Monólogo para un niño triste

Es que no va a la escuela, no tiene juguetes, no sabe ni dónde están sus padres, porque murieron, él en el terremoto, ella de cólera. Y vaga, vaga siempre perdido, como buscando consuelo. No entiende nada, no sabe por qué. Y todavía vive…!oh milagro! no por ninguna oración, si no porque siempre existe en este mundo un alma buena que se compadece, y en un acto solidario le brinda de lo muy poco que él mismo tiene.

Pero es que su tormento no es de hoy, no es sólo porque la naturaleza haya descargado su ira únicamente en su propia tierra. Es que su desdicha comenzó al nacer, en el primer minuto de su vida. ¿Por qué? Ya lo sabes, o posiblemente te lo imagines: Por primera vez vio la luz del día, o mejor, de su permanente noche, en una casucha de tablas viejas y paja, la madre ahogada en llanto, el padre deambulando en busca de algo para sobrevivir, en derredor miseria, miseria y mucha miseria. Por qué? Por la codicia, por la injusticia, por el afán sin límite alguno de unos pocos por poseer más, y más, y más. Y lo más cínico de todo esto: Sin importarles el sufrimiento del niño de esta foto.

Te hablo y me parece que estás incrédulo, por eso te explico. Lo hago por dos razones; por creer que cumplo con un deber, y porque no concibo tanta ignorancia incubada en ti. Y lo más triste: una ignorancia conciente, como alguien que no quiere saber de tantas miserias humanas. Pero bien, vamos al grano, te daré algunos datos:

Los negros haitianos…sí, óyelo bien, negros; fueron los que lograron el primer país libre de las Américas. ¿Qué te parece?

Ya para entonces Estados Unidos había conquistado su independencia, pero manteniendo medio millón de esclavos, de los cuales muchos le pertenecían al presidente Jefferson. Este hombre, con la misma ideología y arrogancia de los que le sucedieron –en eso sí son muy consecuentes-decía, por una parte, que todos los hombres son iguales; pero al mismo tiempo defendía la hipótesis de que los negros son inferiores respecto a los blancos. ¡Figúrate tú!

En la guerra contra Francia, una tercera parte de la población haitiana murió en los combates, y ya desde que la nación se erigió como «libre» continuó su sufrimiento. Se inició entonces otro trayecto de agonía: Las dictaduras criminales. Los escasos recursos económicos que disponía, no se utilizaban para bien del pueblo, si no para pagar la deuda francesa; ¡escucha bien!, para pagar a los mismos que los sojuzgaron, maltrataron, y, sobre todo, explotaron, ¿qué te parece? Es como si yo te dijera: págame una fortuna porque tuviste el «privilegio» de ser una posesión mía, pero cometiste un error imperdonable: querer ser libre e independiente.

Puedo decirte muchas cosas más, pero creo que, por ti mismo, puedas llegar a conclusiones. Pero sobre todo, a la verdad, que es lo más importante. Y ¿sabes cuál es esa verdad? Intento decírtela en pocas palabras: El mundo rico, para continuar siendo rico tiene, imprescindiblemente, que continuar explotando al pobre, tiene que mantener su hegemonía a toda costa; para ello invadiendo, robándose grandes recursos naturales de otros pueblos, sojuzgando, y en fin…lo mismo que siempre han hecho a través de la historia; porque si no lo hacen dejarían de ser ricos.

El despojo es tan consustancial a la opulencia como el sufrimiento a la pobreza. ¿Usted pretende ser miembro de esa opulencia? entonces sea conciente que para ello, y por su culpa, se aumentará la macabra lista de los pobres.

¿Y que vamos ha hacer?, te preguntarás. Pues bien, para mí está muy claro: Luchar y luchar por un mundo más justo, cada uno al máximo de sus posibilidades, y desde todas las trincheras posibles, de modo que un día se derrumbe, estrepitosamente, el monumento que los poderosos han erigido a la barbarie, y sea sustituido por otro que simbolice el decoro de la humanidad.

Jamás creas que la verdadera justicia se logrará mediante la resignación. Ello sería aceptar la mentira perversa de que deben existir ricos y pobres, explotadores y explotados, niños haitianos que sigan vagando en la propia tierra que los vio nacer, con hambre, sin techo, sin escuela y sin comprender lo que le ocurre. Seguirá, hasta su muerte prematura, esperando y esperando que llegue el día en que no tenga hambre. Ojala pudiera comprender que «el robo, el abuso, la inmoralidad están debajo de esas fortunas enormes», como dijo el Maestro.

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