-¿Qué es un efecto sonoro?
“Ves esta revista Carteles de 1948 (muestra la publicación). Trae un artículo titulado Fabricando ruidos, de Luis Pons. En eso hay un error: el ruido no se ‘fabrica’. Un ruido es esto. (Da un golpe en la mesa) ¿Qué fue eso? Quien lo oiga en la radio no lo sabe. Es simplemente un ruido porque no ‘habla’, no dice nada. Un efecto sonoro habla por sí mismo. En muchos sitios confunden los efectos con los efectos sonoros”.
-¿Cuál es la diferencia?
“El efecto, por ejemplo, se trata del sonido del motor en marcha de cualquier vehículo, el que pone un musicalizador, ya grabado. Por su parte, un efecto sonoro se corresponde con una secuencia de acciones: sonido de pasos hacia un vehículo, persona que monta, lo arranca y emprende la marcha, incluso hasta que choca”.
“Tienes que actuar. Otilia Romero, una de mis profesoras cuando comencé en esta profesión, me enseñó la necesidad de ser preciosista, buscar hasta el último detalle para dibujar la escena en la mente. Si un carro choca, el musicalizador pone el efecto del frenazo. (Se para, va hacia una puerta y da un golpe, ¡pam!) Hay que tirar al piso unos cristales (¡crash!) y hacer verosímil las acciones que ocurren en un choque verdadero.
“Como realizador de efectos dejas de ser tú y te conviertes en un personaje, mujer, hombre o niño; educado o barriotero. Eres también cada acción o situación que interiorizas e imitas lo más similar a la vida. Un hombre despreocupado, presuroso, temeroso, perseguido o neurótico camina de modos diferentes en cada caso. Pero el ambiente puede complicarse cuando interviene más de un personaje.
“Imaginemos que tocan a la puerta. Sobreviene una pausa natural, porque nadie está detrás de ella. Viene el primer personaje. Supongamos que es un hombre. Se escuchan los pasos, según el biotipo. Abre la puerta. Ante él una mujer. La invita al interior y cierra. Ambos se alejan, pero son dos tipos de pasos con sus respectivas cadencias las que deben escucharse. Todo eso debe hacerlo el realizador de efectos”.
-¿Qué es entonces un realizador de efectos sonoros?
“Un artista que se manifiesta a través de sonidos diversos, como un guitarrista o un pianista. Depende de la experiencia y dedicación para hacerte un especialista”.
-¿Los efectistas se forman empíricamente? ¿Existe una escuela para crearlos?
“Imparto clases de efectos con un grupo reducido. Cada curso requiere alrededor de nueve meses. Presto especial atención al biotipo individual y hasta ahora me ha dado resultados. Exijo como mínimo tener el doce grado para iniciar su formación. Al mirarlos cómo observan los instrumentos de trabajo, puertas, cajas con gravas, intuyo quién va a dar y quién no.
“Muchos no comprenden que esto es un mundo de fantasía. El arte refleja la realidad aunque crea una nueva. Tienes que hacer ese reflejo creíble, de lo contrario, la gente no entiende. Primero debes convencerte de cuanto haces para transmitir una escena.
“No hago distinciones entre hombres y mujeres. Por aquí han pasado cuatro compañeras efectistas que por diversas razones ya no están. No es una actividad privativa de los hombres. Pero cada cual coge su rumbo y muchos pasan al campo de la actuación donde se paga más.
“Los errores de los efectistas implican un trabajo extra que agota al actor o actriz. Siempre recuerdo a los alumnos que una grabación se puede cortar menos por la impericia del efectista. Además les repito aquella frase de Manolo Ortega: la radio es un sonido para ver, depende de cuanto entra por los oídos. Y tienen que amar la radio y sentir que son la radio”.
-¿Los efectos se ensayan?
“En mis inicios, se ensayaba en la mesa para corregir cualquier defecto o entonación. Luego se repetían. Más tarde se grababan. ¡Había una disciplina! Muy distante de lo que vemos en ocasiones en los estudios. Cuando recuperemos esa pauta volveremos a ser quienes éramos”.
-¿Quiénes éramos?
“Empecé con los últimos vestigios de la disciplina de CMQ. Todos teníamos un rol que cumplir. Desde el director hasta el último de los técnicos conocían qué era y significaba la radio. Sin esa condición difícilmente se puede llegar a algún lugar. Cuando proliferan las indisciplinas, la gente se habitúa y continúan expandiéndose”.
-¿A su juicio, dónde está el problema? ¿De qué depende la disciplina?
“Depende de la gente que llega. Cuando se sustituye al director de cualquier proyecto, lo mínimo que debe ocurrir es que el sustituto sepa acerca del terreno donde se va a desenvolver. Cualquiera no puede dirigir. Siempre el nuevo quiere innovar, pero en ese proceso a veces quiere destruir lo anterior, incluso, lo bueno de antaño.
“Actualmente existen convenios de trabajo los cuales estipulan que a los quince minutos de comenzar un ensayo, si no está completo el equipo de realización, se suspende la grabación del programa. Sin embargo, hay quienes llegan media hora, cuarenta minutos tarde y no pasa nada.
“Antes en los estudios se prohibía la ingestión de alimentos. Ahora las personas traen objetos para vender e incluso, llegan a exhibirlos en las mesas de trabajo. Eso resquebraja todo. Entonces, cuando hablas en nombre de la disciplina perdida, terminas como la oveja negra.
“Se ha perdido, además, la seriedad en cuanto al aseguramiento de los programas. En mis inicios, informabas un lunes a uno de los administradores que necesitarías el jueves un bloque para un determinado efecto. Al otro día decía ‘aquí está’. Hoy pides algo y nadie sabe cuánto puede demorarse.
“Esta situación me llevó a crear mi propio departamento de efectos. Antes, frente al edificio, por la calle M, existía el departamento de efectos con los accesorios necesarios para realizarlos. El local tenía 109 metros cuadrados. Hoy mide nueve.
“Departamentos similares existían solo en Estados Unidos y Reino Unido. Era un orgullo. Mis profesores recordaban que donde primero llevaban a las delegaciones extranjeras era al departamento de efectos. Lo demuestra esta copia fotostática de la revista Carteles (vuelve a mostrar la publicación).
“El nivel de detalles en la confección de los efectos incluía pautar el tipo de puntillas a emplear en un objeto, si de acero o de bronce, pues el acero con el tiempo se oxida y echa a perder la madera, a diferencia del bronce”.
-¿Cualquier objeto sirve para realizar un efecto sonoro?
“Recurro a cualquier objeto. De todos se puede obtener un efecto. Cuando veo algún objeto en la calle digo: esto me va servir para lograr tal sonoridad, y lo guardo”.
-¿Cuán complejo es entonces realizar un efecto sonoro?
“Mucho. Desde los más sencillos, los pasos humanos. Como expliqué, no es lo mismo el paso de un niño, un joven, una mujer madura, un anciano o un borracho. La psicología del personaje dice cómo es la persona, su peso, nivel cultural, extracción social. Y las pisadas deben hacerse en función de esos datos.
“A los alumnos les cuesta mucho hacerlos porque se hacen estando sentados. No es lo mismo cuando caminas normal, que cuando debes imitar el caminar desde una posición estática, a lo cual no estamos acostumbrados.
“Otro tanto ocurre, por ejemplo, con medios de transporte. En los coches, por ejemplo, existen diferencias. Una calesa no suena igual que un quitrín o un carruaje; tampoco cuando van cargados de personas, vacíos o con hierbas. El coche de alguien de economía mediana se escucha distinto al de un rico. Por eso se requiere de tanta investigación para aprehender los detalles de cada objeto, sonido, época, a fin de lograr un efecto adecuado y creíble.
“Uno trabaja con piernas, brazos, cabeza y boca al unísono. En ocasiones debes hacer tres y cuatro efectos a la vez. Se dice que el cerebro, dividido en dos hemisferios, permite cuando más, la realización de dos actividades simultáneas. En mi opinión, esto no siempre es así. Un realizador de efectos tiene que leer el guión, interpretar la lectura, la psicología de los personajes, oír al director orientando desde la cabina y atender el curso de las acciones para saber el momento preciso de introducir el efecto sonoro.
“Esta actividad te hace hipersensible, al punto que puedes llorar en medio de la emisión. Recuerdo hace treinta años, cuando realizaba una adaptación de Platero y Yo. El burrito ‘hablaba’ con los cascos. Cuando llegó la escena en que Platero muere, y realicé el sonido del estertor final, hubo que cortar la grabación. El actor dueño de Platero lloraba conmigo, porque Platero no podía morir”.
-¿Qué opina de los efectos grabados?
“Muchos están elaborados y almacenados en cintas o en formato digital. Si no me convencen trato de recrearlos con materiales propios hasta lograr lo que espero. Te queda tremenda satisfacción cuando la gente lo escucha y lo cree. Tengo por hábito, antes de iniciar la grabación, comprobar la presencia de los objetos necesarios con el propósito de evitar dificultades o demoras.
-¿Las nuevas tecnologías han contribuido a la realización de efectos?
“La tecnología es el desarrollo. Un sonido se puede repetir tantas veces como se quiera. Basta realizarlo una vez y grabarlo. Pero la tecnología requiere del hombre. Él realiza el sonido, introduce la información en la máquina para reproducirlo técnicamente. En cierta ocasión, un compañero dijo que las computadoras me dejarían sin trabajo.
“Casualmente, al poco tiempo, tuvimos que grabar juntos. Le dije: ‘vamos a grabar unos pasos’. Luego comenté: ‘Con la computadora, convierte estos pasos en los de un borracho o en los de una mujer’. No podía. Contesté: ‘yo sí, porque mi tarea es dar la parte humana’.
“Aquí en el ICRT se cometió un error. Los cursos de computación los pasaron el musicalizador, el operador de audio. Sin embargo, a ningún efectista se propuso dichos cursos. Mis efectos quedarían mejor, sin dudas, si pudiera incorporarles las ventajas de la computación”.
-¿Cree que el uso de computadoras pueden generar cierto facilismo en tanto es posible disponer de un banco de efectos y considerarlos suficientes?
“Se puede tener grabados los pasos. En la televisión, por ejemplo, cuando la cámara enfoca al personaje, te percatas que trae puesto un par de tenis, los cuales no tienen que ver con el sonido de tacones, como a lo mejor se escuchó. Ocurre otra cosa con los efectos grabados: todos los personajes caminan con la misma cadencia, los pasos se sienten apagados”.
-Ud. que ha realizado efectos en medios tan disímiles como la radio, la televisión y el cine, ¿dónde es más difícil realizarlos? ¿Tienen el mismo nivel de complejidad?
“El nivel de tensión difiere. En la radio me rijo por un guión. Demanda gran atención. En el caso del cine, se observa la imagen y se desarrolla el efecto de forma sincrónica con las acciones”.
-¿Qué le falta a la realización de efectos sonoros en la radio cubana?
“Más empeño por parte de la institución para conformar un verdadero departamento de efectos. Antes teníamos un presupuesto anual de 160 pesos y no gastábamos ni cien debido a la inventiva y deseos de hacer de los trabajadores. Existía también más seriedad.
“Disponíamos de cinco estudios de grabación. Quedan muy pocos artefactos y objetos originales para realizar efectos. ¿Dónde están? Desaparecieron. Y eso no responde solo a problemas económicos. Eso me obliga a andar con mis propios materiales de trabajo. Lo hago porque amo mi profesión, mi departamento, mis cosas. Hay sentido de pertenencia”.
-¿Se piensa jubilar?
“Faltan muchas innovaciones e inventos que debo hacer aún. Pensé trabajar diez años más pero no existen condiciones para ello. Esta profesión se sufre literalmente: cuando se muere un personaje querido, cuando llevas varias horas grabando sin parar, cuando no cuentas con los recursos para realizar un mejor trabajo”.