Radio Cubana: Patrimonio musical sin nostalgia

La radio cubana nació bajo el signo de la música. Músico fue quien lanzó al éter, el 22 de agosto de 1922, cien años atrás, la primera señal de transmisión continua —Luis Casas Romero, luchador independentista, oficial del Ejército Libertador, flautista y compositor no solo de su más emblemática obra, El mambí, sino de una veintena de criollas, una docena de danzones y cinco zarzuelas y juguetes cómicos, y músicos fueron —entre ellos la inmensa Rita Montaner, al interpretar Presentimiento, de Eduardo Sánchez de Fuentes— los que mes y medio después, cuando el gobierno neocolonial de Alfredo Zayas, con un discurso pronunciado como corresponde en inglés al amparo de una corporación estadounidense, marcaron la impronta cubana en el acto oficial de partida de la radiodifusión doméstica. Noticias, partes meteorológicos, publicidad, comentarios de actualidad… pero siempre música. Incluso en los días en que los cuadros de comedia y, sobre todo, la naciente radionovela —nada que ver con las soap operas de las emisoras del vecino norteño— magnetizaron las audiencias, la música siguió siendo columna vertebral de la programación radiofónica. El investigador Gaspar Marrero recuerda cómo, doce años después de la hazaña de Casas Romero, en medio del primer auge de la radiodifusión a lo largo del país, existían 77 programas musicales, 33 de ellos dedicados a canciones y tangos —la fiebre gardeliana llegó a Cuba como si fuera un virus— y 33 a la llamada música clásica. Dicho sea, y no de paso, que el confinamiento especializado de la música de concierto a prácticamente una emisora, como sucedió después de la fundación de CMBF, algo que increíblemente se mantiene hasta hoy, es un fenómeno que merece ser estudiado a la luz de la concentración y la competencia comercial, la dictadura de los patrocinios y la desvalorización de nociones culturales asociadas al nacimiento del …

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A quien no quiere radio…se le dan tres tazas

La radio, ¡ah, la radio! La humilde, la imbatible. Os voy a referir tres historias. Dicen que la radio se va, que se esfuma… Yo digo que se queda dentro. Resguardada, como una flama. Allí, entre las cosas que nadie puede tocar, que nadie puede apagar. Dicen que es pequeña, como si eso fuera menoscabo; que es hermana menor. Yo digo que la radio no cesa de crecer, de demostrar su estatura. Dicen que es la gran pantalla, que es la imaginación. Yo digo que llevan razón, toda la razón del mundo. La gran pantalla Ya lo he dicho, lo he contado, pero solo la mitad. Cuando al filo del mediodía, Radio Progreso anunciaba Alegrías de sobremesa, allá iba mi abuela, indefectiblemente: “Oye, ya están dando Paco y Rita”. Era sinónimo de que debía ir a la mesa sin dilación, y minutos después, emprender rumbo a la escuela. “Era la voz. Era el guión de Luberta, los efectos, la actuación. Eso bastaba para levantar un edificio”. Por esos caminos, flotando en el aire, me iba con la sonrisa de Estelvina, con la picardía del tío Simeón, con la pena de Alejito, con las palabras de Idalberto Delgado y de Marta Jiménez Oropesa, con el sombrero de Melecio y con Teté, siempre enterada de todo. Pasaron algunos años, la familia de Alegrías… tuvo sus tristezas, como toda familia. Un día decidí que no podía esperar más, ni un minuto más, y me fui a La Habana y entré al teatro. Me senté en la última fila. Y aquellas paredes que yo había levantado, aquellos colores que les había puesto, aquellas escaleras, no existían. Era la voz. Era el guión de Luberta, los efectos, la actuación. Eso bastaba para levantar un edificio. Al salir, caminé toda Infanta, tuve que hacerlo. Me fui en silencio, me fui grande, …

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