La Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana

Transcurrido un siglo y medio, en 1728, en ese mismo lugar y por la misma Orden religiosa de los dominicos, se fundó la primera universidad de la Isla.

Con el apoyo del Cabildo y de la poderosa familia de los condes de Casa Bayona avecindados en la urbe, los dominicos, empeñados en acciones educativas —fueron los pioneros en ejercer como maestros por estos lares— gestionaron las aprobaciones que se requerían como condición sine qua non para fundar en sus predios una universidad.

Al no existir una institución para los estudios generales en el país, la existencia de un centro de esa índole se convirtió en necesidad para los que en el vivían y querían completar la enseñanza, y prepararse como juristas, teólogos o médicos.

Para culminar alguna carrera, los habitantes de la siempre fiel isla de Cuba no tenían más remedio que concurrir a la Universidad de Salamanca, en la península, o peregrinar a la de México, Perú o Santo Domingo, únicos lugares en el Nuevo Mundo donde estas se encontraban.

La correspondiente bula pontificia —Aeternae Sapientiae—autorizando a los dominicos a fundar la universidad fue emitida por el Papa Inocencio XIII en 1721, y el monarca Felipe V de Borbón, a través del Consejo de Indias, dio su visto bueno—placet—ratificándola por real cédula en 1728.

El proceso para lograr la anhelada institución había sido largo y de mucha constancia de parte de los religiosos, pues los primeros pasos solicitando su creación habían tenido lugar en el año de 1688, aunque algunas fuentes históricas señalan a 1670 como el momento en que la Orden de Predicadores dio inicios a sus gestiones para conseguir ese privilegio.

El dilatado camino fundacional no estuvo libre de competencias y rivalidades. Del mismo modo, la Compañía de Jesús, aplicada y bien reconocida en labores de instrucción y con colegio abierto en La Habana a partir de 1724, aspiraba a la dispensa y hasta contaba con su mecenas en el obispo Jerónimo Valdés, quien sin lugar a dudas favorecía a los jesuitas.

Según comenta Antonio Bachiller y Morales en sus Apuntes para la Historia de las Letras y de la Instrucción Pública en la Isla de Cuba, cuando la noticia de la autorización llegó a la Villa fue universal el regocijo, manifestándose con fiestas y demostraciones públicas.

El cinco de enero de 1728, en el lugar de privilegio que la Orden Dominica había escogido para situar su convento de San Juan de Letrán, cercano a la Plaza de Armas y al Castillo de la Real Fuerza, con toques de campanas y todas las formalidades y solemnidades posibles de la época, nacía a semejanza de la existente en Santo Domingo en La Española, la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de la Habana, que  en sus inicios contó con algunas facultades o cátedras.   En su casi totalidad impartidas por sacerdotes dominicos.

Las clases de manera general eran solo teóricas, con lecturas de textos que se impartían en latín y debían aprenderse de memoria.

En 1842 los dominicos fueron exclaustrados de su convento, y el edificio y la institución universitaria que en el existía pasaron a ser propiedad del Gobierno de la ínsula.

Con la secularización de la Real y Pontificia Universidad esta se convirtió en la Real y Literaria Universidad de la Habana, pero ya otras reformas más profundas se avizoraban.

Estas empezaban con las cátedras extrauniversitarias como la de Economía Política, de Justo Vélez, promovidas por la élite criolla, y la educación en los colegios como el de José de la Luz y Caballero, donde se abogaba por una pedagogía moderna y libre de escolasticismos, o por las enseñanzas de José Agustín y Caballero, Félix Varela y José Antonio Saco desde el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, donde la naturaleza y la vida misma resultaban objeto del conocimiento y de la ciencia, práctica que dio tránsito a una educación con conciencia de nación.

Autor