Aprendices de todo

Lo anterior me invitó a reflexionar, pues valiéndome de que todo es relativo, llego a la conclusión que ser “aprendiz de todo” es hasta cierto punto bueno aunque, en el decir antiguo, pudiera no serlo en absoluto. Todo esto depende de a quiénes y por qué se les aplica el término.

Si nuestros antepasados más cercanos hubiesen alcanzado conocer los ordenadores y sus posibilidades; los fenómenos naturales que se manifiestan uno tras otro con incidencia casi vertiginosa; los avances en materia de electrónica, salud y los infinitos campos del saber, entonces hubieran entendido que, en cierta medida, todos y cada uno de los seres que habitamos este mundo que va tan deprisa, necesitamos ser “aprendices de todo”. Si esto es cierto y demostrable para cualquier persona de la contemporaneidad, ¿qué decir para los hombres y mujeres cuya profesión consiste en informar, comunicar, ilustrar y orientar acerca de las realidades nuevas y mutantes que nos circundan?

Lo que ayer fue azul, amarillo o de ambos colores, hoy es verde o rojo. A veces todo cambia de un modo tan caprichoso – ¡increíble! – que las realidades dejan atrás la lógica y el academicismo.

Generalmente la mejor manera para ser consecuentes y fieles a un concepto en una nueva época, significa hacer las cosas de manera distinta. Si se opta por la rigidez, buena parte de lo que se procura sostener se desharía como el puñado de sal en el agua. Aprendamos de los huracanes: ¿por qué los árboles más robustos se quiebran y las ramas débiles se mantienen incólumes?¿Cómo es que a veces los organismos dotados de más inmunidad biológica perecen, por su propia reacción defensiva ante un virus o bacteria, y en cambio organismos menos protegidos sobreviven al embate de las enfermedades?

¡Todo eso tan dialéctico!

Quienes lee mis escritos se preguntará  a qué tanta retórica?, si es que alguien califica así lo ya escrito.

En primer lugar porque, antes que nada, para plantear un punto de vista prefiero primero sustentarlo con algún elemento a mi alcance que lo avale. “Aprendiz de todo” resulta tanto como necesario en nuestro tiempo, imprescindible para nosotros que un día tras otro, mediante el ejercicio de la palabra por micrófonos, imágenes, prensa escrita y la Internet cumplimos la responsable tarea de informar y orientar a decenas de miles de personas en todos los ámbitos de la vida cotidiana y de la actualidad local, nacional, mundial y universal.

¿Cómo, si no es siendo “aprendices de todo”, pudiéramos dar la visión más exacta posible de lo que cada día nos sorprende? ¿De qué forma puede dejarse en radioyentes, televidentes, lectores y cibernautas la más clara idea de un hecho si quien los da a conocer ni él mismo (o ella misma) conoce de su naturaleza, causas y posibles consecuencias? ¿No se parece eso al simple “corta y pega” que como marabú pretende infestar las abandonadas tierras de algún que otro intelecto?

El ejercicio responsable del periodismo y la información en los llamados medios de comunicación de masas transita, inexorablemente, por un compromiso continuo de autosuperación. No es que seamos especialistas en desastres naturales, medioambiente, ciencias agropecuarias, literatura o artes plásticas. Sí es que estemos identificados con esas y otras ramas del quehacer humano, cayendo en la cuenta de que cinco años en un aula de estudios superiores o cuarenta títulos colgados en la pared – ¡bellos adornos! – nada dicen si tras ellos no existen un compromiso y un quehacer de continua superación “día a día”, en la forja de una obra que no se talla dentro de una torre de marfil, sino en esa fragua impredecible, sorprendente y relativamente breve que es la vida, el hoy, aquí, ahora.

Los periodistas, radialistas, informadores, comunicadores, como queramos llamarnos, no podemos dejar de leer cada mañana la prensa para saber cómo amaneció el mundo que nos rodea; sería inaceptable perdonarnos no escuchar en la parada del ómnibus lo que opinan todos los que están cerca de nosotros, aún de lo que pudiera parecernos el asunto más trivial; sería como para ponernos frente al espejo y decirnos “cuatro cosas” cada vez que pasa un mes sin que hayamos leído un buen libro, o un solo día sin haber profundizado en la lectura de un artículo o estudio especializado.

Qué mal se oyen o se ven esos entrevistadores de “muy bien”, “qué bien”,  “ah, sí”, “mire para eso”, “qué lindo”. Por suerte no abundan. ¡Ni deben abundar! Los profesionales de radio, televisión y prensa somos gente de nuestro tiempo y tenemos un compromiso con la sociedad para informarla y orientarla en todas las ramas del saber, y para eso necesitamos ser “aprendices de todo”. ¡Hay que aprender de todo y de todos! Ese día que nos damos cuenta que algo desconocemos, enseguida agenciarnos los medios y aprenderlo. Si no tuviéramos la fuerza de voluntad para lograrlo, podemos decir que ese fue un día perdido, peor aún: malgastado.

Recuerdo que antiguamente, cuando existían los terratenientes, ellos pugnaban por tener más tierras en su afán egoísta. Muchos durante la noche corrían las cercas de sus propiedades para extender sus linderos. Nosotros, en el sano sentido de la palabra, estamos urgidos de cada momento correr las cercas de nuestro conocimiento para – no por egoísmo, sino como deber social – ofrecer siempre lo mejor de nosotros en bien común.

Coincido con mis abuelos en el viejo error de ser “aprendiz de todo: maestro de nada”. Estimo mejor ser: “aprendiz de todo: excelente en la información”. Así, como buenos aprendices, corramos la cerca que nos aparta de aquello que nos rodea y no sabemos explicarnos”.

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