Radio para vivir y crecer

Daba lo mejor de sí al reconocerla como un medio valioso para difundir los ideales y hazañas del pueblo, construyendo y defendiendo el proyecto revolucionario.

Una de las peculiaridades que más llamaron mi atención era verlo -durante los prolongados turnos de cabina- libro en mano. El viejo amigo siempre dio al facturado impreso tanta importancia como al micrófono.

A su modo de ver, un libro constituía en todo momento fuente de saber y para un ser humano de la radio de su estatura leer fue en todo momento, más que un placer, una oportunidad y una necesidad de crecer.

Por ello, nada extraño que fuera capaz lo mismo hablar de historia, deportes o ciencia, y hacerlo con la espontaneidad propia de quien sabe lo que dice.

Nos contaba de la lucha clandestina, la batalla de Playa Girón y las zafras del pueblo, y lo hizo siempre apoyado en el fusil revolucionario que tantas veces esgrimió y la cubanísima mocha con la que cortó mucha caña «abajo y de un solo tajo».

Durante toda su vida respetó, admiró y siguió las enseñanzas de Fidel. En los primeros años del triunfo de la Revolución fue una de las voces que portaron en Radio Habana Cuba, con su sonoridad, los colores patrios.

Tiempo después regresó a su natal Perla del Sur para laborar como locutor de Radio Tiempo, devenida luego en Radio Ciudad del Mar. Ahí estuvo hasta la jubilación, y al dar paso a nuevas generaciones mantenía aquella voz fresca y potente que lo identificó.

En la década de los 70s inició el programa «Pesca y Técnica» dedicado a los hombres de mar. Como uno más de ellos partía junto a ello hacia zona de pesca donde permanecía varios días y a su regreso venía con un caudal de vivencias hermosas de aquella gente sencilla, sus sueños, afanes y empeños.

De su cansancio y entrega nadie podía hablar y escribir mejor que Felipón, pues era la suya una vida crecida en la realidad. Jamás se apartó de los libros; cursó varias veces la Escuela de Idiomas de Cienfuegos; por eso pronunciaba con exquisitez lo mismo la lengua inglesa, francesa o la rusa junto con un español elegante y actual. Llegué a dirigir espacios de los que fue locutor, y jamás me fue necesario corregirle la fonética de vocablo alguno.

Cuando lo menciono reconozco la gratitud que me impulsa a hacerlo. Fue uno de los «venerables viejos» de «ayeres hermosos» que alimentaron mi vocación naciente por la radio.

Muchos no llegaron a conocerlo; sería una lástima que ellos no sepan siquiera que un ser así una vez existió. Fue -ni más ni menos- un radiofonista íntegro, un maestro de nuestro medio en un rincón del centro sur de Cuba.

Espero que las generaciones de hoy, aunque no hayan conocido a Felipe Lanier, sepan que la radio en sus protagonistas se hace vida y son éstas las que se transforman por accionar de la creación en realidad sonora, y que la superación es inherente al trabajo. Que vivirla y aprender de todo cada día más es la forma esencial de crecer.

 

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