Resulta común en la radio de nuestros tiempos la ausencia del guión radiofónico. De hecho, en los albores de este maravilloso medio de comunicación no existía el recurso del guión, y los primeros locutores confiaban casi todo a su memoria e imaginación.
Al paso de tantos años, más de un siglo después de haber surgido la radio, hay grupos que apoyan la presencia del guión radiofónico mientras que otros la rechazan. ¿Quiénes tienen la razón?
En primer lugar, sostengo la opinión de que el guión constituye una herramienta, un recurso que es condición “sine qua non” para que el programa de radio, que es el producto terminado, cuente con la mejor calidad posible.
Esto, en cambio, no debe concebirse esquemáticamente, porque hay numerosos casos en que la presencia de ciertos guiones constituye una traba a la fluidez y naturalidad que reclama un buen espacio radiofónico.
Analicemos el asunto en detalle. Digamos que se trata de una revista de variedades o un programa musical de continuidad simple. ¿Sería necesario el guión? ¿Bastaría con un listado de las canciones? En este primer ejemplo, me parece que resultarían muy satisfactorias unas glosas de presentación con datos acerca de los temas musicales a presentar, de modo que sirvan al locutor como punto de partida para cualquier comentario espontáneo. Si a estos programas les preparamos un guión “al pie de la letra”, lo más probable es que perderían naturalidad, esa gracia que sólo se aprecia en la improvisación, pero que es un atributo particular de algunos (muy contados) que hablan por radio. No todos los locutores son capaces de entablar un diálogo. Muchos hablan profusamente, es cierto, pero ¿es coherente todo cuanto expresan?
Para descubrir ese carisma basta con que cada locutor se escuche a sí mismo, que grabe sus programas para que se “autodescubra” en sus dotes ante el micrófono, y que lo haga con la mayor sinceridad ante sí mismo. Muchas veces los locutores mueren artísticamente en la búsqueda de un protagonismo sensacionalista que no va más allá de lo temporal e intrascendente, y aparentemente creen que son estelares porque se apoyan en una selección musical que interesa a la mayoría de los radioescuchas.
Otro caso muy concreto son los programas de contenido, en los cuales se requieren dos elementos: un buen guionista – entiéndase como el artista capaz de escribir para que el texto sea escuchado – y un buen locutor con la calidad de voz, dicción y entonación debidas, así como una cultura general que le haga posible ser un auténtico intérprete (y no mero lector) del guión previamente elaborado. Lo mejor no es, necesariamente, la lectura al pie de la letra del guión, sino la interpretación de su espíritu, algo manifiesto en el elegante parafraseo de su contenido.
Otros programas, como son los especializados y los noticieros, exigen la presencia de un guión literario y/o periodístico con todas las de la ley. Nadie, por muy capaz que sea, resulta extremadamente capaz de memorizar e interiorizar conceptos y noticias. Un comentario al margen. Echar a un lado el guión: un fracaso.
Refiriéndose al cine, el destacado realizador japonés Akira Kurosawa afirmó que con un buen guión puede hacerse un programa bueno o malo, pero si el guión no es bueno, el programa nunca lo será. Trasponiendo esta aseveración al campo de la radiodifusión, llego a la conclusión de lo útil que es contar con un buen guión radiofónico.
Es lamentable que se le obvie tanto, en tantas partes, sobre todo si se tiene la intención de hacer de la radio un arte. Puede o no serlo, pero su consecución depende en gran medida de que haya buenos guiones radiofónicos y, desde luego, muy buenos y capaces guionistas.
Afortunadamente en nuestra radio cubana ponemos énfasis en elevar los niveles de creatividad y realización, lo cual hace del guión radiofónico “pan de cada día” a la hora de concebir y llevar a realidad nuestros espacios.