Sostuvimos horas de deliciosa conversación donde ella deslizó sus recuerdos con matices claros en el discurso coherente (¡Vaya memoria de los ángeles en este mundo!) vital, sin apenas equivocaciones. Durante el tiempo que nos dedicamos tuve la impresión que puso luz donde lo opaco presagiaba tormenta.
Sea pues, la cubana de esta señora de los coros, convencida, como está, de la necesidad genética del canto humano, quien nos entregue la generosa sal de la vida que podrá apreciar el lector en sus respuestas.
– Mi infancia fue muy feliz. Fuimos diez hermanos y nos llevábamos muy poco tiempo entre sí. Mis padres propiciaron que nos visitaran otros niños para convertir la casa en un sitio lleno de juegos y alegría.
– Precisemos el lugar y la fecha de nacimiento
– Nací en Candelaria, Pinar del Río, el 25 de junio de 1917. debo haber nacido cerca de la medianoche del 24 porque soy la sexta hija y, sin embargo, ninguna de mis hermanas mayores se llamó Juana, como mi mamá, a la que le decían Cuca. En toda mi infancia me dijeron Cuquita.
– ¿A qué se dedicaba su padre?
– Era farmacéutico y tuvo también colonias de cañas. El adquirió una farmacia, que era un local antiguo, del siglo XIX, que hay en Candelaria y entonces por necesidad realizó los estudios de Farmacia.
– ¿Toda su infancia transcurrió en Candelaria?
– No. Cuando estaba en tercer grado pasamos a vivir a Guanajay donde mi padre había hecho el Bachillerato a pupilo y él románticamente quiso que sus hijos también jugaran y estudiaran en los mismos lugares que él conoció. Toda la familia fue para allá, incluyendo un perro policía. Y déjame decirte que a mi siempre me han gustado los perros.
– Y en Guanajay ¿dónde estudió?.
– En un colegio de monjas que tenía cierto desarrollo desde el punto de vista artístico. Las monjas enseñaban arte en general. Di clases de pintura y con la madre Carmen Ruíz de Velasco, recibí clases de piano… Ella organizaba las fiestas del colegio donde representábamos comedias y se llegó a montar zarzuelas. Te debes imaginar que eso influyó en mi. Después vino el Bachillerato.
– ¿Dónde lo cursó?
– En la ciudad de La Habana, en Teniente Rey y Zulueta. Hasta ese lugar iba todos los días desde Guanajay. Veníamos un grupo de muchachas y salíamos de allá a las 5:28 y recuerdo bien la hora porque en el pueblo había un reloj que yo miraba siempre. El viaje demoraba hora y media y a las siete de la mañana empezaban las clases. En 1938 terminé el Bachillerato.
– ¿A partir de qué momento usted se vincula a la música?
– Desde los 5 años yo tocaba el piano de oído. Entonces me pusieron una maestra, persona buena pero que no se había dedicado a la enseñanza y no sabía cómo tratar a una niña que ya venía tocando el piano. Lo primero que hizo fue prohibirme tocar de oído y eso me hizo tenerle terror a los estudios de piano. Pero a la larga seguí tocándolo.
– Hábleme de su relación con la música a partir de la década del treinta
– De 1936 a 1942 estuve en Pro Arte Musical y eso significó mucho en mi formación musical y estética. Clara Romero de Incola me impartió allí clases de guitarra. Fue ella la que introdujo el estudio de la guitarra en el Conservatorio. Por cierto, también me enseñó música popular cubana y latinoamericana que no era corriente escuchar en aquella época. Aprendí canciones bellísimas que hoy día recuerdo con gusto y las actualizo en mi memoria, también sin prisa.
– ¿Qué otras personas influyeron en su formación?
– Tengo que hablar entonces de la década del treinta del siglo veinte en Cuba. En esos años visitaron nuestro país García Lorca y Juan Ramón Jiménez. Recuerdo que fueron años de problemas políticos, estudiantes luchando en las calles contra los gobiernos de turno pero, paralelamente, hubo un florecimiento de las artes. Y si Clara Romero de Nicola fue para mi una mujer importante, en esa década también lo fue María Muñoz de Quevedo, una gallega que llegó a Cuba en 1919, casada con Antonio de Quevedo, un ingeniero que era prácticamente un musicólogo y un excelente crítico de las artes en general. Ellos vinieron en viaje de Luna de Miel, se enamoraron de la Isla y nunca más regresaron a España. Fueron, a su vez, los grandes amigos de Lorca y Juan Ramón cuando estos visitaron a Cuba, y fue por ese matrimonio que tuve la oportunidad de leer tarjetas de Lorca, dibujadas a color. Son personas que influyeron notablemente en mí.
– Cuca… ¿qué me puede decir de su actividad en la universidad?
– Allí formé coros porque prácticamente era mi vocación. Por entonces se creó la Federación de Muchachas Católicas Universitarias donde pude organizar coros, por la libre, sin que yo tuviera grandes conocimientos. El coro era lo que más yo amaba. Lo que más deseaba era que se creara en Cuba la tradición del canto colectivo. En la universidad traté de hacer coros grandes porque tenía la impresión de que era la humanidad la que cantaba. Mi casa siempre ha sido una casa de música. He tenido la oportunidad de comprobar que siempre alrededor del solista se crea la expectación cuando llegan los estribillos… ¡Ah, todo el mundo canta en el estribillo y lo feliz que es la gente haciéndolo! Ese es el momento que más se disfruta.
– Es algo especial
– Muy especial. Los cubanos se cohíben de hacerlo porque no saben la letra de un canto de forma completa, sólo fragmentos. Hace falta un repertorio común para que sucediera como en México, en España y en los propios Estados Unidos, donde dándole la vuelta a Maniatan en un barco, yo oía cantar, en todos los pisos, colectivamente. Oyéndolos soñaba con la posibilidad que en Cuba, en las reuniones entre amigos, todos termináramos cantando.
– ¿Cómo explica que matriculara Farmacia en la universidad siendo una persona apasionada por la música?
– Mi padre me dijo que no tendría con la música una vida económicamente segura y que era más propio de la mujer buscar esa seguridad en el magisterio o a través de los estudios de Farmacia. Te cuento que aquella fue la época que me tocó vivir y me decidí por la Farmacia. Al terminar la carrera quería seguir estudiando Física y Química pero tenía novio y a la semana de graduarme me casé. Tendría unos 24 años.
– Los sueños de su juventud se realizaron?
– No me atrevía a soñar con ser músico. Eran sueños vedados para mi condición de mujer en aquella sociedad. Sin embargo no dejé ni la guitarra ni el piano hasta un buen día que tuve la oportunidad de empezar a trabajar dentro de la música.
– ¿Cuáles son sus músicos preferidos?
– La gama de mis gustos es amplia. Adoro a Beethoven. Mozart me fascina al igual que Haydn, y en lo coral, Bach. En la música cubana, que es tan rica, menciono a dos: Anckermann y Lecuona, cada uno con su aporte. Lecuona es un gran lírico de la canción que retoma la tradición que empezó, en el siglo XIX, con Saumell y Cervantes. Estos últimos tienen una gran significación para mi porque de ellos tomé su música, joyas que me sirvieron para educar a los niños en los primeros pasos. Grenet es un mundo de riquezas y digo aquí Eliseo, Emilio y Ernesto. Y en la década del treinta, de la que vivo enamorada, le puedes unir a Lecuona, Roig y Prats. Para la siguiente década afloraría en Cuba una nueva línea en el cancionero, que sería el antecedente del feeling . Ahí te encuentras compositores que eran pianistas y nos legaron canciones muy hermosas. Te puedo citar también, como persona y músico, a Guzmán. Como músico fue un puente entre la década del cuarenta y el cincuenta del feeling. Guzmán es un punto y aparte. Me parece que en el presente no se escucha suficientemente su música. Creo que se debe a que los intérpretes o no se atreven o lo desestiman, como si hubiera pasado de moda. Guzmán debiera estar en el repertorio de los mejores cantantes cubanos.
– ¿Estima que esa es una deficiencia de nuestros cantantes?
– Hay falta de cultura en los cantantes que lo desconocen. A veces creo que sólo recuerdan que existió el Concurso Adolfo Guzmán*, donde se oía poco su música. Siempre he dicho que Guzmán significó un salto cualitativo dentro del cancionero cubano que se ubica entre los años cuarenta y cincuenta. El también abordó el concierto. A él le tocó vivir una vida con problemas económicos, con varios hijos y en una etapa que tuvo que dirigir La Riverside. Como murió joven no le dio tiempo a desarrollar apuntes que hizo. Su melodía tiene mucho que ver con su armonía y una era consecuencia de la otra. Dejó canciones difíciles de abordar como Tú y el viento, Lloviendo, la que interpreta Esther Borja como una verdadera maestra. Guzmán la consideraba a ella como la maravillosa intérprete de sus canciones. Y en esta relación que me has pedido puedo mencionar, como un gusto muy íntimo, los grandes de esa vieja trova que es la base de la canción cubana.
– ¿Por qué surgió el feeling en Cuba?
– Por una influencia norteamericana. El feeling tiene libertades que le permite al compositor, cuando canta, recrear sus propias melodías, hacerle cambios.
– ¿Entre el feeling y la Nueva Trova hay un vacío?
– No. En Cuba nunca hubo vacíos porque década tras década existieron compositores. No hay rompimientos. No hemos tenido una sola década sin creación. Por esa razón Cuba es un crisol, un manantial.
– ¿Se puede hablar entonces de una sola Trova?
– Sí, con distintas influencias de acuerdo con los tiempos.