Cambios imprescindibles sin socavar las bases del Socialismo

Y ese ha sido el sentir de muchos compatriotas o colectivos laborales y estudiantiles, cuando al calor del debate popular del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social, que concluye a finales de febrero, expresaron sus criterios, ideas, sugerencias y preocupaciones en torno a lo recogido en ese documento, con vistas a su análisis y aprobación en el VI Congreso del Partido Comunista, en abril venidero.

 “Este país se ha visto en tres ocasiones en la necesidad de reestructurar la base de sustentación de su economía y su producción”, recordaba el experto, al referirse a los inicios de los 60, tras la ruptura con los Estados Unidos, en que hubo que reorientarse hacia el campo socialista, a 1972 cuando nos integramos al CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), en que institucionalizamos nuestras relaciones comerciales en aquel sistema, y al período especial, a partir de 1990, tras la caída del Socialismo en Europa. 

Actualmente la sociedad cubana está inmersa en transformaciones radicales, dirigidas a actualizar su modelo económico, lo cual presupone potenciar la generación de ingresos por exportaciones de bienes y servicios; y rediseñar el modelo de gestión agrícola para dinamizar la producción agropecuaria, en especial su potencialidad para la sustitución de importaciones.

También se trabaja por reestructurar el empleo y el sistema salarial en el camino de promover la productividad laboral; por elevar la eficiencia en la prestación de los servicios de salud y educación sin afectar la calidad; y por mejorar la institucionalidad en cuanto a implantar una estructura de organismos del Estado más eficiente y efectiva.

Son prioridades además, fortalecer el papel de la planificación como vía principal para la dirección de la economía,  e instrumento de conciliación de los intereses empresariales, territoriales y nacionales.

Por doquier se insiste en que sea sagrada la ejecución del presupuesto y de los planes aprobados para cada territorio, organismo o entidad; y que se ajusten tanto a las necesidades reales como a los recursos disponibles. De ahí la importancia que las cifras disgregadas  o compromisos se discutan con los trabajadores en cada fábrica o centro de producción y servicios, pues a fin de cuentas ellos serán sus ejecutores.

Y en el camino de obligar a la empresa socialista a ser eficiente el Estado dejará de subsidiar las pérdidas, para lo cual descentralizará facultades, pondrá en manos de directivos el control de los recursos asignados (y generados) por sus colectivos laborales.

 “¿Cuál es la diferencia entre una empresa  socialista y una capitalista?, se preguntaba recientemente en declaraciones a la prensa cubana el Doctor en Ciencias Económicas Joaquín Infante, Premio Nacional de esa especialidad. Acto seguido respondía:

“Las dos deben producir con rentabilidad y ser costeables, autofinanciarse. Pero en la capitalista las riquezas se las embolsillan los dueños, y en la socialista son patrimonio del país y del pueblo”, subrayaba, no sin antes reconocer la urgencia de que como parte de las nuevas transformaciones se requiere mayor autonomía de las entidades en su desempeño, que les permita, por ejemplo, una vez cumplido su compromiso con el Estado estimular a sus trabajadores, de manera que ellos vean que sus ingresos están vinculados a sus resultados productivos.

En honor a la verdad, todavía quedan muchas deficiencias por vencer, las cuales pasan por la falta de coherencia, organización y previsión en los planes en algunas entidades o ramas de la economía, como pasa con la agricultura, o por la  no comprensión cabal de que Socialismo es igualdad de derechos y de oportunidades para todos los ciudadanos, no igualitarismo.

Por tanto, hay que cambiar esa mentalidad acorde con el momento histórico que vive el país y el mundo, pues llegó la hora de poner fin al exceso de gratuidades y subsidios por el Estado, y de darle al trabajo honrado el valor necesario, como principal fuente de ingresos.

También como expresó el 18 de diciembre último el presidente cubano Raúl  Castro “una de las barreras más difíciles de sortear en el empeño de formar una visión diferente (…) es la ausencia de una cultura económica en la población, incluidos no pocos cuadros de dirección,  los cuales, evidenciando una ignorancia supina en la materia, al enfrentar problemas cotidianos adoptan o proponen decisiones sin detenerse un instante a valorar sus efectos y los gastos que se generan, ni si existen recursos asignados en el plan y el presupuesto con ese destino.

“No descubro nada cuando afirmo que improvisar, en general, y en la economía en particular, conduce a un seguro fracaso, con independencia de los buenos propósitos que se pretenda alcanzar”, advertía Raúl entonces.

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