Monólogo confeso de un actor consagrado

Pocos actores llegan a ser protagonistas absolutos. Solo algunos —reitero— escasos, ofrecen su cuerpo abiertamente, no fingen, no imitan. Son en sí mismos un acto público de confesión. Diría el director polaco Jerzy Grotowski que en ese acto de desnudarse, liberar las máscaras para auto-revelarse, reside el verdadero arte de la ac­tuación.

En Cuba, si compiláramos en una lista a los actores que sacrifican lo más íntimo de su ser para exhibir ante los ojos del mundo aquello que no debería ser mostrado, tendría que estar —entre los primeros— José Antonio Rodríguez, un hombre que ha concebido la actuación no solo como un acto de amor, sino también de conocimiento.

Bastaría hacer un simple ejercicio de la memoria para recordar su rostro, su fuerza expresiva, organicidad y su técnica iluminada en tantas historias de la radio, el cine, la televisión y el teatro para reconocer en él a una de las mayores figuras de la escena nacional.

Aunque esta sea una sección de entrevistas, con José Antonio será diferente. Llegamos unos años tarde, justo cuando lo atraviesa una enfermedad degenerativa, pero a tiempo para estar presentes en su 80 cumpleaños, aniversario que celebró el pasado 19 de marzo, en la escena del Cen­tro Cultural Bertolt Brecht, entre amigos, fa­mi­liares y artistas.
Fue un homenaje sencillo y sobrecogedor. So­bre todo porque —aun cuando cierta decepción me embargaba  (no pude lograr la entrevista)— la maestría de José Antonio estuvo presente.

Sus pautas en la actuación, sus enseñanzas y una parte de su vida quedaron expuestas en un documental de trece minutos de la serie Telón Abierto, dirigido por Rolando Almirante. Un ejercicio donde solo el actor habló a cámara como si supiera, de antemano, que ese monólogo sería al pasar de los años uno de sus más fieles testamentos.

El silencio que hoy lo absorbe dialogó con esa particular voz que durante tantos años nos ha acompañado. No hacía falta nada más.

Ofrecemos a la consideración del lector, los testimonios más importantes que ha legado este hombre, habitado desde pequeño por el sueño de la actuación:

Escena I

Nace un actor

Desde niño siempre me gustó ser actor. Yo vi­vía cerca de los cines de Belascoaín y Favorito y era un asiduo cliente del cine. Para mí era importantísimo porque sentía que era un mundo muy especial. Cuando muchacho a veces veía hasta cuatro películas en una noche y después me costaba mucho hacer las tareas.

Como veía filmes norteamericanos, que eran los que más se ponían en esa época, para mí la actuación era en inglés y fingía que hablaba el idioma. Fue una etapa muy linda de mi vida.

Empecé con programas de aficionados en la radio y después entré a Radio Progreso. Había un fogueo muy interesante en el hecho de hacer papeles diferentes diariamente. Fue significativo porque aunque solamente se escucha la voz, uno actúa con toda su vida. Aunque se tenga el libreto en la mano se viven los personajes a través de la voz, que debe ser legítima y sincera.

El actor tiene que actuar completo.

Escena II

¿Qué es la actuación?

La actuación es producto de una verdadera vocación.

Yo pienso que ningún actor representa. El verdadero hace un acto de vida, es decir, siente las cosas de verdad. Muchas veces lloramos en escena pero no es un acto fingido. Es un llanto real porque uno está reviviendo un dolor personal poniéndolo en función de la caracterización del personaje, eso es lo que debe hacer un actor.

Detrás de eso está el artista, en la medida en que uno haga el acto, está siendo más fiel con su espectador, con su público.

En ese sentido, Grotowski para mí es una evolución en muchas cosas, sobre todo porque es la primera vez que conozco a fondo un entrenamiento hecho especialmente para la actuación.

Es un entrenamiento muy importante de resonadores, vocales, sicofísicos. Se hace una secuencia de ejercicios que te trabajan el cuerpo en cuanto a flexibilidad, expresividad y formación. El actor necesita preparación física, mental, entrenamiento corporal.

Está también la mecánica de la actuación y lo que a veces se le dice caracterización, para eso el actor debe entrenarse igual que se entrena un deportista porque ese cuerpo tiene que expresar, es el instrumento de trabajo del actor.
En cuanto a la técnica, pienso que es terminar con los procesos. Cuando se acaba una escena se terminó. He visto actores que siguen con el personaje y eso es anormal. No hay ningún personaje que yo no pueda sacarme de la cabeza porque sería falta de técnica.

El personaje tiene su sicología y tiene sus textos. Se supone que a eso responde el actor, pero los sentimientos que usa son sus propias vivencias, de ahí es que se le llame confesión.

Escena III

“Actuar, actuar, actuar”

El público, el silencio y el respeto del público es lo que te mete en situación.

Uno tiene que cambiar los estímulos aunque esté haciendo el mismo personaje. Yo tengo que alimentarme de mis contemporáneos, mis vecinos, de la gente que conozco, del ser humano.

El actor debe ser emotivo. La emoción es im­portante también, incluso, la emoción de la ac­tuación yo diría que es como constante desde que uno sale a escena. Debe ser multifacético también. He transitado por todos los medios y me ha enriquecido mi trabajo porque son diferentes técnicas y es riguroso adaptarse a cada una, cumplir con ellas y hacerlo con el mismo amor.

Para mí es muy placentero actuar. Es como vivir diferentes vidas, como expresarse plenamente con lo que a uno le gusta.

Acotaciones

José Antonio Rodríguez Ferrer (La Habana, 1935) se inició en la radio donde trabajó durante muchos años, hasta que, a partir de 1961, pasó a formar parte del Conjunto Dramático Nacional. Siete años después, integró el célebre grupo Los 12, de Vicente Revuelta y luego, se unió a la tropa de Teatro Estudio.

Fundador y director del grupo Buscón, intervino como actor o director en innumerables puestas teatrales, entre ellas, Los asombrosos Be­nedetti, Buscón busca un Otelo, y Cómicos para Hamlet, versiones que llegaron a ser muy premiadas y re­conocidas por el público y la crítica.

En 1962, debutó en el cine en el filme Cuba 58, de Jorge Fraga. Luego vendrían otros filmes también sobresalientes como La primera carga al machete (Dir. Manuel Octavio Gómez), Una pelea cubana contra los demonios y La última cena, ambas dirigidas por Tomás Gutiérrez Alea; Cecilia, de Humberto Solás y Pon tu pensamiento en mí, de Arturo Sotto.
A lo largo de su carrera, Rodríguez participó en más de una veintena de filmes, innumerables obras teatrales y programas para la radio y la televisión. Su interpretación en la televisión del Rigoletto de Las Impuras, de Miguel de Carrión —recuerdan quienes la vieron—, fue me­morable.

Su voz, además, figuró en la narración de una considerable cantidad de documentales tanto pa­ra el cine como para la televisión cubana.

Colaboró con otros grandes de la escena cubana como Raquel Revuelta y Verónica Lynn, con quien, en el año 2003, compartió el Premio Na­cio­nal de Teatro.

Por su abarcador quehacer actoral recibió dos Premios Coral de actuación en festivales del Nue­vo Cine Latinoamericano de La Habana, la Me­dalla Alejo Carpentier, la Orden por la Cultura Na­cional y, especialmente, el reconocimiento del público, que tanto lo estima y valora como excepcional artista de Cuba.

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