El derecho de llorar (+Audio)

Lo que consiguió Félix B. Caignet cuando se transmitió la versión colombiana del EL DERECHO DE NACER fue lo impensado, dijo García Márquez, “todas las muchachas de Bogotá, de Colombia entera y de todas partes donde se había oído la novela, estaban dispuestas a casarse con Albertico Limonta. Lo que logró ese hombre, (Caignet), es un milagro, indigestó a todos los oyentes de radio”.

(Por cierto, siempre me ha quedado la duda de si todos los oyentes supieron lo que significaba esa B seguida de un punto, que a su vez seguía al nombre (Félix), y antecedía al apellido, (Caignet, que tiene la misma resonancia francesa de tantos apellidos de su natal Santiago de Cuba). Sencillamente la B con el punto, que le daba una aureola de personaje de la nobleza “al más humano de los autores” significa Benjamín, su segundo nombre).

Estoy sinceramente convencido que el mitómano que era Caignet puso la B con el punto en su nombre, para crear el mejor de su personajes, él mismo. Pero a pesar del convencimiento confesado, no tengo cómo probarlo, ni interesa tanto. Más curioso sería saber cuánto ganó el autor por su novela.

En una crónica que escribió García Márquez en 1951, que fue cuando EL DERECHO DE NACER se puso en la radio de Colombia, dice:

“Para la fecha Caignet ya había ganado 150 mil pesos cubanos, que entonces era lo mismo que decir: 150 mil dólares. Y dos años después, (1953), ya había ganado 300 mil dólares.

“Con ese dineral, Caignet logró comprar una productora de cine en México y dos mansiones regias en el barrio habanero El Vedado.

“Seis meses después se compró una tercera casa que era una fastuosa residencia que estaba en la playa Santa María del Mar”.

De la casa de la playa, dice Ciro Bianchi que decía Caignet, que esa no se la había construido un arquitecto, sino un sastre, porque se la habían hecho a su medida.


Descargue en PDF: Fotorreportaje del impacto de la novela radial El derecho de nacer publicado en la revista Bohemia en 1949


Y ahora les hablo del negocio cubano de importar radionovelas, pero sin usar las aburridas estadisticas comerciales, sino, teniendo como fuente (más creíble que cualquier estadística), una novela del también Premio Nobel Mario Vargas Llosa: “La Tia Julia y el Escribidor”. Dice el personaje protagónico (que para mí es el mismísimo autor), “que siempre sintió curiosidad por saber qué plumas manufacturaban esos seriales que entretenían las tardes de mi abuela, a mi tía Laura, a mi tía Olga, a mi tía Gaby y a mis numerosas primas.

“Yo sospechaba que los libretos de las radionovelas se importaban y me sorprendí al saber que donde iban a comprarlos no era a México o a la Argentina, sino a Cuba.

“Los producía la CMQ, una suerte de imperio radiotelevisivo gobernado por Goar Mestre, un caballero de pelos plateados al que alguna vez, de paso por Lima, había visto cruzar los pasillos de Radio Panamericana, solícitamente escoltado por los dueños y sobre el que posábamos nuestras miradas reverenciales todos los empleados.

“Oí hablar tanto de la CMQ cubana a locutores, animadores y operadores de la Radio, para los que la CMQ era algo mítico, lo que el Hollywood de la época para los cineastas, que algunas veces fantasee sobre un supuesto ejército de polígrafos al servicio de Goar Mestre, que, allá, en la distante Habana de palmeras, playas paradisíacas, pistoleros y turistas, en las oficinas aireacondicionadas de la ciudadela de Goar Mestre, debían de producir, ocho horas al día, en silentes máquinas de escribir, ese torrente de adulterios, suicidios, pasiones, encuentros, herencias, devociones, casualidades y crímenes… y después, desde la isla antillana, esas historias se esparcía por América Latina, para, cuando los actores de cada lugar les daban vida, ilusionar las tardes de las abuelas, las tías, las primas y los jubilados de cada país.

“Por cierto, los dueños de emisoras de radio compraban los libretos de CMQ al peso y por telegrama…

“Por telegrama el dueño de la emisora de radio le decía a Goar Mestre cuantos kilos de papel escrito iba a comprar, y Goar Mestre, siempre puntual, mandaba por barco o por avión las cajas llenas de libretos”.

Dice Vargas Llosa que le preguntó al dueño de la emisora de radio en la que trabajaba si leía lo que el señor Goar Mestre le mandaba antes de dar el visto bueno a los libretos “y él me contestó con otra pregunta: ¿Tú serías capaz de leer setenta kilogramos de papel?. Calcula cuánto tomaría leer solamente un kilo, ¿un mes, dos? ¿Quién puede dedicar un par de meses a leerse una radionovela? No lo hacemos y lo dejamos a la suerte y hasta ahora, felizmente, el Señor de los Milagros nos protege”.

“En los mejores casos, el dueño decidía qué radionovela iba a comprar averiguando con las agencia de publicidad de los países vecinos cuáles títulos habían logrado vencer a la competencia. Pero la mejor fórmula para comprarle libretos a Goar Mestre era por el peso de las cajas llenas de papeles…

“Había abogados que aconsejaban que se compraran por el número de palabras, pero si no hay tiempo para leerlas, menos todavía lo hay para contar todas las palabras”.

Dice Vargas Llosa que al dueño de la emisora de radio en la que trabajaba, lo excitaba la idea de una novela de sesenta y ocho kilos y treinta gramos, cuyo precio, como el de las vacas, la mantequilla y los huevos, los determinaba una balanza.

“Pero no vaya a creerse que todo era felicidad en el negocio de comprar radionovelas cubanas y pagar por el peso… A veces, en el trayecto de La Habana a Lima, en las panzas de los barcos o de los aviones, o en las aduanas, las páginas mecanografiadas sufrían deterioros o, lo que era peor, que se perdían capítulos enteros, y otras veces era la humedad quien volvía ilegibles los textos, o las páginas se traspapelaban, y a veces eran los ratones, que los devoraban en el almacén de Radio Central».

“Como la falta de una cuartilla o de un capitulo completo, o varios capítulos, solamente se advertía a última hora, cuando se les repartían los libretos a los actores, el conflicto se resolvía de muchas maneras. A veces era saltándose el capítulo perdido y sin decirle nada a los oyentes, si total, todos los capítulos dicen lo mismo… y si eran varios capítulos seguidos los que se habían perdido, enfermaban por una semana a los protagonistas, para que a la audiencia se les olvidara en que había terminado el capítulo anterior, y no se percataran que este siguiente no era la continuidad”.

Con lo dicho antes se entiende lo que les digo seguidamente: Que fue a Félix B. Caignet, el célebre autor de la radio novela EL DERECHO DE NACER, al primer escritor cubano que Gabriel García Márquez conoció y admiró…

Pero no podía ocurrir de otra forma. Fue Caignet quien logró romper todos los records de audiencia conocidos y sigue hoy, así sea nada más de oídas, siendo el escritor cubano más popular en el extranjero. Eso pese a que ayer y hoy ha sido negado por las élites culturales, pero eso es por envidia, porque nadie ha logrado lo que logró él.

En una entrevista (que no fue la que nunca pudo hacerle García Márquez), dijo Caignet: “Mi obra está ahí, aunque la critiquen. Yo nunca quise escribir EL QUIJOTE, sino esparcir la bondad y los sentimientos. Contra la labor cumplida no se puede hacer nada malo porque está ahí, y mi obra está ahí…”

Y al final dijo: “Llegará un día, yo lo sé, un día en que los cubanos sentirán alegría de que yo haya nacido en Cuba…”

¿Creen ustedes, amables lectores, que ese día llegó, que es hoy?

Quien sabe! pero sin importar lo que creamos o no, Félix Caignet forma parte del proceso cultural cubano, y eso solo lo han podido conseguir unos pocos escritores de la radio y unos pocos artistas de cualquier otra manifestación.

Así que vamos a dedicarnos a la entrevista que García Márquez quiso hacerle.

Ya habían transcurrido más de 25 años de la transmisión en Colombia de EL DERECHO DE NACER. Era 1974… Hacía muchos años que Caignet no escribía ni una letra y hacía muchos años de que ningún periódico o revista cubano no decía ni una palabra de él. Ni siquiera la radio decía nada, y eso sí que era un síntoma de desagradecimiento.

Entonces llegó a La Habana un corresponsal errante de Prensa Latina, que para la fecha comenzaba a ser medianamente famoso, sobre todo porque acaba de publicar una novela que es tan famosa como EL DERECHO DE NACER, pero por otros motivos, y que se llama “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”.

Claro que el escritor recién llegado quería encontrar al único autor local que conocía, Félix B. Caignet.

Lo llamó por teléfono. Le pidió una entrevista, y Caignet le dijo que no, porque tenía amigdalitis…

Una semana después, García Márquez lo volvió a llamar y le pidió lo mismo, una entrevista, y Caignet dijo que no porque tenía una novedad familiar muy grave, su gato don Rafael del Junco había salido de la casa detrás de una gata barcina, y hacia 72 horas que no regresaba.

Caignet nunca le dio una entrevista a García Márquez… Pero no porque tuviera algo en contra del autor colombiano. Sino porque en esos días no estaba de vena.

De todas formas, García Márquez escribió contando que Caignet no le dio la entrevista. “Yo (Gabriel García Márquez), más que preguntas lo que quería decirle es que lo admiro y que tengo mucha gratitud por él… pero el Caignet de siempre no dejó que le viera la cara. Y eso es lo mejor que hizo, porque la gente de la radio no tiene cara y cada oyente se imagina la que prefiere darle.

“Yo, (Gabriel García Márquez), lo único que quería es que Félix B. Caignet me declarara a mí lo que le declaró a un periodista, hace unos años, que la gente siempre quiere llorar, y que lo único que él ha hecho en su vida es darle a la gente el pretexto de hacerlo”.


Nota al margen: En la vieja foto de portada Félix B. Caignet protagoniza la portada de la revista Radio Guía en 1949.

 

Autor

  • César Hidalgo Torres

    César Hidalgo Torres (Holguin, 1965) Graduado de la Facultad de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes, profesor de Guión e Historia de los Medios de Comunicación en esa misma casa de estudios. Por más de 30 años ha trabajado en la radio. Multipremiado en Festivales y otros concursos. Miembro de la UNEAC

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