Fidel Castro y su apelación por la Paz

Lo que distingue al alegato de Fidel Castro por la paz, que de eso se trata exactamente, es la vehemencia de sus argumentos y las deducciones acerca de que en un conflicto de tales proporciones, en zonas de confluencias culturales donde los contenciosos políticos son antagónicos y extraordinariamente violentos y las partes están saturadas de armamentos, el empleo de bombas atómicas pudiera ser inevitable. Según su lógica, el disparo de la primera de estas armas tendría un efecto dominó y una escala global.

Fidel Castro, que desarrolló toda su carrera política en la Guerra Fría cuando el tema nuclear era un vademécum, conoció personalmente a los líderes soviéticos desde Kruzchov hasta Gorbachov, trató a los más importantes dirigentes de Europa Oriental y del Tercer Mundo y en dos ocasiones lidió con la amenaza nuclear, cuenta con experiencias que le otorgan una sensibilidad y una calificación que ningún otro observador posee.

Único superviviente de los cuatro estadistas que con John F. Kennedy, Nikita Kruzchov y U. Thant, entonces Secretario General de la ONU, lidiaron con la Crisis de los Misiles en 1962, y que veinticinco años después tomó previsiones cuando las tropas cubanas que tras derrotar a los sudafricanos en Angola, avanzaron sobre Namibia para liquidar el apartheid, vivieron el peligro de ser atacadas con bombas atómicas, Fidel Castro cuenta con experiencias y avales que confieren una calidad única a sus análisis.

Indudablemente, uno de los méritos de su enfoque es ubicar exactamente el punto nodal donde el problema puede ser abordado y resuelto: la Casa Blanca y especialmente el presidente norteamericano Barack Obama, a quien corresponde tomar decisiones de las cuales depende el futuro de la humanidad.

Fidel ha dejado claro que al no ser un gobernante del talante imperial de Richard Nixon, estar mucho más calificado para el cargo de lo que lo estuvo Reagan y aproximarse al perfil de hombres como Franklin D. Roosevelt y James Carter, Barack Obama pudiera afrontar con éxito la presente crisis en la cual los márgenes de tiempo y maniobra son escasos.

Para Fidel el detonante de la guerra puede ser el inicio de la inspección de los buques en ruta hacia o desde Irán. La analogía de esa situación con la Crisis de los Misiles en 1962 no puede ser más sintomática y su convicción de que Irán no dará el paso atrás como en aquella ocasión lo hizo Kruzchov, es total.

Según el propio Fidel explicó, se las agenció para que además de la televisión cubana y sus frecuencias internacionales, también la poderosa cadena norteamericana CNN y TELESUR, transmitieran en vivo y en directo su comparecencia, cubierta también por las agencias internacionales de noticias y medios de prensa acreditados en La Habana, de modo que su llamado tuviera la mayor difusión posible. La Casa Blanca puede o no darse por aludida, pero nunca podrá alegar que no se enteró.

El tono comedido y respetuoso con que Fidel apela a Obama, cosa que no hizo con ningún presidente norteamericano en cincuenta años de duros enfrentamientos y de tensiones extremas, merecen como mínimo un acuse de recibo. No se trata sólo de política sino también de caballerosidad.

Ahora, cuando la edad y la salud lo han obligado a ralentizar la intensa labor a la que consagró su vida, haciendo un esfuerzo físico e intelectual extremo, Fidel libra su mejor batalla.

Ahora no se trata de ganar, sino de evitar que perdamos todos, de preservar la paz y de dar un chance a millones de personas. Él no reclama mérito alguno pero si la guerra fuera evitada, estará en una victoria que será de todos y que con justicia Barack Obama puede incluir en su currículo y, de paso, justificar el Nóbel que recibió por adelantado.

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