Un estrechón de manos que dure la eternidad

Y seguirás desandando las calles de tu Baracoa, en esa bicicleta que te lleva y te trae del pasado al presente, y del presente a la eternidad. Con tu vozarrón cristalino y natural, sin impostaciones ni giros rebuscados. Con tu sencillez de gente de pueblo, la risa presta, la mano sobre el hombro, el saludo afectuoso, la palabra fácil… Un móvil sobre ruedas en busca de la noticia sin sospechar que tú mismo eres ya noticia en la historia de tu terruño natal.

Y seguirás complaciendo el gusto musical de la audiencia en las tardes de cómplice Sintonía. La popularidad que conquistó y preserva el programa radial tiene tu sello. Se escucha como tú, tiene tu inflexión y tu versatilidad. Sobre todo, tiene el cariño de un público fiel a tu recuerdo.

Así como también te recordamos nosotros, apresurado cada mañana para abrir planta, quizás el más ingrato de los haceres de la radio. Aunque no, no piensan así los campesinos que agradecían cada entrega tuya al empezar el día, como quien recibe a un viejo amigo en casa y comparte con él una conversación íntima, reconfortante.

Fueron 43 años. Se dice fácil. Desde aquel remoto 1963 en que descubriste la radio como un alumbramiento y ya nunca te separaste de ella. Ni siquiera al terminar tu vida activa de trabajador, porque desde casa seguías pendiente de los sonidos, atrapado en la magia de las imágenes dibujadas en el éter. Y aunque, baracoeso genuino, fue paradójicamente la entonces Isla de Pinos quien descubrió tu talento, y otros lares cultivaron también tu gracia, esta tierra natal te vio brillar en todo tu esplendor hasta consagrarte en el pedestal de los elegidos. Grandes de la locución en Cuba fueron tus maestros; tú, el maestro de los que han bebido de tu savia, porque nada puede enseñar mejor que el ejemplo.

Hace casi dos años te escuchamos decir: “Me recuerdo de muchas cosas lindas de la radio, de nuestra emisora, una de las mejores de todo el país. Recuerdo a mis compañeros, mis hermanos, que son todos. Un abrazo, un estrechón de manos fuerte. Los quiero mucho”.

Venga ahora ese abrazo y ese estrechón de manos. Sencillo y cordial como te gustaba a ti. También nosotros te queremos y te admiramos. Es un hecho contra el que no puede hacer nada la muerte. Partes a descansar porque bien lo mereces después de una vida de consagración y sacrificio. Marcha en paz y satisfecho, Arnoldo Gámez Matos. Tu obra está hecha y te precederá en el tiempo.

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