La ingenuidad política se paga bien cara

Desde que el 17 de diciembre de 2014 los presidentes de ambas naciones anunciaran al mundo el inicio de una nueva etapa en las relaciones bilaterales, no han sido pocas las noticias de agencias internacionales y medios estadounidenses  referidas a la histeria, desencanto y rabia que las nuevas medidas ocasionaron en la mafia o ultraderecha anticubanas y en varios congresistas, de similar afiliación, que siempre han apostado por el derrocamiento de la Revolución.

Acá tampoco faltaron quienes le hicieron eco y hasta  viajaron a Miami a reafirmarles su incondicionalidad a toda costa, o mejor dicho a todo costo, pues saben cuánto dinero está en juego si se va a pique el negocio de la contrarrevolución.

Bien clara e inalterable es la posición de la mayor de las Antillas de que no se puede hablar de normalización de las relaciones mientras persistan el bloqueo, la intromisión de Estados Unidos en los asuntos internos de la Isla y la Ley de Ajuste Cubano.

Tampoco mientras se sigan financiando y organizando planes subversivos para los cuales utilizan como peones o agentes asalariados a los llamados grupúsculos, sin obviar la guerra mediática y cultural, redes sociales sediciosas bajo el nombre de Zunzuneo o programas de similar corte como “Jóvenes viajeros”, dirigidos especialmente a este segmento de la población cubana.

Incluso desde la Florida están los ilusos que pretenden desmontar la historia patria,  idealizan con añoranza y reclaman el regreso de Cuba  a esos años “de esplendor” que vivió,-nada más y nada menos-, que durante la dictadura de Fulgencio Batista.

Lo peor del caso es que aquí hay quienes se lo creen, y argumentan con hechos y cifras. Solo que cuando se les pregunta de qué –o cómo- vivían los trabajadores sin empleo, los campesinos sin tierra y los maestros sin aula, o si los pobres podían disfrutar de los mismos derechos de los ricos… entonces empiezan a patinar.

No podemos decir que se nos avecina una etapa compleja, en realidad ya la estamos viviendo, por lo cual no debe haber margen a la ingenuidad política, ni que en medio de esa alegría popular por tener ya entre nosotros a los tres héroes antiterroristas que quedaban encarcelados y porque los gobiernos de Cuba y Estados Unidos acordaron normalizar relaciones diplomáticas, pensemos que también cesará la guerra ideológica contra la nación caribeña.

Como bien señala el ensayista y periodista Enrique Ubieta Gómez, director de La calle del medio, “el enemigo de la Cuba que estamos construyendo es el capitalismo, y en un sentido histórico concreto, el imperialismo”.

Subraya que lo que pudiéramos entender como subversión debe analizarse desde dos perspectivas: una primera que pasa inadvertida , y que es el propio proceso de reproducción de valores del sistema por las llamadas industrias culturales, al situar como héroes sociales a los millonarios (empresarios, príncipes, artistas ricos, etc); y una segunda consistente en una “intervención programada”, para la que se destinan millones de dólares, especialmente en aras de derrocar un sistema opuesto ya establecido como el nuestro, en un país concreto.

Y en ese sentido , en su artículo La cultura del ser, para ganar la guerra cultural, publicado en Juventud Rebelde el  pasado 14 de enero, Ubieta se refiere al otorgamiento de becas, la introducción de suspicacias, desencantos, divisiones, de programas que idiotizan,” porque el capitalismo vende imágenes, ilusiones, pero jamás explicaciones, las elude, trabaja cómodamente con el analfabetismo funcional…”

Por ser vital en la formación de valores,  la historia de Cuba debe enseñarse a los niños y jóvenes con métodos que los incentiven a  interesarse por esta asignatura, a investigar y profundizar, en aras de que comprendan el porqué de cada circunstanQuién puede negar que el imperio ha puesto fin a planes como Zunzuneo o Jóvenes viajeros. Habrá cambiado los nombres, los métodos (cada vez más sutiles), en fin, habrá cambiado la táctica pero no la estrategia o la intención de algún día asistir al derrocamiento de la Revolución.  La ingenuidad política se paga bien cara, y en la historia universal sobran los ejemplos.

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