Doña Leonor, madre amorosa y amadísima

Así escribía en uno de sus Versos sencillos, como para inmortalizar la intrepidez de aquella que, en medio de los violentos disturbios desatados en La Habana la noche del 22 de enero de 1869, conocidos como los sucesos del Villanueva, salió en busca de su Pepe desde la lejana Guanabacoa hasta la mismísima Habana:

A la boca de la muerte, /los valientes habaneros/ se quitaron los sombreros/ ante la matrona fuerte.// Y después que nos besamos /como dos locos, me dijo:/ vamos pronto, vamos hijo, /la niña está sola, vamos.

Según consta en las escrituras, Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera nació el 17 de diciembre de 1828 en Santa Cruz de Santiago, Tenerife, Islas Canarias. A los 15 años llegó a la encantadora Cuba, y a los 24 se casó con el sargento Mariano Martí, con quien gestaría una familia de ocho hijos, que amó profundamente.

Pero sin dudas fue el primogénito el que marcara la vida de Doña Leonor para siempre. La «obsesión» del joven José con la Patria se volvió una pesadilla para ella. Los desafueros que rondaron la vida de su primer y único hijo varón a causa de su pasión colosal por Cuba, provocaban demasiado dolor. En una ocasión le escribiría:

«Te acordarás de lo que desde niño te estoy diciendo, que todo el que se mete a redentor sale crucificado y que los peores enemigos son los de tu propia raza, y te lo vuelvo a decir, mientras tú no puedas alejarte de todo lo que sea política y periodismo, no tendrás un día de tranquilidad. ¡Qué sacrificio más inútil, hijo de mi vida, el que estás haciendo de tu tranquilidad y de la de todos los que te quieren!».

Sin embargo, nunca pudo desprenderse de él, y aprendió a callar y hasta alentarlo en su empeño, como madre al fin.

Doña Leonor fue una mujer sufrida; sus fotografías muestran un rostro siempre triste, magullado pero tierno. Debió soportar primero el encarcelamiento de Martí siendo todavía un niño, y después su destierro; solo las hermosas cartas que le escribía desde la distancia eran capaz de arrebatarle una sonrisa de vez en vez, acompañadas de suspiros y lágrimas.

Pero lo peor fue sobrevivir a él. Ya había perdido a otras dos hijas cuando el adiós eterno del Apóstol. Qué madre puede con eso.

Aun así, ni siquiera cuando ya sus ojos solo veían niebla, pudieron arrebatarle el amor de su venerado hijo. «Yo también tengo una idea fija –escribía al doctor y amigo Rafael Miranda-, y es la de que no quisiera morir antes que sepa que los restos de mi Pepe descansen en el cementerio de esta ciudad, pues me dicen que el de Santiago es muy húmedo, y está en muy malas condiciones (…) que no sé si me alcanzará la vida».

El traslado nunca se realizó. Pero solo unos meses antes de que Leonor muriese el 19 de junio de 1907, los restos de Martí fueron exhumados y puestos en una urna de plomo, cubierta por otra similar de caoba, en el mismo nicho, cerrado con una lápida de mármol, traída desde Jamaica por los miembros del Partido Revolucionario Cubano.

Doña Leonor fue una madre amorosa y amadísima, que por más que censurase las decisiones de su hijo, fue su cómplice.

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