Todo ello explica por qué en esa poderosa nación un niño puede ir a su escuela con una pistola, entablar una discusión con un condiscípulo y herirlo o matarlo con ella; o que exista –por increíble que pueda parecer- una Asociación Nacional del Rifle (NRA), fundada en Nueva York en 1871, que ya cuenta con unos 5 millones de asociados; o que un enorme espectro de narcotraficantes, contrabandistas y toda una poderosa banda de elementos delincuenciales de muy diverso tipo, dispongan de armas, incluso, sofisticadas.
Y, por supuesto, solo hablo de las armas convencionales, porque las nucleares es otro horrendo y macabro asunto que Fidel explica con lujo de detalles para alertar a la humanidad. Pero lo insólito de todo esto es que a los compradores de armas no se les exige requisito alguno para obtenerlas, basados en que una enmienda posterior a la propia Constitución de Estados Unidos de 1790 define que: «no se coartará el derecho del pueblo a tener y portar armas». Naturalmente, tales aberraciones han propiciado que ese país se haya convertido en un paraíso de fabricantes y comerciantes de armas, con fabulosas ganancias que influyen hasta en las decisiones del gobierno.
Pero, como es habitual, el pulpo extiende sus tentáculos de muerte a otras naciones, porque lo importante para ellos no es la vida, sino la ganancia. Un ejemplo es lo que sucede en México con su desgracia de ser vecino de los arrogantes yanquis. El propio Washington Post ha informado que: «los cárteles de la droga mexicanos tienen una fuente externa de financiación y armamento: vergonzosamente es Estados Unidos». Baste decir que, según estimados, 62 800 de las más de 80 000 armas de fuego confiscadas por las autoridades mexicanas entre diciembre 2006 y febrero 2010 proceden de Estados Unidos, sin mencionar las fabulosas cantidades suministradas a regímenes lacayos para combatir a sus propios pueblos que luchan contra la injusticia social.
Todo esto puede suceder en el país que con la mayor naturalidad y desfachatez ha acuñado la frase «daños colaterales» para calificar masacres a poblaciones indefensas, o el que otorga premios a esbirros y terroristas sin el menor sonrojo, o el que califica de luchador anticastrista a Posada Carriles.
Pero algo debo reconocerle al imperio: Ha sido muy consecuente desde que nació al mundo y hasta nuestros días. Lo demuestran aquellas frasecitas ofensivas, tales como la «fruta madura», (cuando esté a punto nosotros intervenimos y somos los salvadores); el «destino manifiesto»(no hay otra posibilidad, así está demostrado); o «América para los americanos» (porque nos da la gana)
Jamás me perdonaré que un día, allá por mi adolescencia, haya creído en que los cowboy eran buenos y los indios eran malos. Y siempre, empeñado en guiar mis acciones e ideas, llega de nuevo Martí: «Para qué, sino para poner paz entre los hombres, han de ser los adelantos de la ciencia».