cuáles fueron los sentimientos de la maestra al verlo parado en el umbral de puerta? Eso no lo puede averiguar ni el más avezado de los investigadores. Nada más se sabe que la maestra ordenó a los niños que salieran del aula.
Los alumnos de Consuelo sabían que si el general Loynaz volvía era para casarse con la maestra, por eso, curiosos y con un poco de picardía, suponiendo que se iba a producir el típico encuentro de dos enamorados que hace mucho que no se encuentran, miraron por las rendijas de las paredes.
Fueron horas o quizás solo segundos de incertidumbre. La maestra miraba fijamente al General Loynaz… él tenía una sonrisa de esas que dicen: “He vuelto como prometí. ¿Ahora nos casaremos?”.
Pero de pronto se rompió el encanto, el rostro de Consuelo se hizo duro, muy duro, y le dijo: “Usted incumplió su palabra. No vino al terminar la guerra como lo prometió. Han sido cuatro años de espera. Durante ese tiempo ha cambiado mi manera de pensar, mientras esté viva mi madre NO me casaré”
Loynaz hizo sonar sus tacones como cada vez que recibía una orden de Maceo y se fue hasta donde crecían unos ciruelos. No hay testigos que le vieran llorar, pero todos creen que lloró amargamente.
Consuelo no se casó nunca con nadie.
Consuelo Álvarez Valdés, la Novia de Mala Noche.
¿El general Enrique Loynaz se dio por vencido? Si lo hizo, ¿por qué dedica una página completa a la novia de Mala Noche en su libro de Memorias de la Guerra? ¿Por qué en esa página escribe tantos elogios a la mujer que lo había rechazado?
¿El General amaba realmente a la maestra de Mala Noche? Si la amaba, como lo asegura en su diario de la guerra, ¿por qué no fue a buscarla inmediatamente que acabó la guerra? ¿Qué otra cosa tan importante lo retuvo por cuatro años?
Después de ocurrida la vuelta de Loynaz, Consuelo se marchó acompañada de su madre. Primero fueron a Manzanillo y después a Matanzas, donde consiguió una cátedra en la Escuela Normal para Maestros. Pero esa información crea más dudas que respuestas. Ella nunca había estudiado en escuela ninguna sino, solo, lo que su madre le había enseñado, entonces ¿cómo pudo ser maestra de los maestros de Matanzas? ¿No sería que detrás, como una sombra benéfica, estaban las muchas influencias de Enrique Loynaz?
Incluso, Consuelo Alvarez Valdés asistió a convenciones de maestros en México y Nueva York. ¿Ayudar a Consuelo desde la oscuridad fue la forma que encontró el general para conseguir el perdón de la muchacha?
Desde Matanzas regresaba la maestra a Mala Noche, cada vez que sus ocupaciones se lo permitían. En el apeadero del tren en Mir la esperaba uno de sus primos, hijo del viejo capitán Prefecto Magín Álvarez.
Cuando la mujer bajaba, una lluvia de maletas, cajas y sombreros al viento, invadían la estación…
Una vez cuando llegó, su primo tomó el equipaje como era su costumbre, pero ella, alarmada, pidió cuidado, ternura para con una maleta en la que traía un regalo valioso y frágil, dijo.
Atardecía cuando llegaron a la vieja casona donde años antes había organizado Maceo a la tropa de la invasión. Nada dijo Consuelo del regalo y larga fue su conversación con el abuelo que había sido el Prefecto, y también conversó con los primos, con su familia. Luego fue a la orilla de la vieja laguna para mirar el agua limpia y tranquila, donde se asomaban miles de estrellas.
Ah, que ya nadie mira las estrellas, dijo Consuelo, mientras un caballo blanco relinchaba melancólico…
Los recuerdos le poblaron la cabeza, así como aquella bestia, relinchaban los caballos que seguían a la hermosa cabalgadura del general Maceo, el primero de la fila…
Cuando terminó de encontrarse con sus fantasmas, volvió a la casona. Grave como quien va a oficiar una misa buscó la maleta y de ella extrajo una caja de madera reluciente… la tomó con ternura maternal y la colocó sobre la mesa. Abrió la tapa, coloca un redondel, dio cuerdas y de la caja comenzó a salir una música hermosa tocada por un arpa. Abrazados y en trance la familia escuchaba…
Fue Consuelo Álvarez Valdés quien por primera vez trajo un fonógrafo a Mala Noche.
Cuando la noticia se corrió, a matacaballo llegaron los curiosos que querían oír. A todos la maestra le explicaba el ritual y les decía lo de la magia que todo merece, del instante preciso. Les decía que es la noche dueña de la música, que solo se canta de noche… Y en la noche todos, asombrado, veían el girar de los discos mientras la música acampaba otra vez en Mala Noche.
En el tren del tercer día Consuelo se marchó a su escuela en Matanzas. En el portalón de la casa prefectura de Mala Noche quedó el revistero donde se exhibían, como el tesoro que eran, los libros escritos por Consuelo Álvarez Valdés.
Primero publicó en La Habana “Hombres Dioses”, que es un recorrido por el mundo espiritual de la autora, un paseo serio por diferentes religiones.
Y después una novela que tiene la siguiente dedicatoria: “A mi madre”. “A ti que me has visto sufrir y luchar, que me has alentado y ayudado a ascender por la penosa cuesta de la vida, dedícote este libro donde palpita, como en la arteria la purificada y tibia sangre, la filosofía que nos ha consolado, que nos ha nutrido de sano alimento espiritual, que nos ha dotado de estoica serenidad para vencer los obstáculos que toda mujer encuentra a su paso por el mundo cuando marcha sola, sin el apoyo del hombre”.
“Sara”, que así se llama el personaje protagónico de la novela y también la novela es, un tanto, Consuelo. No hay que creer que es una novela puramente autobiográfica pero hay de autobiografía en ella.
Y otro libro final escribe Consuelo. De ese solo queda un único ejemplar que guarda celosamente la Biblioteca Nacional de Cuba. En él, la novia de Mala Noche da a conocer sus conceptos sobre la belleza.
Consuelo no dedicó ninguno de sus libros a Loynaz. Pero si seguimos creyendo que “Sara Agramonte”, el personaje principal de su novela, es un poco su autobiografía, entonces Consuelo buscó la soledad y se encontraba a gusto mirando al cielo gris como los buenos románticos y así fue hasta su muerte.
Un día angustiante murió en Matanzas, Juana Valdés, la madre de Consuelo. La novia de Mala Noche quedó con la única compañía de su amiga Belica Torrado.
Después, como a todos nos ocurre, murió Consuelo.
Cuenta la familia que años después el General Loynaz llevó los restos de madre e hija y los inhumó en el panteón regio de la familia Loynaz. Lo hizo, dicen, porque quien vivió toda la vida lejos de la novia de Mala Noche, quiso que en la muerte nada los separara. (Esta última información no está confirmada, aunque es tradición en la familia).
LOS OTROS PERSONAJES.
María de las Mercedes Muñoz Sañudo, primera esposa del General Loynaz y madre de sus hijos poetas.
Su hija Dulce María escribió de ella:
“Era una criatura exquisita, con el rostro más bello que he conocido en mi vida, una criatura casi inmaterial (…) Siempre ajena a las pequeñeces del mundo. Habilísima en distribuir líneas y colores, dibujaba figuras, todo sacado de su imaginación; lienzos que no dejó salir del marco familiar porque su modestia era genuina. Cantaba y acompañaba al piano con una voz digna de escucharse en un teatro. Coleccionaba antigüedades, amaba las flores, los animales y prodigaba la caridad silenciosa, tanto en el Hospital de San Lázaro como en el refugio para perros callejeros que creó y mantuvo con su peculio. En nuestro jardín no permitía que se cortara una sola flor. Fue un caso digno de conocer e imitar (…) Bajo su apariencia etérea, mi madre unía un insospechado sentido práctico a un voluntad que debe haber sido la de las inflexibles mujeres de su estirpe”.
Enrique Loynaz del Castillo. (1871-1963) General de Brigada (Brigadier) del Ejército Libertador cubano con un destacada participación en la guerra del 95. Amigo y auxiliar de José Martí. Edecán del general Antonio Maceo. Autor de la letra del Himno Invasor.
A quienes oyeron “La Novia de Mala Noche” también les puede interesar los audios siguientes:
- El 15 de noviembre de 1895, a solo dos semanas de salir de Mala Noche, la columna invasora llegó a la finca La Matilde, en tierras del Camagüey, que fuera propiedad del Dr. Simoni, padre de Amalia, la esposa del Mayor General Ignacio Agramonte. En una ventana los españoles habían escrito insultos a los mambises. El brigadier Enrique Loynaz le respondió escribiendo versos llenos de patriotismo, que luego se convirtieron en el Himno Invasor. En el siguiente audio la emisora Radio Cadena Agramonte (de Camagüey) reconstruye la escena con su grupo de actores y actrices, con guión y dirección de Miosotis Fabelo Pinares.
Los tenores Raul Camayd y Ramón Calzadilla interpretan el Himno Invasor, acompañados por una banda y un coro
La historiadora y profesora universitaria Damaris Torres Elers explica su tesis de que el Himno Invasor repercutió más allá de los confines de Cuba y lo prueba dando información sobre la publicación de la letra del Himno en un periódico de Costa Rica.
En la contienda iniciada el 24 de febrero de 1895, se concibió el Himno Invasor, de relevante trascendencia en el tiempo, de la autoría del entonces joven oficial Enrique Loynaz del Castillo.
El audio siguiente es una producción de Andrés Machado Conte, de Radio Rebelde.